Verdad falsificada

Verdad falsificada

Guido Gómez Mazara

En el mundo de George Orwell, la verdad tenía carácter indiscutido porque la fuerza del poder no dejaba espacio a las dudas. Y el ritual de certeza andaba de la mano de la naturaleza autoritaria del régimen. Allí, el disenso era sinónimo de ofensa, insubordinación y exceso.

Aunque parezca contraproducente, los modelos democráticos exhiben rasgos que, amparados en la dificultad de borrar los aspectos culturales, insisten en preservar manías aberrantes. Por eso, los ciudadanos deben vigilar constantemente las ínfulas de los Gobiernos intolerantes y sin capacidad de valorar lo saludable del disenso, cargado de deseos rectificadores. Invertir tantos recursos en propaganda oficial tiende a instaurar en el corazón de los gobernantes una dosis de ego peligroso. En esencia, las mentiras se transforman en verdades por la fuerza de millonarias inversiones en capacidad de transitar por las vías de la comunicación, sin detenerse en la objetividad ni los contrapesos críticos, dándole riendas sueltas a opiniones publicadas a mil Kilómetros de la realidad, pero materia prima de una percepción dañina.

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En el 2021 (RD$3,393), 2022 (RD$6,007) adicionándole RD$2,613 en el 2023 al monto del año previo, con la gravedad de que el 93% de los montos incrementados terminan en la Presidencia de la República. Así no se promueve una gestión, sino que se establecen las bases de un fatal divorcio con la realidad. Destinar RD$8 mil millones en propaganda gubernamental construye un tinglado de intereses y complicidades, encarrilado a los tribunales penales. Lo trágico es que, en tiempos de poder no se intuye. Ahora bien, concluido el aplauso a los detentadores del presupuesto nacional, llegan las indiscreciones y acuerdos con la autoridad para fines procesales.

Hacer de la publicidad fuente de sostenibilidad de una gestión, falsifica la auténtica capacidad reformadora. Los cambios reales se experimentan en los ciudadanos en la medida que las políticas públicas impactan positivamente en su diario vivir.

Ninguna gestión secuestrada por los parámetros propagandísticos puede asociarse a un verdadero cambio. En el mundo de Orwell era posible, simplemente por el carácter literario de su obra. Aquí suenan otros tambores, ya que, en la isla colocada en el mismo trayecto del sol, todo se sabe. El extranjero que corta el bacalao, las técnicas de retardo en el pago de los anunciantes, las compras de deudas como resultado de la desesperación de los atrapadores de cuñas y la publicitaria agraciada. Nada está oculto bajo el sol. Y si algo ha quedado claro es que quienes ayer se pensaron infalibles, hoy están en la cárcel sin posibilidad de recuperar una cuota del honor perdido.

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