Viaje por la Historia. La UASD acoge a Hugo Tolentino con entusiasmo por su sólida formación Imbert. Le comentaría después que él fue muy duro con el Consejo de Estado

Viaje por la Historia. La UASD acoge a Hugo Tolentino con entusiasmo por su sólida formación Imbert.  Le comentaría después que él fue muy duro con el Consejo de Estado

En el último viaje del trasatlántico “Francia” junto con Silvano Lora, en segunda clase, salió Hugo Tolentino hacia New York tan pronto confirmó la muerte de Trujillo, después de despreciar un puesto en el Centro Nacional de Investigaciones Científicas de Francia y de conceder entrevistas a medios de comunicación de ese país.

Declaró que los familiares del tirano no iban a permanecer en el país y supuso que se trataba de una revolución.

Fue a su pequeño apartamento, recogió sus libros y comenzó a “arreglar papeles”. “Tuve que inventar un pasaporte”, significa.

Pero en Estados Unidos lo despojaron de ese documento al descubrir el fraude y los exiliados del Movimiento de Liberación Dominicana le buscaron alojamiento en un hotel. “Quien me acoge es Rafael Calventi, allí estaban su hermano Vinicio y José Espaillat, que fue mi primer contacto con un miembro del PSP”.

Ofreció varias conferencias sobre la situación dominicana en las oficinas del MLD hasta que Balaguer emitió el decreto prohibiéndole la entrada a la República. “Le envié un trabajo al 14 de Junio protestando, en términos de derechos humanos y constitucionales”.

La experiencia de Nueva York la define como “extraordinaria”. Llegó con mil dólares que se esfumaron pronto y comenzó a buscar empleo. “Trabajé en la tienda Marc Cross, como mensajero”. El establecimiento exigía una persona bien vestida, educada, porque eran las Navidades y Hugo distribuiría regalos en la zona más rica del área.

Al poco tiempo lo promovieron por su dominio del inglés y el francés para que tradujera a los clientes y le pagaban de 80 a 100 dólares a la semana.

Era “un comunista” fichado en su patria y en el extranjero que ansiaba retornar a la tierra donde nació y como no le expedían pasaporte inventó otro y vino con Rafael Calventi en enero de 1962.

Rafael F. Bonnelly lo esperó en el Palacio Nacional y Tolentino le dijo exaltado que los exiliados tenían derecho a vivir en su país y que el impedimento era una actitud sin sentido en un país democrático. El general Antonio Imbert le comentaría años después que él fue “muy duro” con el Consejo de Estado.

A los 23 días se produjeron su encarcelamiento, su deportación, interrogatorios por la seguridad norteamericana en Miami y la huelga de hambre que le produjo palpitaciones del corazón a Marcio Mejía Ricart, por lo que los yanquis decidieron enviarlos a Francia.

“No era el gobierno dominicano, era la influencia de los norteamericanos, el delirio sobre la revolución cubana, el interés de evitar que en República Dominicana se pudiera reproducir otra Cuba, a lo que se agregaba mi fama de comunista”, explica.

Un ícono en la Universidad. Pudo regresar al país en junio de 1963 cuando Juan Bosch era presidente. Ganó un concurso por oposición en la Universidad de Santo Domingo para impartir la cátedra de derecho constitucional y comenzó a enseñar, sobre todo la práctica de esa especialidad.

La intelectualidad y el alto centro de estudios estaban aún deslumbrados con la impresionante comparecencia de este joven recién llegado de París en cuya tesis doctoral, que ya conocían, había derivado hacia la historia y la comprensión de la sociedad dominicana. Fue laureado, además, por la Academia Dominicana de la Historia que en los festejos del centenario de la Restauración le premió por “El perfil nacionalista de Gregorio Luperón”, con una dotación de mil pesos.

La entrega de ese galardón tuvo su incidente porque Hugo seguía siendo visto como una amenaza. Al ver su nombre uno de los miembros del jurado decidió no firmar el acta ganadora, lo que creó un impasse. Emilio Rodríguez Demorizi llamó al presidente Bosch y este le preguntó: “¿Usted considera que el que ganó es un político o un historiador?”. Bosch, quien estaba anunciado para entregar el galardón, fue sustituido por Max Henríquez Ureña porque “lo franquearon” el nuncio de Su Santidad y el embajador norteamericano. Años más tarde Tolentino escribió un trabajo más amplio sobre el personaje: “Biografía política de Gregorio Luperón”.

Por estos reconocimientos logrados en apenas dos meses, Hugo se convirtió en la atracción de la Universidad que no se limitó a dejarlo en el derecho. Le llamó Luis del Castillo Morales, director de la Escuela de Sociología, para que se hiciera cargo también de las asignaturas metodología de las ciencias sociales e interpretación sociológica de la historia dominicana.

Entonces era preciso que se escribieran esas cátedras que Hugo conserva y que decenas de amigos le aconsejan publicar pero su perfeccionismo se lo ha impedido.

“Tuvimos la suerte de tener un alumnado extraordinario”, exclama y cita entre sus discípulos a Wilfredo Lozano, Franklin Franco, José del Castillo, Miguel Cocco, Carlos Dore, Isis Duarte, Franc Báez Evertz, Rubén Silié, Magaly Caram… “Era un grupo verdaderamente curioso, eran brillantes”, expresa satisfecho, orgulloso de ellos.

Destaca de esa época la dura lucha universitaria “con un Consejo bastante conservador que tenía el propósito de crear” una academia “elitista” e imponer el examen de admisión. El temperamento controversial de Hugo se puso de manifiesto en las protestas porque “en un país como el nuestro, con una educación secundaria tan deficiente” la medida implicaba “cerrarle las puertas a los estudiantes de las escuelas públicas, era una injusticia”.

El Golpe de Estado. Un nuevo y triste suceso entorpeció la aparente paz del inquieto catedrático: el golpe de Estado contra Juan Bosch. Fueron a allanar su vivienda “y Rafael Calventi y yo tuvimos que escondernos en la casa de Billón Hernández”. El ocultamiento fue prolongado pero llegó un momento en que decidió disfrazarse para ir a dar sus clases en un carro prestado “hasta que las cosas se calmaran”.

Quien no se tranquilizaba era Hugo Tolentino, miembro de un grupo rebelde que no coincidía con la visión de las autoridades de lo que debía ser la Universidad. Entre estos estaban Andrés María Aybar Nicolás “y otros contestatarios”. Esta lucha, sin embargo, era insignificante ante la que se avecinaba y en la que Hugo tendría una actuación protagónica.

“Yo sospechaba que pasaba algo e igual le sucedía a Rafael Calventi, mi amigo más cercano”. Pero estaba lejos de lo que se avecinaba por vivir inmerso en escribir y en la situación del centro de estudios superiores.

Fue estando de visita en casa del profesor Carlos Curiel junto a Calventi y otros amigos, que se enteró del llamado de José Francisco Peña Gómez invitando al pueblo a apoyar el movimiento contra el Triunvirato. Había conocido a Peña antes de ese acontecimiento. “Desde un principio el personaje me impresionó por su inteligencia espontánea, sus propósitos democráticos bien definidos, su curiosidad intelectual y su acercamiento hacia mí, que le llevaba algunos años”. Hugo no conocía las interioridades de este otro Golpe que desencadenó la guerra. “Calventi y yo pedimos disculpas y bajamos. Ya El Conde era una riada”.

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