Pero quienes han escrito sobre esas acciones lo mencionan superficialmente cuando inclusive, él organizó otra incursión para respaldar a sus hombres luego del desembarco. Esta otra fue descubierta e interceptada en Haití.
Fajardo Sotomayor no pudo llevarse a la tumba el reconocimiento de los dominicanos por su gesto de solidaridad. Murió el pasado mes de diciembre después de sonreír al escuchar el nombre de su pupilo Mayobanex Vargas, quien falleció un día antes que él.
Laureado Ortega Mármol, médico patólogo que viaja frecuentemente a la hermana antilla porque a su juicio hay muchos datos que no se han consignado sobre Constanza, Maimón y Estero Hondo y él los está investigando, entrevistó a Fajardo por segunda vez el 19 de noviembre de 2016 y le prometió volver en diciembre. “Pero cuando lo visité el 27 de ese mes, la esposa me dice que murió el 20 de diciembre, y Mayobanex el 19. Un presagio de Hollywood expresa que cuando muere un artista, arrastra otro”, significó Ortega Mármol.
Carga un dispositivo con el video que grabó al comandante y fotos de su juventud y de ese presente que se esfumó fugaz, así como con libros para demostrar que las aseveraciones que declara están documentadas.
Fajardo Sotomayor contaba 82 años en noviembre. “Él y Caridad, su esposa, vivían en La Víbora, en la calle Menelao Mora número 63, entre Freyre Andrade y Aranguren”, manifiesta.
Fidel Castro visitaba a Fajardo con frecuencia y le decía: “¡Comandante, pero usted vive escondido!”. También iba la generala Teté Puebla, Heroína Nacional de Cuba que participó en Sierra Maestra.
El Fajardo de estas entrevistas no era el atlético mulato de cabello largo que corría veloz instruyendo a los antitrujillistas que nunca lograron alcanzarlo cuando se ejercitaban.
“Estaba un poco enfermo, había sufrido dos infartos, tenía trasplantes de cadera porque se cayó bajando las escaleras de su casa”, contó Laureado.
Agregó que ya hablaba muy quedo pero Caridad lo ayudaba en los recuentos pues conoce con precisión su vida, aunque fue su segunda esposa.
Aclararon, además, datos sobre la participación de Pablito Mirabal en la expedición, hablaron del comportamiento de los dominicanos, se refirieron al color de piel que presentaba, blanco, cuando en las fotos de juventud aparentaba mulato, y a sus grandes ojos azules que antes se apreciaban negros y pequeños.
Los dominicanos “lo conocían como “el comandante Cochise”, que era un jefe indio norteamericano. Llevaba sombrero y usaba muchos cuchillos”.
Caridad contó que ya el sol, el sudor y el calor de los entrenamientos no lo quemaban. Fajardo, que además de Mil Cumbres y Sierra Maestra estuvo en Angola, pasó bajo techo los últimos años de su retiro. “Siempre guardó la esperanza de recibir noticias de Santo Domingo y esperaba al menos una carta, según le dijo a María Antonia Bofill Pérez, autora de “La olvidada expedición a Santo Domingo, 1959”.
Por eso hubo emoción en la voz de Caridad cuando Laureado llamó para pedirle cita.
-¿Un dominicano? ¡Primera vez que un dominicano llama al comandante!, reaccionó.
En la segunda entrevista Laureado prometió gestionar el merecido reconocimiento pero a pesar de la promesa le comentó: “Comandante, yo he venido en representación del pueblo dominicano a rendirle ese homenaje”.
“Hay una deuda de gratitud y creo que el Gobierno dominicano, a través de sus representantes en Cuba, le debe un tributo post mortem”.
Se incomodó. Cuando en 1959 se preparaba la salida hacia Santo Domingo, Fajardo se molestó porque quería venir a acompañar a sus hombres pero Delio Gómez se lo impidió, según el relato de Ortega Mármol.
“Entonces se fue a Niquero, donde se había criado, y me da la impresión de que allí comenzó a formar el grupo de “la expedición olvidada”. Ya tenía a Rodríguez, al que llamaban el mexicano porque vestía como Pancho Villa, y al padre de la Bofill. El mexicano dirigiría con él los 30 soldados que venían a reforzar a Delio y a Jimenes Moya”.
Pero al poco tiempo comunicó al grupo: “No podré ir con ustedes porque el Consejo de Estado me mandó a buscar, pero si está todo listo, salgan”. Esto ocurrió el 10 de agosto de 1959. “Él siempre quiso venir”.
De estos sobrevivieron cinco de los cuales solo queda, inválido, Antonio Pons Fonseca.
Por otro lado, Caridad comunicó que Pablito no vendría en la expedición. “Era un niño que ya Delio sabía que quería venir y Camilo Cienfuegos y Fajardo se opusieron. ¿Quiénes lo introducen en el avión? Los dominicanos”. Dice que después que la nave había despegado le señalaron a Gómez Ochoa al muchacho. “Ya no había forma de echar para atrás”.
Laureado tuvo palabras de admiración y gratitud para Roberto, a quien Delio cita varias veces como entrenador, “pero someramente”. Sin embargo, “ya era un comandante, es extraño que no se haya ampliado su connotación en ese hecho” sobre el que Laureado entiende que “hay muchos baches”.
“El mismo Delio reconoce que el empuje de la Revolución los mantenía activos en el interés de combatir dictaduras en América Latina. Fidel Castro nombró a Enriquito encargado militar y político de los expedicionarios y a Delio Gómez “que había participado en la cuarta Columna Simón Bolívar, donde estuvo Roberto que en esa época tenía rango de capitán. Fidel nombra encargado general de los combatientes al comandante Camilo Cienfuegos pero dado el poco tiempo transcurrido entre el triunfo de la guerrilla cubana y la partida a República Dominicana, Camilo y Delio no tenían tiempo para entrenar”, aseguró.
Ellos “asesoraban, iban, pero el que entrenaba era Fajardo Sotomayor. Esto se ha dicho por arribita, aquí muy poca gente conoce ese dato”.
Significa que en “La victoria de los caídos”, Delio, a quien Laureado admira y reconoce como héroe por su participación en Sierra Maestra y en Constanza, escribió que estaba en pobres condiciones físicas por la dureza de los combates anteriores. “Es un héroe de Cuba y nuestro”.
Pero a quien se quería mandar en junio al país era a Fajardo Sotomayor, exclama.
Fajardo tuvo tres hijos de su primer matrimonio. “Para mí constituye un verdadero revolucionario por su honestidad, su dignidad y su gran humanismo”.
Para los dominicanos fueron sus últimos recuerdos y entre estos, para Mayobanex Vargas, el que animó su expresión al escuchar su nombre. Quizá el último de sus pupilos fue a darle las gracias pendientes o a decirle que al día siguiente estarían juntos de nuevo, pero en la gloria eterna.