“Nunca he visto ni la sombra de los editores, nunca me han consultado. No he recibido ni las gracias”, expresó Lucía, que fue la asistente inseparable de su padre hasta el fallecimiento del cronista, maestro, poeta y literato el 27 de octubre de 1975.
Se han hecho dos reimpresiones del ejemplar, publicado originalmente por la Editora de la Universidad Autónoma de Santo Domingo, en 1971. Es de consulta obligada para investigadores del pasado nacional, a pesar de que se le han señalado inexactitudes de fechas y nombres, de orden alfabético, de situaciones. Algunos personajes, dicen, son tratados con apasionamiento mientras que los merecimientos de otros apenas se destacan. Pero es clave para conocer sucesos del ayer y la vida de figuras destacadas y otras poco conocidas de ese periodo. Es un prontuario que aporta el dato ofreciendo al estudioso el conocimiento inicial. Del lector depende esclarecer las dudas.
La más reciente reedición es de 1998.
Lucía no hace reclamos. Desconoce las exigencias de la Ley de Derecho de Autor, que piensa estudiar, y confiesa que el colega de su padre que ha hecho elogios de su labor es Bernardo Vega, quien en un acto público declaró: “Hay que consultar a Rufino”.
En vida colaboró con él Emilio Rodríguez Demorizi, el único intelectual que tenía la valentía de visitarlo durante la dictadura de Trujillo, régimen al que Rufino se opuso. Este “siempre iba a casa y cuando papá publicó “Santana y Báez”, hizo que Ramfis le comprara algunos para la Academia Batalla de las Carreras”, cuenta. “Bernardo Vega se enteró de mi existencia y vino a verme, me preguntó por “Páginas de mi vida”, el último libro de papá”.
Martínez es autor de alrededor de 20 volúmenes de historia, literatura, poesía, geografía, que consumieron su vida austera, sencilla. Además de estudiar, enseñar en las aulas, investigar, solo escribía, primero a mano y luego pasaba a máquina lo redactado, con dos dedos.
Su nombre se repite con frecuencia en bibliotecas y archivos en los que es familiar la pregunta: “¿Buscaste en Rufino?”, pero fuera del ámbito de la investigación histórica no se menciona ni se le han rendido homenajes pese a sus aportes bibliográficos.
“Era antitrujillista, nunca se inscribió en el Partido Dominicano, rechazó ser miembro de la Academia Dominicana de la Historia, en todos sus escritos siempre fue muy radical. Trujillo lo sabía, pero no le hizo daño porque él se mantuvo a un lado”, confiesa Lucía.
Señala que está olvidado porque “si eres humilde, sin medios económicos, no eres preponderante en esta sociedad, no vales nada. Aquí existe ese desdén, y él era tan sencillo…”.
Martínez se acostumbró al aislamiento que le impuso su desafección al régimen y así se mantuvo, hasta el punto de quedar sordo. Solo vivía en su mundo de las letras y la historia, consultando los datos que había acumulado en 31 años de dictadura para convertirlos en libros.
Vivió una época en Villa Duarte y allí ocultó por años una maleta con todos sus apuntes en papel de fundas, viejos calendarios, sobres usados, servilletas. Estaba envuelta en sacos de henequén y guardaba cuanto consultó para otra de sus grandes obras demandadas: “Trujillo y Heureaux”. Lucía era la depositaria y guardiana de esta riqueza.
La dama, pionera de la biblioteca que ejerció en la UASD, la biblioteca Lincoln que pertenecía a la sección cultural de la embajada de Estados Unidos, trabaja ahora como miembro del escaso personal de la Biblioteca Antillense Salesiana que dirige el vehemente sacerdote Jesús Hernández, a quien deslumbra la variada y rica producción de Rufino Martínez.
“Tenía en el alma la vena de escribir, era para él un desarrollo espontáneo porque debía escapar del ambiente de la época. Esos libros fueron pensados”, comenta el cura, orgulloso por contar con estos volúmenes que define como tesoros, una vida de trabajo. Le han llegado desde bibliotecas privadas y han sido consultados. Muchos tienen los nombres de sus antiguos dueños, anotaciones y subrayados.
Obras de Rufino Martínez. Don Rufino nació en Puerto Plata el 25 de junio de 1893, hijo de Richard MacKinney y Juana Ramona Castaños Martínez. Decidió adoptar el apellido materno porque el padre esperó mucho para declararlo, ya hasta le habían bautizado.
Después de bachiller en ciencias y letras en el colegio Central de Santiago, se graduó de Maestro Normal porque no tenía medios económicos para ir a la universidad. Inclusive, cursó la secundaria como estudiante libre. Posteriormente fue maestro en “El Asilo”, de Puerto Plata (Escuela Antera Mota). Fue de los fundadores de la Sociedad Renovación y asistía al Club Unión Puertoplateña.
Empezó a escribir en el semanario Ecos del Norte y en La Información con el pseudónimo de “Angélico Sierra”. “Todos los clásicos pasaron por sus manos. Compraba aquí, en España, Francia, Estados Unidos. Era un lector empedernido. Para eso trabajaba”.
Casó con Mercedes Láncer Artiles y procrearon a Edelmira, Orlando, Dolores, Amado y Lucía. En Santo Domingo vivió también en la Ciudad Colonial, en San Carlos y Arroyo Hondo.
Escribió: Al través de mi cristal (sobre la labor literaria de Federico García Godoy); Hombres dominicanos: Deschamps, Heureaux, Luperón, primer tomo; Trujillo y Heureaux; Hombres dominicanos: Eugenio Deschamps, Ulises Heureaux, Gregorio Luperón; Páginas de mi vida; Glosas y apreciaciones; Del Puerto Plata de ayer.
Además: Disertaciones; Puerto Plata; De Sosúa a Matanzas; Gregorio Luperón; De las letras dominicanas; Los conocimientos científicos y los empíricos, entre otros.
Unos los publicó en vida. Otros aparecieron tras su muerte reeditados o impresos por primera vez. Universidades privadas, instituciones públicas y particulares, impresoras y personas han sido los editores.
Lucía cuenta con estos volúmenes porque han llegado a sus manos no por ser su hija, sino por ser bibliotecóloga. Además de ella están los nietos y otros descendientes del autor que, hasta donde ella sabe, no han recibido remuneración ni dado permiso para publicar aun cuando la Ley de Derecho de Autor es tan estricta y específica en ese sentido. “Sería bueno orientarnos”, es su comentario.