Decía Cincerón que llegar a la vejez sin dinero, sin memoria y en pobreza, era una verdadera desgracia. Las sociedades de hoy están estructuradas para jóvenes y adolescentes; Son sociedades para el consumo, el gasto desmedido, el placer sin límites, el desecho y, la vida sin identidad y sin resaca moral. No es un secreto que ni el Estado, ni los individuos piensan o ejecutan políticas públicas pensando en hacer la vida liviana a los adultos mayores.
La verdad objetiva es que se vive la desigualdad y la condición desigual entre unos y otros, independiente de tener el mismo trabajo, la profesión o la ocupación; la suerte la impone la política, el Estado, el grupo que crean las oportunidades sin resaca moral. Confieso que me he quedado angustiado: “De que somos el peor país para morir”, solo hay que vivir el trauma de una familia de clase media, o media baja que confronte una enfermedad catastrófica de forma prolongada, donde tiene que vender lo acumulado, girar por préstamos o morir endeudados y asumir una vida de precariedades, producto de la ausencia de una seguridad social decente y digna para la vejez. Para el colmo, cuando una persona se pensiona pierde su seguro médico, la pensión es deficitaria, las instituciones no diseñan políticas para el adulto mayor, ni la sociedad le toma en cuenta, en fin, a aguantarse, deprimirse, y vivir sus últimos años en plena agonía.
Qué distinto fuera si la sociedad pensara en el adulto mayor: realizaran turismo social para personas de más de 60 años, a precios considerables y créditos con buena tasa de interés, o descuento en las medicinas, las comidas, el trasporte, la hotelería, los especiales de tiendas y súper mercados para personas adultas mayores. Imaginemos espacios de recreaciones para visitar provincias, parque, lugares históricos, museos etc. Donde instituciones bancarias que, a sus clientes adultos mayores les favorezcan de sus ahorros y depósitos, darles facilidades para la vida digna y decente, que por años con su trabajo y empuje han ayudado a cientos de empresas a crecer y perdurar.
Literalmente, la vida fuera más enriquecedora, más humana y más digna, si se practicara más el altruismo y la solidaridad desde el Estado, el sector privado, las instituciones y la sociedad civil.Existen tantas formas y planes para cambiarles la vida
a tantas personas en adultez mayor que no fantasean una vida con bienestar, esperanza, felicidad y seguridad social. Aquí, de verdad, se piensa poco, para no decir nada, en el adulto mayor; poco se habla, poco se dice desde los espacios que deben pensar y practicar las acciones para la dignidad del envejeciente. Es cierto que en la adultez se debe planificar la vejez, desde lo económico, lo social, lo humano, lo familiar; pero sobre todo, desde la utilidad, el sentido de vida y el sentido de trascendencia. En el discurso de los políticos no existe el adulto mayor debido que es una franja de pocos votos y de poca incidencia. Al menos, he decidido hablar y escribir del desamparo social del adulto mayor.
Una agonía desde la propia existencia de la adultez en que vivo, para sentirme comprometido y en la solidaridad con los adultos mayores de ahora y los del mañana. Angustiado por el mañana que siempre apunta a mayor insolidaridad y deshumanización, y por este presente tan desigual y excluyente en que viven los adultos mayores.