A principio de los 60 del siglo pasado, destacados pensadores humanistas enseñaban que toda moral implica valoración ética y les sirven de marco a las acciones buenas y malas, explicando que quienes exigen moral y cumplimientos legales, deben ser los primeros en darle cumplimiento. Y que cuando algunos predican o reclaman cumplimientos, pero no se enmarcan dentro de esos principios, se crea doble moral.
Explicaban porqué nuestras sociedades han estado sometidas a lo largo de su historia a una serie de situaciones que la sumergen dentro de la complejidad del dualismo de la confrontación de las principales esferas de poder y a nivel de estructuras sociales. A las que últimamente se les han sumado dualismos de creencias y valores de índole individual. Sobre todo en función del enriquecimiento fácil y de actividades “complicadas”.
Decían que los resultados de la doble moral se manifiestan como características inherentes a la manera de actuar de determinados grupos y en determinadas circunstancias. Obedeciendo a conveniencias. Advirtiendo que las mismas podrían influenciar una parte considerable de la sociedad y convertirse en obstáculo para su funcionamiento equilibrado. Provocador de problemas sociales, incapacidad de superar niveles de pobreza, construir democracias y provocar desorden generalizado.
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Esas premoniciones de los años 60 arrastraron secuelas negativas. Dentro de ellas lo que algunos denominan dualismo. Ello explica porqué algunas leyes, resoluciones, principios de ordenamiento, relaciones de carácter formal y funcional, se convirtieron en normativas con las cuales se convive, pero que no tienen valor en función del ordenamiento. Se crearon, pero no se respetaron.
Por eso he reiterado por años y en muchos artículos, que en lo más profundo de las conciencias populares se producen rechazos a ciertas formas de autoridad o comportamientos. Porque al mismo tiempo que se crearon y modificaron leyes y reglamentos, se complicaron.
Y no es de dudar que en muchos casos la misión era precisamente complicarlas para hacer difícil su aplicación. Sobre todo cuando los que las crearon y debieron aplicarlas, se asociaron o confabularon con los que debían cumplirlas.
También ha ocurrido, cuando los propios funcionarios estaban conscientes de que no existían herramientas para aplicarlas. Mientras los obligados al cumplimiento de las mismas, a sabiendas de esas debilidades, en vez de cumplir, se inclinan por hacerles reclamos a la autoridad. Muchos sin cumplir con sus obligaciones y beneficiándose del desorden. Y en ocasiones, creando alianzas o sociedades con los encargados de la aplicación. Y eso encaja perfectamente en el concepto de doble moral.
Una malsana situación, provocadora de luchas y conflictos permanentes. Lo que impide la eficiencia del ordenamiento social y hace más difícil el logro de los beneficios que se obtendrían con un ordenamiento lógico, sano y practicable. Despojado de compromisos, alianzas y confabulaciones. Pero a algunos se les hace muy difícil reconocer o confesar sus propios incumplimientos, probablemente por la naturaleza misma y origen de sus actividades. Prefieren escudarse, acusando al Estado de incumplimiento, pero siendo incumplidores o cómplices.
Claro que el Estado ha fallado, pero eso no justifica actitudes de incumplimientos. Dice un prestante jurista que “quienes no cumplen con las leyes, pierden el derecho a exigir”.