Desde el descubrimiento de la isla de Santo Domingo por Cristóbal Colón en 1492, la Virgen María ha ocupado un lugar especial en la vida espiritual del pueblo dominicano.
Entre sus múltiples advocaciones, la Virgen de la Altagracia destaca como la protectora y madre espiritual de la nación.
Su culto, nacido en los albores de la colonización, ha trascendido generaciones y continúa siendo un pilar de identidad y fe en el país.
Así lo informó el portal basilicadehiguey.do, quien indicó además que la historia de la venerada imagen de Nuestra Señora de la Altagracia, custodiada en el majestuoso Santuario-Basílica de Higüey, está impregnada de milagros y gratitud.
Según el sacerdote dominicano L. Gerónimo de Alcocer, esta imagen milagrosa llegó a la isla de la mano de dos nobles hidalgos de Placencia, Extremadura: Alonso y Antonio de Trejo.
Como primeros colonos, estos hombres no solo trajeron consigo la fe católica, sino también la devoción a esta representación de la Virgen María.
Alonso y Antonio decidieron colocar la imagen en la iglesia parroquial de Higüey tras experimentar personalmente los prodigios que atribuían a su intercesión.
Con el tiempo, la imagen se convirtió en objeto de profunda veneración, atrayendo a miles de fieles que acuden en busca de consuelo, protección y milagros.
El culto altagraciano, con sus raíces en la época colonial, refleja el entrelazamiento de la espiritualidad y la cultura dominicana.
Cada 21 de enero, Día de Nuestra Señora de la Altagracia, el país se viste de fiesta para rendir tributo a su madre protectora, celebrando con procesiones, eucaristías y cantos en honor a quien ha sido testigo de la historia y la esperanza de un pueblo.
La devoción a la Virgen de la Altagracia trasciende lo religioso, convirtiéndose en símbolo de unidad y resiliencia para los dominicanos.
Su legado, nacido de la fe de unos primeros colonos, sigue inspirando a quienes buscan en ella el refugio espiritual y el amor maternal que solo una madre puede ofrecer.
La tradición
Es cierto que antes del año 1540 el culto altagraciano era ya una feliz realidad para Higüey. Los peregrinos venían a su Santuario, una pobre iglesia cubierta de cana, hasta que en 1569 fue emprendida la construcción en piedra que ha desafiado el asalto de los siglos.
Sobre el concurso y los autores de la obra
El concurso internacional para la Basílica de Nuestra Señora de la Altagracia fue lanzado en julio de 1947, con 40 proyectos provenientes de 12 países participantes.
El jurado reunido en diciembre de 1947, seleccionó la proposición hecha por A.J. Dunoyer de Segonzac y Dupré Pièrre.
Después de la invitación hecha a A. J. Dunoyer y a Pièrre Dupré, éstos vinieron a la República Dominicana en noviembre de 1948 y fueron calurosamente acogidos, en particular por Monseñor Pérez Sánchez, el alma del proyecto; también, por el Secretario de Estado de Obras Públicas, Luis Julián Pérez, y por el Ministro de Finanzas V . Garrido. Finalmente, los ganadores se quedaron hasta febrero de 1949.
Durante este período, ellos propusieron algunas alteraciones al proyecto y establecieron un bosquejo recomendando una selección de terreno.
Proposiciones que luego recibieron el consentimiento de las autoridades, las cuales decidieron confiar el estudio del proyecto de realización a los laureados. Durante este tiempo, ellos también se familiarizaron con el país, su cultura y su clima.
A.J. Dunoyer de Segonzac volvió a la República Dominicana en diciembre de 1951 hasta marzo de 1952, para completar la evolución y la organización de la realización que los dominicanos esperaban fuera muy cercana.
A tal punto, que el 21 de enero de 1952, día de la fiesta nacional, Monseñor Pérez Sánchez puso solemnemente, en presencia de Monseñor Beras, asistente del arzobispo de Santo Domingo, Monseñor Pittini, ¡La primera piedra!