Vivencias, (4)

Vivencias, (4)

El silencio es una variable clave en el proceso de aprendizaje. Sin el silencio interior, la persona no tiene interioridad, capacidad de introspección para cuestionarse y salir de su zona de comodidad, capacidad de reflexión para procesar la información, para filtrar lo que importa y lo que no, para hacer suyo o no un dato, para asimilar en su bagaje personal lo que le parece relevante, para tomar decisiones y actuar libremente en base a unos criterios sólidos.Catherine L’Ecuyer, Educar en el Asombro

Decía la profesora CaherineL’Ecuyer que los padres y los maestros tenemos que ser capaces de educar a los niños en el asombro. Es decir, propiciar y desarrollar su capacidad de entender el mundo que le rodea. Para lograrlo hay que incentivarle a observar y escuchar, dos cualidades que hemos ido perdiendo con el tiempo.
Soy maestra desde que tenía 15 años. Y a veces me pregunto qué significa serlo en un mundo tan frenético y desconcertante. Uno se pregunta constantemente ¿Cómo educar si el futuro es tan incierto? La profesora L’Ecuyer buscó respuestas en su libro «Educar en el asombro». Afirma que tanto los padres como los maestros debemos recuperar la capacidad de asombro, a fin de crear y fortalecer el necesario vínculo de apego con su entorno. Para lograrlo, dice que es importante que seamos lo suficientemente flexibles a fin de poder atender, como merecen los niños, sus necesidades.

Al leer las reflexiones de la profesora L’Ecuyer reflexioné en mi propia práctica educativa. Coincido en que debemos adecuar la educación a los retos de los nuevos tiempos. La labor educativa exige nuevas perspectivas, de eso no hay dudas. Ya no tenemos que ofrecer información. Los maestros no tienen que convertirse en bibliotecas ambulantes, pues el mundo de la cibernética se ocupa de acumularlas, organizarlas. Y lo mejor es que están a nuestra disposición las 24 horas del día. Esta nueva situación nos está diciendo que ya no necesitamos un profesor erudito o una enciclopedia ambulante. Entones ¿qué debe hacer un maestro hoy? Por esta razón la profesora-autora del libro señala que debemos desarrollar nuevas estrategias de acercamiento con los niños. Descubrir su espacio vital es una forma de obligarlos a despegarse del silencioso y solitario mundo de la cibernética.

Me gusta su propuesta. Sin embargo, pienso y me cuestiono, si la educación, en esencia, no ha sido la misma a través del tiempo. Y pensé en Confucio y sus discípulos, especialmente Mencio, y en sus diálogos creativos paseando por los campos de la China de la antigüedad. Preguntas y respuestas de unos y otros, intentando interpretar el mundo y sus dilemas. Y al hablar de Confucio, me retrotraigo a Sócrates y la mayéutica socrática quien, como el filósofo chino, enseñaba con la reflexión, en el diálogo creativo, mientras profesor y alumnos caminaban por Atenas. En ambos casos solo existía un maestro y sus discípulos, sin tecnología, ni teorías educativas.

Al poner todas estas experiencias históricas en perspectiva, me convenzo de que en el acto educativo hay premisas que no cambiarán nunca. Soy de las que cree que los buenos maestros son las personas que están convencidas de que educar es más que un trabajo, que es un compromiso con la vida y el futuro. El verdadero maestro es aquel que confía en los niños y los jóvenes como los llamados a transformar sus herencias.

Después de 45 años en las aulas, después de haber estudiado la carrera de educación mientras practicaba en dos colegios, iniciándome como maestra, me convenzo de muchas cosas. Pueden, existen de hecho, buenos maestros en destartalados locales, pues su magia minimiza las condiciones físicas, porque tiene claro que su compromiso con la educación está por encima de todos y de todo. Como también existen malos maestros en excelentes aulas que cuentan con las mejores tecnologías. En esos casos el acto educativo es solo un intercambio de información, sin la magia de la relación creativa y constructiva. Informar, definitivamente, no es educar.

Convencida estoy que en el acto educativo lo esencial está en el mágico vínculo entre el maestro y sus alumnos. La tecnología, las clases en líneas y el Internet deben verse como medios, no como fin, y jamás, repito, jamás sustituirán esa relación única entre el maestro y sus discípulos. Educar es algo más que la transmisión de conocimientos. Educamos con el ejemplo, educamos para transmitir valores, para hacer de esos niños hombres y mujeres comprometidos con su presente y su futuro.

Un buen maestro debe combinar muchas cosas: el amor y la pasión por enseñar; así como la flexibilidad para entender y adecuarse a la diversidad. Entender que esas vidas que abren sus alas al mundo son iguales, pero también son distintos. Iguales ante sus derechos de educarse, de recibir igual trato. Y diferentes porque cada uno tiene su propia individualidad, sus propias vidas y sus propios dramas. Aprender a conocerlos y tratarlos según sus necesidades es el reto más importante que tenemos los maestros.

Estoy convencida que educar es un acto de amor y un acto de valor. Finalizo con unas palabras de Fernando Savater en su libro El Valor de Educar, que resume todo esto que estamos planteando:

Como individuos y como ciudadanos tenemos perfecto derecho a verlo todo del color característico de la mayor parte de las hormigas…Pero en cuanto educadores no nos queda más remedio que ser optimistas. ¡Ay! Y es que la enseñanza presupone el optimismo…quien sienta repugnancia ante el optimismo, que deje la enseñanza y que no pretenda pensar en qué consiste la educación. Porque educar es creer en la perfectibilidad humana, en la capacidad innata de aprender y en el deseo de saber que la anima… Los pesimistas pueden ser buenos domadores pero no buenos maestros…. Fernando Savater, El Valor de Educar., p. 10

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