El 28 de agosto de 1963, al rededor de 250,000 personas se congregaron en en las escalinatas que rodean el monumento a Abraham Lincoln en Washington, manifestando sobre el trabajo y la libertad, dónde un joven pastor bautista se dirigió a la multitud estadounidense y conquistó los corazones de una nación.
Martin Luther King soñaba con un «otoño revitalizador de libertad e igualdad» para negros y blancos, y luchó pacíficamente su vida entera en pro a los derechos civiles y de los afroamericanos. Si algo tuvo claro en esta misión fue el no empañar su corazón ni el de sus discípulos con amargura y odio.
Porque si algo ha inmortalizado a King es su resiliencia y sus manifestaciones no violentas.
Ese día, King, inicio su alocución citando la «proclamación de la emancipación», un decreto firmado por Abraham Lincoln cien años antes, que prometía la libertad para los esclavos afroamericanos, sin embargo, King lamentó que un siglo después, «el negro aún no es libre» y prosiguió asegurando que el negro aún estaba siendo «exiliado en su propia tierra».
La oración: «yo tengo un sueño», se repite a lo largo del discurso como un mantra, siendo el núcleo de su mensaje que, 61 años después sigue despertando sentimientos y emociones.
«Yo tengo el sueño de que un día en las coloradas colinas de Georgia los hijos de los ex esclavos y los hijos de los ex propietarios de esclavos serán capaces de sentarse juntos en la mesa de la hermandad», con esta frase, King, despertó la llama de la justicia y la esperanza.
Y prosiguió: «Yo tengo el sueño de que mis cuatro hijos pequeños vivirán un día en una nación donde no serán juzgados por el color de su piel sino por el contenido de su carácter. ¡Yo tengo un sueño hoy!«.
Porque en una época marcada por la opresión y la injusticia, donde todo estaba dividido para negros y blancos, King fue el encargado de emprender un sendero hacia la emancipación.
Aunque hoy en día hay canciones que rezan lo maravilloso de ser negro y resaltan su belleza, películas y poemas, lo cierto es que hace 60 años habían carteles que rezaban «solo para blancos», que distanciaban la educación, la religión, el sufragio, el transporte y los servicios.
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Pero a pesar de la vinolencia racial que sufría la etnia negra, como un llamado de paz y perdón, King siempre resaltaba «nuestros hermanos blancos».
Este grito de guerra marcó un antes y un después, en 1964 se firmó la Ley de Derechos Civiles que prohibió la discriminación en el empleo basada en la raza, el género, la religión o el origen nacional. En 1965 se sancionó la Ley de Derechos Electorales que prohibió las pruebas de alfabetización y se crearon derechos de sufragio para todos los ciudadanos sin importar su color.
Martin Luther King recibió el Premio Nobel de la Paz a los 35 años, protagonizó las más férreas y pacíficas luchas, y aunque paradójico, que alguien que defendía la paz haya muerto asesinado en Tennessee, donde fue a apoyar una huelga de basureros norteamericanos, fue real y despiadado.
61 años después el sueño de King no ha muerto, vive en cada acto de justicia y en la esperanza de construir una sociedad marcada por la igualdad.
A continuación el discurso subtitulado: