Admiral of the Ocean Sea”, ganadora del Premio Pulitzer, de Samuel Elliot Morison, describe, erróneamente, importantes eventos relacionados con la obra del Descubrimiento. Defendamos nuestra Historia.
Cristóbal Colón, imperdonablemente, cruza “de largo”, ignorante e indiferente, frente al paisaje hormigueante de la ría del Ozama, sin percibir, que apenas un mes antes, su hermano Bartolomé había fundado allí una Ciudad Historia con el nombre de su padre. Finalmente, delirante y febril, es devuelto imposibilitado a La Isabela por sus propios marineros. Su lugar había sido ocupado, desde mucho antes, por la eficiencia pragmática de Bartolomé:
“Durante estos meses de espera, un nuevo y más apropiado emplazamiento fue buscado para la capital de La Española. La Isabela había resultado insatisfactoria por muchas razones. El fondeadero no brindaba protección para los vientos del norte; no había suelos auríferos cercanos de acceso fácil y las secciones cercanas de La Vega Real habían sido devastadas. Oviedo cuenta el romántico relato de un español llamado Miguel Díaz, el cual Las Casas estigmatiza como pura fábula, vagando a través de la isla hasta el río Ozama, donde este se obsesiona de la cacica Cathalina, quien invitó a Colón a construir una nueva ciudad en su territorio. De acuerdo con Las Casas, el sitio de Santo Domingo fue descubierto por un grupo de exploración despachado para este propósito comandado por Díaz, y seleccionado por su ventajoso puerto, fértiles tierras para la agricultura, y ríos auríferos que todavía no habían sido aún explotados. No obstante esto pudiera ser, la última orden del Almirante al Adelantado, luego de investigar un sitio más, fue fundar la nueva ciudad en su ausencia; y la edificación de Santo Domingo fue iniciada en 1496 o 1497”. (p. 494-495).
Rectifiquemos el Pulitzer. Colón nunca conoció Santo Domingo hasta 1498.
No existe dato histórico alguno que insinúe y menos certifique, que “Colón” y Ozema hubiesen tenido contacto ni que se hubiesen conocido, menos aún que esta “invitara”:
“… a Colón a construir una nueva ciudad en su territorio”
No es “Colón” quien está al mando en ese momento en La Isabela, es Bartolomé.
“Cathalina” es nombre “cristiano”, adoptado luego de bautizo y matrimonio con Miguel Díaz.
El “romántico relato” que dice “contar” Oviedo y que “Las Casas estigmatiza como pura fábula”, fue confirmado en documento localizado en Archivo de Indias por Fray Vicente Rubio (El Caribe), testificando suhistórica autenticidad. En ellos, Miguel Díaz de Aux, padre, reconoce y confirma la paternidad de Miguelico, hijo de su matrimonio con la cacica, descalificando a Las Casas.
Una nostalgia notoria afectó a Miguel Díaz. La información original, escueta… es objetiva. Ozema, la cacica, da el paso genial hacia la historia:
“Vete y trae tus amigos, que yo los sostengo”.
El grupo de exploración que viene esa primera vez desde Isabela en 1494, donde figuraban Miguel Díaz y Francisco de Garay, cuyo propósito fundamental fuera, verificar el oro de las minas de Haina, no estuvo “comandado por Díaz”, sino, lógicamente, el propio “Adelantado” Bartolomé Colón. La HASTA AHORA DESCONOCIDA FECHA de tal evento, es ANTERIOR al “5 de agosto” de la posterior “Fundación”. Es cuando aportaran sus naves a la orilla DERECHA del Ozama y amarraran su nave a aquellas “Ceibas Históricas”.
Los 20 arcabuceros trasladados desde la Isabela para tomar posesión oficial, que motivara el arribo por segunda vez al Ozama por tierra en 5 de agosto de 1494, Día de su fundación, fue comandada, igualmente, por el “Adelantado”.
Morison vuelve a cometer otro desliz. Aparentando un “anodino” matiz, intoxica la intención de aquel mensaje: “la última orden del Almirante al Adelantado”.
La expresión recogida por Fernández de Oviedo no es, evidentemente, una “¡orden!” categórica. El propio sentido fraterno de la frase lo denuncia y evidencia; es, simplemente, la aceptación conforme y compartida entre hermanos comprometidos, responsablemente identificados, obligados en un mismo propósito y destino. Ellos dos son la Conquista… en ese momento no hay “subalternos”.
Pronunciada por Colón al pie de su despedida, luce una frase confiada en los fundamentos del deber y la fidelidad absoluta entre hermanos, encadenando el latir de sus vidas al compromiso de triunfar o morir. Aquel adiós es sentencia en mitad de la interrogación y la aventura, las incertidumbre y la traición. Atados, sin remedio, al tremendo desafío de la Historia, son una sola voz en el reto entre el fracaso y la gloria. Solo en él podía confiar:
“Está bien, entonces vete a poblar Santo Domingo”. Obsérvese!!… no a “fundar”.
La circunstancia de llamarle “Santo Domingo” denuncia, no solo el hecho evidente de que la ciudad existía por este nombre, sino, la admisión tácita de que tal evento era de su absoluto conocimiento. Recuérdese que el oro que el Almirante llevaba como simbólico regalo al rey había venido desde aquellas minas de Haina exploradas por Bartolomé y Miguel Díaz en ¡1494! ante reiterada solicitud del Almirante, antes de partir en ¡1496! La despejada referencia la da Antonio de Herrera en su Historia:
“Acordó el Almirante que los indios le abia (sic) dicho que las ricas Minas de Oro, y piedras bellas estaban en la banda del sur de esta isla, y con lo que le abia informado su hermano, Don Bartolomé Colón de lo que abia visto, quando fue con Miguel Diaz a la banda del Sur, paresióle que benia en buena ocasión para llevar algun oro a Castilla mando aber las Minas (para conservar su crédito) a Francisco Garay y al mismo Miguel Dias para que por medio de la Casica que se a dicho se les facilitase el oro”.(p. 88)
Morison continúa, sin advertir que está confirmando con sus propios juicios, que si “se decidieron en favor del Ozama” o al asumir que la “indignación risible” de Las Casas frente a la actitud de Bartolomé, obedecía a que “estaba tan prejuiciado en favor de Santo Domingo que malignizó las corrientes que desaguaban en Puerto Plata”, es porque, lógicamente, aquella sólida alternativa de Santo Domingo existía de antemano y estaba decidida:
“Bartolomé Colón, a quien el Almirante dejó al mando como Adelantado, viajó a bordo de la “Niña” hasta el primer puerto de escala, Puerto Plata. Los hermanos deseaban examinar este lugar como un posible sitio para la nueva capital. Después de un breve reconocimiento se decidieron en favor del Ozama, Y DESPIDIÉNDOSE AFECTUOSAMENTE UNO DEL OTRO, el Adelantado retornó a La Isabela por tierra. Las Casas, quien fuera más tarde prior del monasterio Dominico en la montaña sobre Puerto Plata, se indigna risiblemente de que su ciudad fuera pasada por alto. Bartolomé, él declara, estaba tan prejuiciado en favor de Santo Domingo que malignizó las corrientes que desaguaban en Puerto Plata, diciéndole al Almirante que sus aguas no eran buenas”. (p. 498).
Desvalorizar la mentalidad y circunstancias de un desconcertado conquistador, enfrentado a tremendas interrogantes y expectativas inesperadas puede lucir caprichoso. Pretender que en medio de aquel reto de abrumadoras incertidumbres, improvisando urgencias por encima de originales propósitos, se buscara simplemente “un posible sitio para la nueva capital”, es perder de vista la verdadera naturaleza del problema. Bartolomé, simplemente, se había adelantado a la Historia. Es evidente la urgencia en elevarse al dramático escalón dónde recomenzar el destino de un Nuevo Mundo, sin lastimar los apetitos del Imperio. Posar una “Nueva Isabela” como insistiera Colón, no se trata de banales “prejuicios” como lloriquea Las Casas. Simplemente, Bartolomé es vivencia y luz. No improvisa. El instante no admite equivocaciones. Sabía qué buscaba y qué quería. El Almirante, aun a tientas, nunca llegaría a saberlo.