¿A cuántos asaltos es la pelea?

¿A cuántos asaltos es la pelea?

El problema es más serio de lo que decimos, admitimos y aceptamos: la invasión se produjo poco a poco, sin prisa pero sin pausas y, como en 1822, un grupo de dominicanos, ahora buscando consolidar sus riquezas, llaman los haitianos con fines de explotarlos como mano de obra barata.

Como parte del plan de la invasión pacífica acusaron a la República Dominicana de esclavizar a los haitianos, como si las condiciones de vida de los trabajadores no calificados fueran mejores en los Estados Unidos. Hasta películas filmaron y proyectaron en medio mundo para avalar su acusación.

Por supuesto, siempre se necesita la complicidad del enemigo interno, de la quinta columna que bajo el pretexto de defensa de los derechos humanos contribuye a la desaparición de la soberanía, en un ejercicio malsano y equivocado de la solidaridad.

En lo que nunca vemos a esos “patriotas” es en la defensa de los derechos de los trabajadores dominicanos en el exterior, en la defensa de los derechos de los criollos cuando son sometidos a la justicia con o sin razón. No los vemos protestar, no los vemos aconsejar, dan la espalda, siempre, a sus connacionales.

Los haitianos son una realidad que se ve en las principales calles de la ciudad cuando salen por las mañanas centenares de mujeres empujando carretillas llenas de cigarrillos, galletas dulces, caramelos y otras chucherías. Lo interesante es si la autoridad ha tenido la curiosidad de indagar quién o quiénes financian esas cajas- ¿O acaso alguien pensó que era casual la reaparición y proliferación de las paleteras en la ciudad?

Los haitianos son policías, guardias, marinos, miembros de la Fuerza Aérea, maestros, peloteros, administradores de ganaderías, manejadores de fincas agrícolas.

Por cada haitiano que trabaja en la agropecuaria, en la construcción, como sereno, como vigilante nocturno, hay diez dominicanos echados esperando un sueldo, alejados del campo, distanciados de la producción, engrosando el cordón de miseria de las dos o tres cuasi ciudades de que hablo Héctor Incháustegui en “El Pozo Muerto”.

Y no es que los dominicanos somos vagos, no, lo que ocurre es que hay una natural resistencia a la explotación del hombre por el hombre, que aún no han asimilado los haitianos, actitud que asumieron cuando su revolución de independencia.

Mientras los haitianos presionan al impedir el comercio binacional, mientras desprecian hasta la oportunidad de conversar para resolver problemas y diferencias en una actitud de perdonavidas, otros ocupan parte del territorio fronterizo y violan mujeres criollas.

Ese asalto de la pelea domínico-haitiana enciende ánimos dormidos y nos acerca a un pleito que viene, aunque queremos tapar el sol con un dedo.

Los grandes pleitos comienzan como la candelita de basurero, por una esquina y cuando se propagan es tarde para contenerlos.

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