La reedición por la editorial Alfaguara de la novela La Otra Penélope del consagrado escritor dominicano, Andrés L. Mateo, es la más grata oferta narrativa que el año 2010 depara hasta el momento al lector. Podemos dilucidar ya, en esta obra publicada en 1980, la tensa prosa poética que caracterizará su idiolecto literario, es decir, la singular identidad estilística del escritor, que se confirmará ulteriormente con sus otras novelas.
Resulta cada vez más arduo dar con una novela que conjugue una casi perfecta composición narrativa, atravesada por personajes que sean verdaderos vasos comunicantes de una trama enraizada en los efectos psicosociales de la guerra de Abril, y un estilo donde germine, en cada página, la agudeza analítica (el autor desmenuza los alicaídos sentimientos de desarraigo que desorganizan el vivir de algunos personajes de la postguerra dominicana) y el sesgo poético. A partir de éste, la escritura deslumbrante del novelista elude la desabrida prosa coloquial e informativa en la que se empantanan algunos narradores dominicanos. Escenifica el destierro histórico y espiritual de los personajes entre los muros de la ciudad colonial de postguerra, a partir del pathos existencial, es decir, del vivir subjetivo de los mismos. Les da así la dignidad literaria que no tendrían en un ensayo histórico o en una prosa narrativa ilusamente objetiva, con pretensiones épicas.
Para esclarecer esta doble articulación podemos argüir que La Otra Penélope es una novela circular. En efecto, la trama central comienza y termina con la invocación del cuerpo exangüe de Alba Besonia, narrada con lucidez abisal por Félix Marcel, quien asume la responsabilidad de fraguar una visión fatalmente concéntrica sobre un mundo ceñido por la desesperanza y la muerte (la urbe que cobijó la gesta de abril 65). Alba Besonia se suicida; desdibuja así una vida de mediocres amoríos con Feliz Marcel, burla de manera trágica la sórdida relación sadomasoquista que la subyuga al siniestro Doctor Latorre, emblema personalizado del autoritarismo dominicano. No es ilícito leer también en el suicidio de Alba Besonia el símbolo de un naufragio generacional, de una juventud que no supo o no pudo encontrar una luz que la enrumbara fuera del sinsentido y la violencia. Nos confiesa el narrador Todo parecía encajar en la desgracia. Álvaro, el doctor Latorre y ella, bailaban en mi mente una danza macabra(p. 91).
En ese círculo fatal, y por un ineluctable efecto de ósmosis social, Álvaro Pascual el combatiente, rumia su derrota en el bar Roxy, entre tragos y la amarga declamación de cafetín (36) con la cual se da ínfulas de ridícula heroicidad. Al igual que Alba Besonia, la muerte, insidiosa, lo espera en los callejones de la ciudad colonial; cae bajo las balas del sicariato postrevolucionario que prolonga la guerra a su manera. Su muerte física fue precedida de una lenta muerte espiritual, pues sus palabras, torpemente enraizadas aún en la gesta de abril, así como la reivindicación de una dudosa culpabilidad, mal se avenían con una realidad social de cervezas y encuentros turbios en un mortecino bar del Conde.
Feliz Marcel, el narrador, es el actor cardinal de la intriga; amante fallido de Alba Besonia, escucha las peroratas quiméricas de Álvaro Pascual, sus sobresaltos épicos adulterados por la mentira y los tragos; pero sobre todo Feliz Marcel reconoce ser también un antihéroe más, la sombra de una farsa en la cual la valentía es un irrisorio espejismo. Así, cuando recibe el revólver de parte de Álvaro Pascual, siente su apocamiento y la teatralidad del gesto. Nos dice de manera cruda: El revólver me sacaba, súbitamente, de mi vida de todos los días, y la parodia de heroicidad que revivía, no alcanzaba a diluir el fondo de miedo e inseguridad que me embargaba(p. 74). Los personajes descritos con minucia de entomólogo por Feliz Marcel (delegado sutil del autor), son incapaces de ser sujetos de sus historias personales. Viven recostados en un pasado fallido (la guerra de Abril), son incapaces de asumir el presente o, son presas, como Alba Besonia del encono sádico de un antisujeto individual como el doctorcito Latorre. O, son acosados y ultimados, como Álvaro Pascual.
La crítica feroz que el escritor urde sobre las relaciones sociales en las capas medias dominicanas, donde predomina el autoritarismo y la huera verbosidad, se extiende al pálido erotismo de los personajes. Feliz Marcel y Alba enlazan sus cuerpos en un hotelucho de chinos, despersonalizados, sin implicarse en el gesto amoroso. El narrador desalentado no teme decir: hacíamos el amor como dos fugitivos sin saber de qué huíamos, (25) y observa impotente a su amante ser objeto del deseo crepuscular, sórdido, del neurópata doctor Latorre. El amor y la acción son parodias de la existencia humana, gesticulaciones inauténticas de sujetos que resbalan en el sinsentido. El amor forma parte del influjo de pesadumbre y frustraciones heredadas de la guerra perdida, es el lente sensorial a través del cual el autor nos muestra unas relaciones humanas degradadas y sin norte.
El narrador asume también la acción y el sentir de los personajes, a partir de una sutil madeja discursiva hecha de expresiones donde se resaltan las pasiones, los estados de ánimo, la subjetividad marchitada por el desarraigo. Estas expresiones pasionales o patemas configuran el ritmo de la novela, situando a los personajes en una misma condición de desdicha y extrañeza. La belleza de Alba Besonia es vista a partir del vuelo frío de la desgracia (p. 16) o rodeando el ensueño en un gesto dolido; (p. 24) la joven mujer antes de perecer en el solitario entorno acuático de la ciudad colonial se lamentaba del absurdo y la inutilidad de las noches (27).
En el umbrío tedio del Roxy, Álvaro va más lejos en la descripción de su patética perdición; murmura todo es mierda, estamos vacíos.(29) El narrador despierta en el hotel de chinos con la sensación de ser extranjero a sí mismo; se mira en el espejo y afirma esa cara siniestra nunca me había acompañado. Acaso si la desgracia me estuvo destinada desde hacia mil años y mi rostro venía de otros tiempos (p. 101). Subrayamos ya el desarrollo circular de la intriga novelesca; en efecto Andrés L. Mateo adopta una estrategia narrativa eficaz, recurriendo más a la intensidad circular que a la extensión y proliferación de sitios y actores secundarios. Focaliza la tensión patética del relato en tres o cuatro personajes, en torno a los cuales giran las reflexiones intransigentes de Feliz Marcel. En cuanto al espacio representado, el autor no diluye el relato en descripciones tediosas e inoperantes.
Los personajes circulan en lugares bien circunscritos, donde regresan a rumiar sus desdichas. Según las conceptualizaciones del semiólogo ruso Mijail Bajtín, las categorías espacio-temporales o cronotopos de la novela son el bar Roxy, el hotel de chinos, la calle el Conde, sitios de repliegue vital y social, donde los personajes fingen huir de sí mismos, sumergiéndose en un tiempo repetitivo, que los ciñe con una mortal fatalidad, para aislarlos.
Esos cronotopos simbolizan y contraponen el tiempo muerto de la ciudad colonial, vivido por los personajes, al tiempo vivo, pletórico de esperanzas de los combatientes constitucionalistas, los espacios cerrados y sombríos, de tragos y desamor, a los espacios abiertos donde se gestó la guerra patria. La otra Penélope es además una novela poética, que se inscribe dentro de una larga tradición que va del Enrique de Osterdiguen de Novalis, pasando por La Olas de Virginia Woolf, hasta Aura de Carlos Fuentes.
Aquellos lectores que deseen ahondar en la obra ya profusa del autor, les aconsejamos el libro entusiasta del ensayista dominicano de la diáspora, Miguel Ángel Fornerín titulado Andrés L. Mateo, la aventura espiritual de la dominicanidad .