El Partido Botín

El Partido Botín

Juan Bosch tenía veinte años, y desde las páginas de El Mundo advertía los intentos de instalar una dictadura definiendo el panorama como la formación de una hidra de cabezas trágicas. Ya antes, la pluma insigne de Francisco Espaillat de la Mota hizo del periódico La Información el eje del derrumbe de un Horacio Vásquez, que no llegaba a entender la frase del ilustre periodista vegano: hasta cuándo, hasta cuándo, Horacio, abusarás de nuestra paciencia.

La historia nuestra es rica en personajes aptos para advertir el deterioro de la vida institucional. Desafortunadamente, exhibimos una terrible vocación por repetir los errores del pasado. Así como en el siglo 18 y 19 el néctar de las desgracias nacionales estaba íntimamente vinculado a los caudillos, hoy han sido los resortes partidarios la fuente de perturbaciones, como resultado de una profunda distorsión de las organizaciones llamadas a garantizar el proceso democrático.

Salvando las distancias, los proyectos partidarios conformados con posterioridad al ajusticiamiento del tirano correspondían al criterio de que la vocación de servicio y el acento ideológico constituían la razón de las militancias. No exagero al reconocer que los líderes históricos del PRD, PLD y PRSC no asumían la actividad pública bajo la premisa de acumular riquezas. Con la desaparición física de los tres, el país ha visto un desbordamiento que asocia los ajetreos internos en las principales organizaciones a un clientelismo vulgar estimulado por el club de cartagineses que operan como directivos principales.

Nuestros partidos operan como centro de negocios donde la búsqueda de solución a los problemas nacionales se sustituye por un entramado de posturas y comportamientos que hacen de la organización punto de partida para una multiplicidad de negocios donde regidores se asocian a las compañías de recogida de basura y tienen un especial interés en dirigir la comisión que asigna permisos para operar estaciones de gasolina. Ni hablar de algunos diputados que desobedecen la línea institucional porque necesitan estar en buenas con el presidente del hemiciclo para beneficiarse de las canonjías y el reparto indecoroso. Con los Senadores, el tema del barrilito y su incapacidad de transparentar el uso de los recursos representa un retrato de que la noción del botín conduce el comportamiento de exponentes esenciales de la clase política.

Los jefes de los partidos operan con otra lógica. No importan los resultados electorales, siempre ganan. Durante el proceso electoral reciben recursos de múltiples fuentes, su postura opositora pasiva se traduce en contratas y beneficios desde el poder, en el marco de los acuerdos institucionales en los que participan sus hijos, relacionados y familiares terminan llenando los empleos de las instituciones que co- gobiernan con el partido de poder.

Milito en el PRD, con una evidente noción diferenciadora del sector que controla las siglas del partido producto de un acuerdo con un sector del PLD. Y el que aspire a conocer la operatividad de esa franja amiga del reparto y las migajas que ausculte en el listado de empleados del Tribunal Superior Electoral y el Tribunal Constitucional para darse cuenta de los apellidos de un alto porcentaje de sus miembros y la relación que guardan con colaboradores, asistentes y dirigentes cercanos al grupo minoritario en simpatías, pero bendecido por la formalidad legal.

Ese criterio del partido-botín sirve de retrato de la descomposición de los partidos mayoritarios.

 

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