Historia de Nuestra Señora la Virgen de Altagracia

<p>Historia de Nuestra Señora la Virgen de Altagracia</p>

POR ÁNGELA PEÑA
Una obra que se remonta a los orígenes del culto mariano de Higüey y en la que su autor John Fleury consigna prácticamente  todo lo relacionado con la ancestral devoción de los dominicanos.

La “Historia de Nuestra Señora, la Virgen de Altagracia”, que acaba de publicar John Fleury, es una especie de enciclopedia o diccionario, no sólo por su tamaño y el considerable número de páginas sino porque en ella se consigna prácticamente todo lo relacionado con esa ancestral devoción a la Protectora del pueblo dominicano.

Alrededor de nueve años estuvo este laborioso historiador consultando bibliotecas y archivos extranjeros y nacionales, escuchando testimonios, viajando por diferentes países, realizando entrevistas, repasando obras y artículos que tratan el tema y luego de retornar de Madrid y Sevilla cargado con tres cajas repletas de documentos originales se dio a la tarea de comparar lo escrito para ofrecer un trabajo revelador, preciso, detallado y exacto de los aspectos religiosos, artísticos, sociales, económicos, geográficos, políticos, espirituales que rodean la secular veneración y el arraigado fervor de los dominicanos por la Madre de Jesús reverenciada en Higüey desde los tiempos coloniales.

En el libro se explican no sólo  procedencia y pormenores del cuadro mariano sino de todos los que se encuentran en el majestuoso templo desde época tan remota como el año 1517. Fleury analiza la trayectoria de la devoción La Altagracia, la difusión del culto, el acontecer de aquella comarca del Este desde 1500, los exvotos y milagros, novenas, anteriores ermitas,  apariciones de la Virgen, restauraciones, el robo de la imagen, las misas del 21 de enero, promesas, salutaciones, sacerdotes y religiosas vinculados a La Altagracia, entre otros temas escritos en estilo sencillo, presentados en párrafos multicolores cuyos variados matices tienen originales significados: desmienten, aclaran, agregan, expresan comentarios del autor, se publican por primera vez, reproducen datos de otros cronistas.

Contiene biografías, árboles genealógicos, fotos a color. Una valiosa cronología comentada que data desde el Descubrimiento hasta el 21 de agosto de 2005, cierra este magistral volumen de 551 páginas. Los hechos anotados en esta relación no están necesariamente relacionados con La Altagracia. Son los más trascendentes de la historia dominicana.

Del autor es poco lo que se dice. Apenas 15 líneas en una solapa interior declaran su lugar de nacimiento, el encuentro con el Señor, su amor por una dominicana y su llegada para quedarse en esta tierra en la que lleva 25 años. Cuando en la entrevista se inquirió sobre su vida contestó con inconfundible acento inglés: “Me interesa la promoción del libro, no de mí”.

Huérfano de la Guerra

John  es un huérfano de la Segunda Guerra Mundial durante la que perdió no sólo a sus padres biológicos sino también a Francis y a Dorothy Fleury, la pareja que lo adoptó. Nació en Londres, Inglaterra, el 30 de noviembre de 1943, día del cumpleaños de Winston Churchill, al que llama su héroe.

Luego de ir a la universidad se dedicó a la publicidad. Más tarde se trasladaría a Madrid, donde vivió 27 años sin hablar el castellano. Allí se desempeñaba como director de la tarjeta de crédito Carte Blanche, la de mayor prestigio, hasta que descubrió a Jesús y se entregó a Él en cuerpo y alma. “El 27 de agosto de 1974 empezó mi conversión, todavía estoy convertido, todavía soy pecador. Me entregué y le pedí: lléname con tu Espíritu Santo”.

No muchas personas conocen la historia personal de este evangelizador de peregrinos, laborioso, madrugador, decidido, que siendo hijo de un anglicano y una presbiteriana siente un patético enamoramiento de “Tatica” y que llora al recordar que en su vida anterior no creía en la Virgen. El cariñoso sobrenombre que utilizan también muchos devotos de la Virgen, es reiterado en su plática encantadora. “Nos dividimos en tres equipos y pasamos dos horas evangelizando, con una hora de descanso. Esperamos a los peregrinos cuando bajan de la escalera y le dan su besito a Tatica, entonces el rector me permite la capilla para trabajar”, dice al explicar su tarea.

Resultó difícil arrancarle evocaciones de su vida pasada. Desea que toda la atención se concentre en su obra, que La Altagracia deje de ser parte normal y cotidiana de los dominicanos. Su interés es darla a conocer más allá del convencimiento general de sus milagros.

Junto a Nidia, sus cotorras y libros accede a conversar, a regañadientes, de sí mismo. No es abundante lo que revela. A la dulce, amorosa y sencilla esposa, tan entregada como él al Padre, la encontró en un grupo de oración en Madrid cuando esos encuentros eran satanizados. “Era duro, recibíamos cartas anónimas”, cuenta, por lo que la segunda vez se reunieron en un convento de monjas. John era anglicano. Lo de él y Nidia fue prácticamente amor a primera vista que pronto culminó en matrimonio. “Nosotros entendemos que Dios nos puso juntos para que el ecumenismo funcionara”, afirma.

Un sacerdote, el padre Alejandro, les hablaba de los dones de conocimiento, discernimiento, sanación, les predicaba a fondo sobre el poder del Espíritu Santo, entre otras enseñanzas. “Estas impresiones que estaba recibiendo, eran de Dios, y no eran cosas para avergonzarme, pero cada palabra suya era María, María, María”, manifiesta.

“Yo estaba borracho de golpes. Porque por un lado me decía la verdad, pero por otro, María. Entonces yo decidí dar un chance a María”, narra sonriendo, siempre afable y en ocasiones ocurrente.

En poco tiempo, y por intercesión de la Virgen, se dieron curaciones físicas e interiores, liberaciones, perdón. “De los nueve se sanaron nueve. Entonces no me vengas con dogmas y enseñanzas, quedó demostrado, sin duda alguna, que funciona, ahora no me vengas con tonterías. Le dije: padre Alejandro ¿qué tengo que hacer para entrar a la iglesia católica? Y resulta que soy católico por culpa de María”.

En España conoció al entonces sacerdote Ramón Benito de la Rosa Carpio y desde entonces son amigos. Trabajó en la diagramación y edición de sus dos libros, “Nuestra Señora de la Altagracia” y “Donde floreció el naranjo” y por él es evangelizador de los cientos de peregrinos que acuden a la Basílica a cualquier hora de todos los días.

La idea surgió cuando estando John Fleury en Cuba, el padre Luis Santiago, director local de la “Casa de amor” en La Habana, trataba de deslumbrarlo diciéndole que asistió al Santuario de San Lázaro y que pasaron la noche completa evangelizando a los peregrinos. Al referírselo a De la Rosa, éste le pidió que hiciera lo mismo con los visitantes a la Basílica de Higüey. A diario, afirma, sus equipos, Juan, Pablo y Duarte, evangelizan a 24 mil personas y los días de La Altagracia a 90 mil. “¡Hay que verlo, es imposible creerlo! Cualquier día hay hasta 120 evangelizadores trabajando”.

“Yo me dedico a dar conferencias sobre La Altagracia, jamás he terminado porque siempre me interrumpen con un testimonio. No he encontrado una familia dominicana que no tenga un testimonio. ¡Van 800 mil peregrinos, imagínate si fuera Guadalupe, Fátima, Medjugorie. Una mujer, de cada 12, se llama Altagracia”.

Revelaciones

El libro tiene infinidad de novedades. John Fleury cita las más impactantes. “He demostrado a satisfacción que la historia de la niña y el naranjo es la verdad, no es invento”. También que el cuadro de La Altagracia “seguro estaba pintado en Sevilla en los primeros años del siglo XVI y que es probablemente de la escuela de Alejo Fernández”.

Por otro lado comenta que muchos aseguran que quien aparece junto a la Virgen y el Niño no es San José sino Isaías, Cirilo u otros. Al respecto relata: “Yo fui a ver en España a las máximas autoridades en el mundo sobre el origen del cuadro, entre ellos al director del Museo del Prado. La primera cosa que me dijo fue: es pre Teresiano”. Y aclara: “Teresa la de Ávila dice: ‘ todos los santos tienen su especialidad pero San José jamás me ha traicionado ni en materia espiritual ni física. Nadie, después de eso, se atrevería a pintar a San José tan pequeño”.

Esclarece que el libro no pretende ser espiritual, es histórico. Por eso no lleva un “imprimátur” (permiso de la Iglesia).

Por fin, exclama refiriéndose al libro,, “tenemos algo reflexivo, sólido, para asentar la fe en la razón. Es el trabajo que todos los dominicanos necesitamos. Basta la verdad para encauzar la fe hacia Dios”.

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