POR GRACIELA AZCÁRATE
Cuando al filósofo George Steiner le concedieron el Premio Borne en Francfort, en el año 2003, dijo o mejor dicho, reflexionó sobre tres puntos importantes. La capacidad de asombro, «la gratitud» como virtud imprescindible del hombre y la convicción profunda de que los humanos somos «huéspedes de la vida».
Discurso que no puede ser calificado ni adjetivado. Un discurso que recordé cuando recibí una invitación del Centro Israelita de la República Dominicana y de la Embajada de Israel.
Si he de ser franca, esa invitación fue un bálsamo.
Abril ha sido para todos los que habitan esta isla simplemente trágico, en el plano personal necesitaba una bocanada de aire fresco para limpiar mucha infamia y que sesenta años después los descendientes de una comunidad perseguida agradezcan al pueblo dominicano haberles dado cobijo mueve… a las lágrimas, a la ternura, a la empatía y al agradecimiento.
Todavía hay gente agradecida, gente honesta, gente pura con memoria, que no muerde la mano que le dio, cualquier cosa: solidaridad, afecto, pan, trabajo, acaso tan solo simpatía o albergue por un día.
Personalmente, guardo por todos esos desdichados un cariño especial y profundo. Como relaté hace mucho tiempo, en «Historia de familia», la vida de los judíos en América, tiene un lugar cercano y profundo con mi niñez. Me crié con los hijos del exilio europeo. Mi primera amiguita fue una polaca, Martina, que ahora me doy cuenta salió del gueto de Varsovia. Mis amigos de infancia, en aquel pueblito del suburbio de Buenos Aires eran judios y sus familias debieron haber salido al exilio en la década del treinta o simplemente fueron descendientes de «los gauchos judíos» de la Colonia Hirsch, de Moisesville o de los «Gauchos Judíos» de Gerchunoff.
Me conmueve la conmemoración y el acto de agradecimiento de los judíos dominicanos. Me reconforta que un país para el que quiero muchas cosas buenas porque también soy inmigrante y aquí me dieron cobijo, trabajo y protección para mis hijos sea agradecido por un pueblo gaseado, perseguido y desaparecido. Cuando George Steiner agradeció el premio recordó que pertenece al pueblo que siempre vivió en el exilio, en la expatriación, en fuga a través de las fronteras, conviviendo con cierto odio contra el país natal.
Por eso, ese acto de gratitud de los judíos dominicanos, esa recordación y «Eterna gratitud al generoso pueblo dominicano por haber recibido a cientos de refugiados salvándoles la vida de una muerte segura en Europa» es encomiable .
Así reza la nota.
En una sociedad arrasada por la infamia, la ingratitud y «enloquecida por el ansia insensata de dinero»esa nota recordando un gesto fraterno de hace sesentaicuatro años reconcilia con la vida y con la condición humana.
Busqué en la memoria dónde estaba el discurso de George Steiner, canturreé aquella canción de la comedia de Broodway donde «Tevie, el lechero» canta «If I will be richman» para conjurar los pogroom de la Rusia zarista o canta a dúo con su esposa «Sunrisse, Sunset» para decirse a sí mismo y entender que la vida es un encadenado atardecer y amanecer perpetuo y que a la caída del sol o a su desgracia de pueblo perseguido siempre le llega un nuevo día y nuevo amanecer.
George Steiner dijo: «El ser humano carece de raíces y se ve obligado a peregrinar en lo humano… esto significa que somos huéspedes de la vida. El Ser es nuestro anfitrión. Estamos invitados por la vida».
Y agrega :(…) ¿Cómo debe comportarse un huésped? Debe abandonar la casa en la que ha sido invitado más limpia, más hermosa, más segura de lo que halló a su llegada».
Los huéspedes de República Dominicana en 1939, responden a ese mandato de George Steiner de cómo debe comportarse un invitado. No sólo honraron a quienes les dieron un hogar sino que se quedaron, se multiplicaron, tuvieron hijos y embellecieron la casa primigenia.
La historia de la diáspora judía en Santo Domingo tiene su origen o justificación en la matanza llevada a cabo por Trujillo, en 1937, contra el pueblo haitiano. Ese hecho lo impulsó a tratar de conseguir el aval internacional o por lo menos congraciarse en el exterior. Aprovechó en 1938, la Conferencia de Evian celebrada bajo los auspicios del presidente norteamericano Roosevelt con la participación de 32 países para investigar las posibilidades de ayuda para la emigración de judíos perseguidos por el nazismo. Ese fue el recurso utilizado por Trujillo que fue el único en ofrecer 100.000 visas para los refugiados.
En 1939 se fundó en New York la DORSA (Dominican Republic Settlement Asoc.) administrada por el Dr. Rosenberg, que era experto en agronomía, y el Dr. Hextor. La DORSA compró a Trujillo las tierras de la antigua United Fruit Company en el norte del país que eran tierras secas, áridas y de escaso valor agrícola.
El 10 de Mayo de 1940 llegó el primer grupo de refugiados a Sosúa, compuesto de treintaicinco personas en su mayoría alemanes y austríacos.
La DORSA pagó el costo del viaje que duraba dieciocho días y salía del puerto de Génova, en Italia. Los primeros colonos vivieron en las viejas casas de la Fruit Company y comenzaron a desarrollar una agricultura europea bajo las instrucciones del diplomático agrónomo Frederick Perlstein. Cultivaron tomates, pepinos, zanahorias y repollos como si estuvieran en Europa pero la realidad los enfrentó conque no había demanda ni mercado para estos productos. El trabajo y las condiciones de vida fueron extremadamente rudimentarias, muchos colonos no pudieron aclimatarse y enfermaron de malaria.
En 1941, construyeron un hospital, una farmacia, una edificación para la administración, una pequeña sinagoga, una escuela con biblioteca, un comedor común, dormitorios para hombres y para mujeres. Sólo para los matrimonios con hijos se construyeron pequeñas casa, en madera y muy austeras.
Es un año donde afluyen más refugiados alemanes, austríacos, polacos, holandeses y franceses.
Como los resultados de la agricultura son negativos, los colonos empezaron a desarrollar fincas para la crianza de ganado de leche.
En 1943 llegaron dos expertos a Sosúa: David Stern y Douglas Blackwood. Reestructuraron las fincas, cada una de aproximadamente 50 hectáreas con sus respectivos recursos hidráulicos. Para garantizar el agua potable para Sosúa y las fincas, se amplió el acueducto en las montañas y Blackwood les enseñó el manejo y crianza de ganado de leche. Cada inmigrante o colono tenía según los estatutos de la DORSA derecho a obtener una finca con 15 reses, los precios eran establecidos por la administración, mensualmente debían pagar 10 dólares como amortización del capital más un pequeño interés del 3% anual. Además cada colono tenía derecho a un puesto de trabajo en las dos pequeñas industrias: la fábrica de productos lácteos (C.I.L.C.A. – Compañía Industrial Lechera, C. por A.) y la fábrica de productos cárnicos ganadera que al principio funcionaron como cooperativas.
En 1945, viven en Sosúa aproximadamente 700 personas, en su mayoría hombres solteros inmigrantes. Muchos emigran a Estados Unidos porque no pueden adaptarse al medio ambiente, al manejo de una finca, y los profesionales en búsqueda de una educación superior con un mejor nivel de vida. En 1947, llega un grupo de inmigrantes provenientes de Shangai, en China. Son treintaicinco personas, entre las que se encuentran las familias Benjamín, Strauss, Rothenberg, Floersheim y Hecht.
En 1950, llegó el último contingente de la inmigración judía a Sosúa. Las dos últimas familias que son aceptadas como colonos son las familias Reuter y Neuman, ambas provenientes de Israel.
Lo planificado en Sosúa era un refugio para la inmigración judía, para 2.000 personas, pero realmente nunca llegaron más de 800.
En1945, muchos salieron a los Estados Unidos a México o regresaron a Alemania. Los problemas de los primeros fueron superados y Sosúa se convirtió en una comunidad próspera y trabajadora que progresó y se expandió en todos los sentidos.
Sosúa, mantuvo un teatro, una sala de cine, una sinagoga, un hospital con un excelente servicio y una escuela. Esta última muy pronto se ganó muy buena reputación gracias a su director, el inolvidable Dr. Robischek, destacado médico de Viena, condecorado por sus trabajos de investigación en el campo bactereológico y además un sólido conocedor de las fuentes judías.
«En el «Oasis» o el Cafehouse, o Kneipe, o en la Taberna, se reunían los amigos, jugaban a los naipes, ajustaban los últimos precios, se tomaba café tipo dominicano o simplemente se reunía la gente para charlar un poquito de todo».
Entre el café dominicano, los tostones y el arroz celebraban Jánuka, Purim y Pesaj.
Tenían el Hotel Garden Club, el único hotel en esta época y en esta región, ubicado en la bellísima playa de Sosúa, con una impecable limpieza y un excelente servicio.
Los colonos, se mantuvieron fieles a su cultura europea, principalmente alemana y austríaca.
A pesar de haber sido expulsados de sus países natales, bajo condiciones discriminatorias y extremadamente humillantes, siempre mantuvieron los lazos culturales que los unían con las tradiciones y las costumbres de su país de origen.
En Sosúa se oían frases como: «cocido o no cocido a las 12.30 vamos a comer» o, «en mi país, Alemania, las cosas eran así», en lo religioso fueron tradicionalistas liberales, con una fuerte tendencia a asimilarse al medio ambiente.
Muchos hombres inmigrantes se casaron con mujeres dominicanas y formaron matrimonios mixtos. Lo interesante es que estos matrimonios, expuestos desde el punto de vista de la tradición judía, a una fuerte asimilación al medio gentil, pudieron preservar en sus hijos y aún en sus nietos rasgos de la tradición y cultura judías.
Los huéspedes judíos que llegaron en 1940, a República Dominicana son «huespedes de la vida». Honraron y agradecieron al pueblo anfitrión «el gozo inagotable del aprendizaje de la memoria y de esa Masonería de la esperanza que se renueva cada otoño».