No parece la obra de un militar que terminó su carrera con el grado de general y la posición de Jefe de Estado de Mayor de la Marina de Guerra en época tan reciente como 2004. Se expresa como militante de izquierda, insurrecto, rebelde, guerrillero. Las críticas que hace a colegas, jefes, excompañeros, son despiadadas. Las revelaciones escandalizan.
Eurípides Antonio Uribe Peguero puso a circular “Militares y autoritarismo, En 100 años de evolución política (1916-2016)” y aunque el libro se inicia con la Ocupación Norteamericana y sus antecedentes, el lector se inclina por comenzar la lectura al menos a partir de la Revolución de Abril, porque es donde describe el sombrío y a veces inhumano y perverso proceder de oficiales cuyos nombres son muy familiares. Algunos aún viven.
Uribe Peguero nunca salió de las filas castrenses aunque participó en una conspiración a favor de Peña Gómez que organizó dentro de las Fuerzas Armadas en 1994 el entonces coronel José Miguel Soto Jiménez. Pero no era parte de la dirección central.
No es el típico militar que justifica crueldades con el argumento de que se cumplían órdenes. No es de los que buscan el saludo incondicional que los derrite de poder aunque estén retirados.
Es un escritor incansable que en cada obra cuestiona el abuso, el chantaje, la corrupción, los ascensos por servilismo, la falta de escrúpulos y muchas otras actuaciones indecorosas de los militares, sobre todo de alto rango. Por eso no circuló su volumen “Las Fuerzas Armadas entre luces y sombras”. Se lo prohibió el alto mando. Pero ya se han agotado dos ediciones, la última de 2002. Es el autor, además, de “Las caretas de la democracia” del cual tampoco queda un ejemplar en librería.
Los sanguinarios de abril.- Uribe comienza su capítulo sobre la Revolución afirmando que Donald Reid permitía privilegios y libertades a los generales para que no interfirieran en su Gobierno. Y sigue con un desfile de revelaciones, empezando con Elvis Viñas Román, golpista de Bosch en 1963, relegado a un segundo plano por el presidente del Triunvirato. Cuando estalló el conflicto de 1965 buscó unirse a los constitucionalistas en el campamento 16 de Agosto pero estos lo rechazaron. Uribe expresa el desprecio de otro modo.
Entonces entra a describir el impúdico papel de los jefes militares durante la guerra, presentando sobre ellos perfiles ignominiosos.
Comienza con el coronel Pedro Bartolomé Benoit, “escogido por los norteamericanos para que presidiera un Gobierno que validara la intervención”, afirma y dice que este nunca fue tal, sino un “parapeto”, un “disparate” que recibía órdenes del jefe de las Fuerzas Armadas y del comandante del CEFA. Asegura Uribe que solicitó la ocupación firmando él solo el documento enviado a la embajada estadounidense.
“Los demás componentes de la Junta Militar, quizás conscientes de la indignidad de la entelequia de Gobierno que representaban, se apartaron y dejaron a la docilidad de Benoit el comprometerse con los requerimientos de los generales de San Isidro y los americanos”. Agrega que quien más lo manejaba era Juan de los Santos Céspedes (Pimpo).
El papel de Benoit, añade, era el de una marioneta, “era un guardia obtuso con capacidad de reflexión limitada”.
Pimpo era nulo para tomar decisiones importantes, destaca. “Esto se puso de manifiesto cuando el 25 de abril las tropas de Wessin eran rechazadas desde el puente Duarte y este requería el ataque de ablandamiento aéreo para poder cruzar a la parte occidental. Incapaz de negarse con firmeza o decidirlo por sí mismo, Pimpo se mantuvo dubitativo hasta que los coroneles Beauchamps Javier y Chinimo Lluberes Montás lo conminaron amenazantes”.
Atribuye a De los Santos “el peso histórico de las decenas de muertes civiles que ocasionaron los bombardeos que ordenó al puente Duarte, al Palacio Nacional y a otras posiciones”. Y revela que también fue él quien instruyó a Benoit para que solicitara formalmente la entrada de las tropas norteamericanas al país.
Antonio Imbert Barreras y Luis Amiama Tio no escapan al juicio de Uribe Peguero, aunque Amiama era civil e Imbert no era un hombre de cuarteles. Critica su actuación en el Golpe de Estado contra Bosch, y que “el general vitalicio” apoyara las fuerzas opuestas a la constitucionalidad. Dice que la pericia de Imbert en asuntos políticos era escasa y que no es extraño que ambos se identificaran con el anticomunismo “contagiados por la influencia norteamericana”.
Apunta que participaron en el ajusticiamiento de Trujillo porque eran sus enemigos personales “pero pertenecían a la burocracia” que se alineaba con la derecha. Hace alusiones poco benignas al Gobierno de Reconstrucción que presidió Imbert y declara que tanto a él como a Luis Amiama “se les vio en los cambios de Gobierno, detrás de quienes asumían el poder”. De Imbert expresa que tiene adversarios que no le perdonan “ciertas participaciones en su vida pública”.
Con Wessin es clemente. Pero lo que escribió del comodoro Francisco Javier Rivera Caminero supera en gravedad al “limitado y dubitativo” general que bombardeó tantos puntos clave durante la Guerra Patria.
Rivera Caminero, para Uribe, “fue uno de los más fieros opositores al movimiento revolucionario”.
“Fue él quien ordenó el bombardeo naval al Palacio Nacional y a otras posiciones cercanas al puerto de Santo Domingo el 27 de abril desde un buque de la Marina de Guerra”. Narra que se embarcó en la fragata Mella y dirigió los bombardeos al Palacio Nacional y a otros objetivos y que en estos ataques participaron una corbeta y un patrullero de su institución.
Después de la Revolución, asevera, “él tendría que ver de algún modo con el ataque a los constitucionalistas en el hotel Matum”, y señala: “Otra mancha en el historial de Rivera Caminero” fue su responsabilidad en el ametrallamiento a los estudiantes frente al Palacio Nacional el 9 de febrero de 1966. “Como jefe de las Fuerzas Armadas no se le puede absolver”, escribió.
Rivera fue honesto y de carácter fuerte y disciplinado, apunta, pero “hay que agregar sus debilidades como profesional de la carrera militar”. Añade que “era un enemigo acérrimo del PRD y un fanático anticomunista”. Cuenta que lo recuerda durante la campaña de 1978 arengando al personal en cuanto a que “era necesario hacer todo lo posible porque Balaguer ganara las elecciones, aunque fuéramos militares. También decía que “a los comunistas del PRD no se les entregará el Gobierno aunque ganen las elecciones. Su rechazo a José Francisco Peña Gómez y al PRD llegaba al odio fanático y personal”.
Reitera “el estigma de sus actitudes cuestionadas, especialmente aquellas que con- llevaron la muerte de personas inocentes”.
El libro de Eurípides Antonio Uribe Peguero, de 691 páginas, no se limita a estos militares ni a la Revolución de abril y se extiende hasta 2016 porque la participación de los militares designados por el presidente Danilo Medina concluirá ese año, explica.