Las menciones, siete en total, de Pedro Henríquez Ureña al cine en el tomo III del “Epistolario íntimo” (SD: UNPHU, 1983) son un poco más abundantes que en los volúmenes anteriores.
Ese importante estudio de la relación de PHU con el cine como parte de una investigación acerca de la vida cotidiana de todo gran intelectual y el examen de una vida cotidiana es siempre parte del material de acarreo para el futuro Emil Ludwig o Stefan Zweig que ose ahondar en las aguas profundas del también futuro gran biógrafo de nuestro humanista.
La primera mención al cine del Sócrates dominicano a su especie de Alcibíades mexicano es un consejo del maestro al discípulo, que me parece ser la relación entre estos dos grandes intelectuales, que duró desde el día de su encuentro hasta la muerte de nuestro humanista en 1946, caso único de amistad en América: “Abandona la erudición, y el cine cuando puedas: no soy irracional; no pretendo que los abandones cuando son recurso. (p. 53, NY, 8 de agosto de 1917).
Por qué abandonar la erudición y el cine. La primera es farragosa para el tipo de ensayo que PHU y Alfonso Reyes se proponían, aunque necesaria cuando no es pedante. La erudición total es necesaria para los buceadores del humanismo o los hombres-biblioteca: Hegel, Husserl, los filólogos alemanes, Saussure, Will y Ariel Durant, Émile Benveniste, Marcelino Menéndez Pelayo, Ramón Menéndez Pidal, los historiadores de mitos y religiones. Para el ensayista tipo PHU o AR, la erudición debe estar sugerida, aunque la tesis doctoral de PHU es erudición pura, pero esa tesis no es lo mismo que “Seis ensayos en busca de nuestra expresión”.
La segunda cita al cine (durante el viaje de PHU hacia Los Ángeles y Berkeley, 19 de septiembre de 1918), para que se entienda el contexto en que se produce, debe ser larga: “Entre tanto, la mujer, que es la que tiene ‘tiempo’, se forma una cultura superficial, del tipo ocioso, y desdeña la incultura masculina. De ahí salen dos tipos de mujer: la que explota duramente al hombre (véase ‘The Custom of the Country’, de Edith Wharton, o ‘Together’, de Robert Herrick) y la que concibe deseos de hacer ‘cosas’, sin saber bien qué cosas, porque su cultura es superficial (anoche vi una buena sátira de eso, en el cinematógrafo; una muchacha campesina, –interpretada por Mary Pickford,– quiere dedicarse a la ‘alta cultura’, y la alta cultura es el baile estilo Duncan)”. (p. 115)
Note el lector que PHU, bien temprano, va al cine ‘motu proprio’ y ve a una de las grandes actrices del cine mudo.
Desde Minneapolis, el 3 de noviembre de 1920, PHU le dice a AR: “Una soprano, Marguerete Namara, – ¡que también es de cinematógrafo!– cantó”. (p. 184). Y aunque no se trata de película vista, por lo menos es vinculante con el cine y no se sabe si ya PHU la ha visto cantar para películas mudas.
Al referirle a AR (ahora embajador en Brasil, carta del 20 de mayo de 1930) la llegada del polaco Salomón Kahan a Buenos Aires, le dice: “–A propósito, oí un concierto dirigido por Casella, con cosas de él, menos interesantes que sus ‘Films de guerre’.» (p. 394).
De todas las referencias al cine, esta es la más interesante, tanto por la amplitud como por la calidad del filme visto. Es del 13 de junio de 1930 la carta a AR desde Buenos Aires, a menos de un año de su salida para Santo Domingo, donde verá ‘Africa speaks!’, y le informa: “En el Cine Club he visto ‘The fall of the house of Usher’ (¿o es ‘Usher House?’), en arreglo de Epstein. Como Poe, está bien realizado. En el cine comercial, he visto ‘El cuerpo del delito’, bueno (aunque ‘over-ingenious’) como asunto policial, absurdo como lenguaje: Seguro la –que enuncia bien diciendo ‘Adiós, rica’, Barry Norton, enunciando como guarango de Buenos Aires: ‘lajana’ por ‘las ganas’; Antonio Moreno, con enunciación de mozo de cuerda sevillano (‘arguien’) junto a pronunciaciones ultrainglesas (‘el señor Benson’). Dorothy Brenner, que comió ayer en casa, nos invitó a ver ‘Sally’, tontería en color y música”. (p. 402).
¡Uy, qué párrafo más denso! En primer lugar, un hombre que sabe inglés de sobra, le pide auxilio a su amigo AR. ¿Está perdiendo memoria agobiado por tanto trabajo, el problema de dinero y la presión de su mujer? Ha dado en la primera línea el título correcto en inglés, ha leído a Poe, ¿y no recuerda? Me desviaría el responder ahora a esta pregunta.
En efecto, el filme que PHU vio fue el del director francés Jean Epstein, con guion suyo y de Buñuel. Es de 1928, de terror, mudo y dura 63 minutos. Se infiere que PHU era ya visitante de ese Cine Club. En cuanto a los actores, son la crema y la nata del momento y el futuro promisorio les aguarda, incluso a algunos como grandes directores: Abel Gance, Buñuel, que no actúa, Charles Lamy, Jean Debucourt y Margarite Gance. No voy a contar el argumento, que el mismo PHU cita el cuento de Poe. El filme francés fue traducido siempre como “El hundimiento de la casa de Usher”.
No recuerdo haberlo visto en Francia. Es posible que lo viera. Sí vi el de 1960 de Roger Corman cuando se estrenó en la Capital. Su protagonista principal, Vincent Price, fue, desde ese momento, mi actor favorito de películas de terror.
En la penúltima cita sobre el cine, se comprueba lo dicho por Sonia, la hija de PHU, aparte del problema de su mujer: “Vivo muy aislado. Isabel no quiere recibir ni visitar ni ir más que al cine. El dinero no me alcanza. Y no he podido ni ver a los Rojas Paz, que me iban a conseguir una conferencia pagada en Azul: quiero invitarlos a casa, pero Isabel siempre halla modo de posponer la invitación”. (Carta a AR, 16 de agosto de 1930, p. 406). Pronóstico de viaje a Santo Domingo a la vista.
Ya han embarcado para Santo Domingo rumbo a Nueva York. El 28 de noviembre de 1931, a bordo del “Eastern Prince”, PHU le escribe a AR: “Después de salir de Río, el barco ha adquirido sus caracteres propios: todas las noches cine, o baile, o carreras de caballitos”. (p. 430). Ha de inferirse que PHU se partía en dos: al cine con Isabel para evadir su depresión perenne por su familia y su país; y al tiovivo con las niñas.
Al llegar a Nueva York, el 8 de diciembre de 1931, le informa a su amigo íntimo: “Nueva York está gigantesca, –nunca imaginé que llegara a tanto–, pero triste y fea. Muchos de los rascacielos, en vez de buscar efectos propios, los que nacen de su tamaño, tratan de culminar en torres orientales. Los grandes cines, el Roxy, el Paramount, llenos de cargazón Luis XIV: Isabel dice que se parecen a la Embajada Mexicana en Buenos Aires. Pero las masas son imponentes”. (p. 430).
Sin PHU saberlo, el escenario de la dictadura más cruel de América aguarda por él en Santo Domingo, engañado por su hermano Max que le pintó pajaritos en el aire y, bueno es decirlo, acuciado por la crisis financiera personal y la presión de su mujer.