Ninguna organización humana está libre de conflictos porque el poder embriaga y la competencia con frecuencia genera más interés que la cooperación. El PLD nunca estuvo exento de conflictos, pero desde principios de la década de 1990, los principales dirigentes pudieron sortear las dificultades mientras avanzaban en la meta de llegar al poder sin las trabas de Juan Bosch.
Después de 1996, el único conflicto interno de trascendencia fue la confrontación entre Danilo Medina y Leonel Fernández por la nominación presidencial en el 2008. Fernández venció en las primarias de 2007, y Medina denunció que lo había derrotado el Estado. Prácticamente desapareció del escenario gubernamental en el cual se había mantenido encumbrado por dos décadas como congresista, estratega y ministro.
El meteórico ascenso de Leonel Fernández frenó el liderazgo de Medina, a tal punto que Fernández se convirtió en el líder indiscutible del PLD hasta hace poco tiempo. Ha contado además con un sólido apoyo desde fuera del PLD, sobre todo, de los sectores ultraconservadores que quedaron sin cobija con la muerte de Joaquín Balaguer.
Encumbrado en su liderazgo, Fernández orquestó una reforma constitucional que le dio la posibilidad de repostularse en múltiples ocasiones (el sistema de reelección indefinida no consecutiva con un período de receso es el más cercano al de reelección indefinida consecutiva). Pudo haber dejado intacto el sistema de una repostulación y nunca jamás, pero su intención era volver.
En 2011, después de recibir dos millones de supuestas firmas para cambiar la Constitución que él mismo había promovido y proclamado en 2010, Fernández se adhirió al postulado y no se repostuló por cuarta vez en el 2012. Lo pospuso para el 2016.
Ahora, en un giro de preferencias políticas sin precedentes en la historia dominicana, el escenario electoral ha cambiado y Fernández se resistió a ajustarse. En 12 años de presidencia su histrionismo político se resquebrajó, su palabra se devaluó, y algunos de sus cercanos colaboradores han pasado por la justicia aún sea sin juicio.
Los leonelistas culpan del declive de la fuerza política de Leonel Fernández a la oposición anti-leonelista, pero que 89% de quienes simpatizan por el PLD quiera que Danilo Medina se repostule, según mostró la encuesta Penn, Schoen y Berland, es muestra de que el problema traspasa el alcance de la oposición. Sería difícil argumentar que el 89% de la masa votante del PLD está compuesta por tarados mentales manipulados por la oposición.
En la desorientación política que provoca la transmutación de preferencias electorales, los leonelistas y danilistas se imputan el pecado. A Fernández por haber cambiado la Constitución en 2010 eliminando el sistema de una repostulación y nunca jamás, de la cual se hubiera beneficiado Medina en el 2016, y a los danilistas por promover otro cambio constitucional. De ambos lados se pronostica catástrofe institucional si no se hace lo que desean.
Ante esta situación, los optimistas desean un acuerdo amigable entre Leonel Fernández y Danilo Medina para cambiar la Constitución o dejarla igual. Pero si ese acuerdo fue en algún momento posible sin grandes traumas, ya ese tiempo pasó.
En la lucha abierta actual, el peor posicionado es Leonel Fernández. Si recula en sus intenciones de repostularse (con o sin cambio constitucional) sería un signo de debilidad y derrota política, por lo menos en lo inmediato. Si no recula será visto como un glotón político con cuatro postulaciones. Medina tiene contra sí sus planteamientos anti-reeleccionistas, pero encuentra un escenario político más favorable. Si hay cambio constitucional gobernaría cuatro años más; si no, sería percibido nuevamente como la víctima de Leonel Fernández.