La palabra democracia ha dado lugar a tantas confusiones y malentendidos que para algunos es preferible encontrar otra denominación para designar el ideal de una comunidad de hombres libres. Se le ha puesto diferentes adjetivos y no ha sido posible, porque lo importante es reencontrar el valor auténtico de palabras cargadas de esperanzas humanas.
Una falsa filosofía de la vida, que hacía de la libertad humana la regla soberana de todo orden moral y social, de todos los valores humanos, y en particular del trabajo una mercancía a ser cambiada por la esperanza de poseer en paz lo material, pero sin Dios, ha alterado tanto el principio vital de las democracias modernas, que ha permitido en ocasiones, ser confundida con la misma Democracia, pero convertida en Salvajismo.
Lo que en principio soñamos y amamos de la idea de la Democracia, comprendida como una marcha hacia la justicia, el derecho y la liberación del ser humano, ha brotado de una filosofía diferente, y en realidad ha conducido este concepto de forma de vivir y gobernar en una terrible confusión para nosotros mismos y especialmente para las nuevas generaciones.
Los pueblos, aunque no lo demuestren de manera constante, no pierden la esperanza de encontrar las verdades inseparables de los principios auténticos de la emancipación humana. Y todavía perciben, a través de los errores de la falsa filosofía de la Emancipación, las verdades de la auténtica filosofía de la Liberación por las cuales han vertido y vierten su sangre; y solamente a fuerza de sufrimiento y desengaños van abriendo sus ojos.
Una nueva Democracia tendría necesariamente que fundamentarse en el bien común volcado hacia todas las personas; autoridad política que dirija a los hombres libres hacia ese bien común; moralidad intrínseca de la vida política; inspiración personalista, comunitaria y pluralista de la organización civil; vinculación orgánica de la sociedad civil con la religión, sin compulsión ni clericalismo. Dicho de otra manera, sociedad real, no decorativamente cristiana. El derecho y la justicia, la amistad cívica y la igualdad que ella soporta, como principios esenciales de la estructura, de la vida y de la paz en sociedad.
Una obra común inspirada por el ideal de libertad y fraternidad. Que procure la instauración de una sociedad fraternal donde los seres humanos logren liberarse de la miseria y las humillaciones. Pensando que las personas son realmente animales dotados de razón, y que por consecuencia, una parte de esa animalidad requiere otra de racionalidad.
Pero el papel de los instintos, los sentimientos y lo irracional, es mayor aún en la vida social y política que en la vida individual. Por eso, una sociedad de inspiración humanista y de esencia cristiana, tiene que tomar en cuenta de manera importante la educación, pues tiene que domesticar lo irracional de la parte animal del ser humano. Convertirla en racional y desarrollar las virtudes morales, para que haya un cuerpo político sano. Sería la mejor forma, par no decir única de combatir efectivamente la delincuencia, el libertinaje, el desorden y la corrupción.