En la fábrica de monstruos. Quizá se trate de una simple coincidencia o, como sospechamos algunos, producto de un acuerdo tácito de los jueces, pero lo cierto es que los condenados y acusados de los peores crímenes van a parar a la cárcel del 15 de Azua, considerada la mas inhóspita, para decirlo de manera elegante, del viejo sistema penitenciario. A esa especie de inframundo sórdido y despiadado donde impera la ley del mas fuerte fue enviado, hace un par de semanas, uno de los acusados de matar, durante un asalto en Baní, a un niño de dos años a cuya madre despojó de una pasola, quien en pleno tribunal y al escuchar a dónde lo enviaba el juez gritó: “mejor péguenme un tiro en la cabeza”. No fue necesario. Al otro día de ser ingresado a ese recinto su cadáver apareció colgado en su celda, y todavía la Policía investiga si se ahorcó, agobiado por la inmensidad de la culpa, o lo ahorcaron sus compañeros de celda, dando cumplimiento así a una ley no escrita entre los presos que consiste en hacer justicia con sus propias manos con los asesinos y violadores de niños y niñas. Al 15 de Azua fueron también enviados, para cumplir un año de prisión preventiva como medida de coerción, los tres jóvenes (18, 19 y 20 años respectivamente) acusados de asesinar a puñaladas al locutor y presentador de televisión Claudio Nasco, que empezarán a expiar su culpa en el peor de los infiernos posibles antes de que un juez dicte la sentencia definitiva. Es evidente que a esos “monstruos”, que confesaron su crimen sin ninguna muestra de arrepentimiento, se les considera irredimibles, una causa perdida, por lo que solo resta castigarles con todo el peso y el rigor de la ley. Pero sería un gran error creerse que encerrándolos estaremos a salvo de su amenaza mientras la fábrica de monstruos, cuya principal materia prima es la inequidad y la exclusión consustanciales a nuestra pobreza, se mantenga encendida y en plena producción las 24 horas del día.