Antes de que cesen los aplausos por el boche “patriótico” que, según bocinas y corifeos, le dio el presidente Danilo Medina al embajador James W. Brewster, a quien está bueno que le pase por andar metiendo su cuchara en platos ajenos, conviene que recordemos que la corrupción nuestra de todos los días, la que nos estrujan en la cara, aunque no podamos probársela en un tribunal de justicia, tantos funcionarios que andan por ahí exhibiendo fortunas que nunca podrían justificar, no se la inventó el diplomático. Tampoco es una calumnia decir que somos un “puente” para el envío de drogas hacia el gran mercado norteamericano y Europa, pues esa es una etiqueta que nos ganamos, merecidamente, hace tiempo, y que confirman los constantes alijos que capturan nuestros organismos antinarcóticos, con frecuencia en estrecha colaboración con la DEA. Ni dijo nada que no supiéramos ya, porque vivimos esa pesadilla todos los días, sobre la inseguridad ciudadana que ha trastornado nuestras vidas, haciéndonos desconfiar hasta de nuestras propias sombras. ¿Donde está el problema? ¿Qué fue lo que molestó al presidente Medina, quien rompió su habitual silencio para “poner en su puesto” al representante del poderoso imperio? ¿Que se atreviera a decir que si no enfrentamos, todos a una, el flagelo de la corrupción, veremos salir corriendo a los inversionistas? Por supuesto que a nadie le agrada que un fulano, extranjero para mas señas, se presente a tu casa a reprocharte que no hayas podido, o no te haya dado la gana, enfrentar los problemas que te agobian, pero negar que esos problemas existen o sugerir que el entrometido se los está inventando es la peor manera de resolverlos.