Como en los mejores tiempos de la Inquisición, el Cardenal Nicolás de Jesús López Rodríguez, manda a callar a todo quien disienta de sus opiniones, y no sea médico ni jurista para opinar en torno al debatido tema del aborto en nuestro país, olvidando que él no es ni una cosa ni la otra.
Coincidiendo en tremendismo, el mismo día de sus declaraciones, el presidente de la Suprema Corte de Justicia, doctor Mariano Germán Mejía ofrece unas imprudentes declaraciones sobre un tema del que debiera opinar solo por sentencia.
Parecería que este funcionario se apresura a «ponerse donde el capitán lo vea» o que responde a una línea de acción, coincidente con el Tribunal Constitucional que busca crearle situaciones incómodas al presidente Danilo Medina Sánchez, en menoscabo a su arrolladora popularidad.
En cuanto al Cardenal, hay que recordarle que no vivimos en la Edad Media y que la Declaración Universal de los Derechos Humanos y nuestra Constitución, garantizan la libre expresión del pensamiento y más sobre temas neurálgicos que pueden afectar la vida e integridad de mujeres indefensas.
Respetamos las creencias religiosas de cada quien y las decisiones personales que de ellas puedan derivarse, pero jamás estaremos de acuerdo con que producto de esas creencias se impongan a todo el mundo, por ley, obligaciones ajenas a sus credos, criterios y derechos ciudadanos.
Sostengo y reitero que obligar a una madre a cargar, de por vida, con el estigma y desgracia de un hijo producto de un incesto o una violación, o con graves deformaciones congénitas, sería una irresponsabilidad de un Estado y una iglesia, incapaces de hacerse cargo de las víctimas de esas situaciones.