Un libro sobre la siquiatría en República Dominicana

Un libro sobre la siquiatría en República Dominicana

POR ÁNGELA PEÑA
Aníbal Julio Trujillo Molina, hermano del dictador Rafael Trujillo, sufría de depresiones frecuentes y severas por lo que fue hospitalizado varias veces en Estados Unidos. En una de sus recaídas, Héctor Bienvenido Trujillo, a la sazón presidente de la República, envió a su sobrino Luis Ruiz Trujillo a informarle que debía regresar a Norteamerica para ser sometido nuevamente a tratamiento psiquiátrico.

Aníbal había recibido en aquel país terapia electroconvulsiva, pero esta vez no quería ser sometido nuevamente a esa modalidad terapéutica y decidió quitarse la vida con un tiro. Todos los familiares asistieron al sepelio, menos el Jefe.

El relato del doctor Lino Andrés Rosario Romero desmiente la reiterada versión de que Aníbal Julio fue asesinado por el dictador, como han publicado algunos escritores tras el ajusticiamiento. Un hijo del occiso, Aníbal Trujillo Peynado (Pungo), procreado con su segunda esposa Mireya, era, según el reconocido psiquiatra, un desequilibrado que «creció con una patología mental severa».

Estas referencias están contenidas en el libro Historia de la Psiquiatría Dominicana, serio y acucioso trabajo sobre la materia que circula desde la semana pasada.

Romero Rosario enfoca situaciones políticas, sociales, humanas del acontecer de esa rama, tras veintiséis años de búsquedas en archivos, ruinas, hospitales, fortalezas, cárceles en las que las torturas enloquecían a prisioneros cuerdos o manicomios en los que se internaba como locos a personalidades en su sano juicio por sus posiciones políticas, como ocurrió en Nigua desde la ocupación norteamericana de 1916, cuando fue ingresado allí el capitán de navío Fred Nerkle, que se mató de un disparo en la cabeza. «Este fue el primer suicidio que ocurrió en la cárcel de Nigua, y a él seguirían otros «suicidios». Después Trujillo utilizó la cárcel para alojar presos políticos y personas no gratas a su régimen, por lo que la llamaron «Campo de Concentración de Nigua».

Cita a todos los conjurados del frustrado complot contra el déspota, en 1934, que fueron llevados presos a aquel lugar. «Unos y otros veían cómo torturaban a sus compañeros y cómo se consumía su vida día a día, en medio de oprobios infrahumanos. Por ejemplo, Ellubín Cruz y Luis Helú se volvieron locos y murieron después de tormentos espantosos. Daniel Ariza sucumbió tras torturas que le convirtieron en un «cadáver vivo», al que se obligaba a seguir trabajando con pico, pala, azadón y pesados instrumentos, mientras que su cuerpo se rendía bajo el golpeo sistemático de sus vigilantes. Estos le golpeaban dos o tres veces al día hasta hacerle perder el sentido», refiere.Añade que cuando falleció «parecía un deshecho humano, con sólo la piel y los huesos. El médico legista Rodolfo Román, quien según Romero era «un profesional muy hábil en provocar abortos criminales», certificó que Daniel Ariza había muerto de arteriosclerosis».

El doctor Lino Romero cita también el martirio a que fueron sometidos en Nigua Rigoberto Cerda, al que un día, moribundo, le pusieron en libertad pero poco tiempo después el cadáver apareció degollado, y «Félix Ceballos, que recibió palizas descomunales de manos del teniente José Álvarez y del coronel Rafael Pérez, este último jefe de los ayudantes del tirano. En el recinto carcelario, sufrió inmensas fiebres palúdicas, contrajo tuberculosis y murió desangrándose durante un episodio de hemoptisis».Otros antitrujillistas torturados en Nigua, en la relación de Romero, son Manuel y Bernardo Bermúdez, Tomás Ceballos, Alfonso Colón, Chicha Montes de Oca, algunos de los cuales fueron ahorcados tras las torturas.

Cuerdos en el manicomio

En la interesante obra hay un capítulo dedicado a otros presos políticos recluidos en pabellones del manicomio, con un revelador historial de su personalidad y de su paso por ese centro, como Juan Bosch, que según Romero «nunca olvidó los días de reclusión en el manicomio y por eso, meses antes de enfermar gravemente, se trasladó a Nigua y sembró un árbol frente al pabellón donde estuvo preso».

De Manuel Antonio Patín Maceo, literato y pedagogo, de quien asegura que fue tutor de Ramfis Trujillo, narra: «Por alguna razón cayó en desdicha con el régimen y fue puesto en solitaria. Sin embargo, algunos médicos se conmovieron con su caso, le sacaron de la solitaria y le ingresaron en un pabellón. Esto fue denunciado por un miembro del personal de Salud Pública quien ordenó que le inyectaran trementina en los muslos. Esto prácticamente lo destruyó física y emocionalmente. Los familiares constataron a algunos de sus amigos en el gobierno que sabían que él había sido tutor de Ramfis. Finalmente fue dado de alta».

Incluye, además, a Juan Isidro Jimenes Grullón, Francisco Augusto Lora, Víctor Garrido. De José Augusto Puig escribe: «Excelente médico internista, oriundo de Puerto Plata y enemigo del régimen de Trujillo. Militares trujillistas se presentaron a su consultorio, le secuestraron y le trajeron a la capital, donde le dieron una fuerte golpiza. Frente a un cabaret le dejaron por muerto pero milagrosamente sobrevivió. Al día siguiente, al encontrarle vivo le hicieron preso y lo llevaron a la cárcel Nigua. Pasó largo tiempo sin que los familiares supieran su paradero».

Un caso insólito narrado por el fino escritor que es el del abogado petromacorisano Machito Canto, de quien se dice «se hizo pasar por loco y para demostrarlo comió sus propias heces fecales. Desde ese día le dejaron tranquilo y era tratado en el hospital como un enfermo mental más. Así se libró de las torturas a que era sometido anteriormente».

Pacientes notables

En estilo claro, sencillo, analizados con la autoridad del profesional que los trató o estudió, el doctor Romero introduce los historiales clínicos de los que llama pacientes notables, entre los que está Eduardo Brito, a quien diagnosticaron en Minnesota, «la neurosífilis que acabaría su fulgurante carrera artística. Regresó a la República Dominicana pero ya no podía cantar… Fue hospitalizado en el manicomio de Nigua donde frecuentemente se violentaba y para calmarlo se le inyectaba trementina. Reproduce a Julio González Herrera, otro brillante intelectual internado en el centro, que en su libro Cosas de locos describe los últimos días de Brito: «…alguien oyó el susurro turbio y melancólico de una voz que parecía salir de una caverna diciendo: -Virgen de la Altagracia, después pronuncia unos balbuceos inconscientes e inintelegibles. Alguien dijo que trataba de cantar por última vez Los Gavilanes. A las cinco de la mañana falleció, y uno de los barrenderos del hospital, sin saber la joya artística que había desaparecido, dijo: «-Ya se murió ese maldito loco». Sólo 32 personas asistieron a su entierro».

De González Herrera afirma Lino Andrés Romero que «padecía de un trastorno mental generado por el abuso de alcohol. Generalmente le llevaban al manicomio cuando estaba ebrio y le despachaban cuando estaba sobrio. Con frecuencia amenazaba con demandar al hospital si no le despachaban cuando él lo pedía». Del relevante autor de Trementina, clerén y bongó cuenta Romero amenas ocurrencias y genialidades.

En esta relación están además, Rafael Cardona, Manuel Emilio Flores Vicioso, la señora McCormick, de la isla de Saint Kitts, Frías Meyreles, «un joven pro-comunista, muy activo en tareas consideradas subversivas por el gobierno, íntimo amigo del padre Robles Toledano…». También Rafael Capellán, Pedro Ubea, Basilio Peñaló y Miguel Lovelace, del que decían que «le hacía señales a Trujillo y le vociferaba improperios cuando pasaba frente al hospital en ruta hacia la Hacienda Las Marías. Por esa razón Trujillo dejó de pasar por esa vía ya que le tenía pavor a los enfermos mentales».

Historia

El libro, ilustrado con apreciable cantidad de fotos, narra la historia de la psiquiatría desde 1886 cuando el padre Billini fundó La Casa del Alienado, hasta 1992. Aquella era un «rústico pabellón techado de zinc donde se alojaba precariamente a 33 enfermos». Define métodos, tratamientos, medicamentos y va relatando los avances de la especialidad en el país en una extensa relación en la que incorpora a casi todos los especialistas de esa ciencia con sus procedimientos que en muchos casos desaprueba.

No es solamente un tratado de locuras, manías, obsesiones, delirios, electrocochoques, paranoia, esquizofrenia, quimeras de grandeza, sentimientos de persecución, trastornos de personalidad, arrebatos de violencia, fluctuaciones de humor, megalomanías, agresividad, mansedumbre. Es un estudio amplio, pormenorizado, completo, de esa ciencia en el país.Es traumático como ameno. Muchos conocidos dementes callejeros se revelan con sus pasadas corduras, las causas e inicios de su enajenación, la explicación de sus obsesiones tras ser atrapados por la perturbación. Lino Romero describe las vidas de Josefa la cibaeña, Daniel el cangrejero, Motorcito, Porfirio el loco, Abejón de coco, El capitán abogado, Tontón la burra o Mají curí, Gogó, Marianita, Simoncito o El orador, El libanés, Pepe, El Renovador, Javier, El cura, Chimbe cañón, Mateguama, Buzuco, Buquí Lapén, Olegario, La China o Loa, El Papaño, Siña Juanica, Cunda la torcía, Hormiguita brava, Barajita, Chochueca, El Capitán, Sonrisa, Corazona y una curiosa lista de locos extranjeros con sus normalidades asombrosas y sus alucinaciones espeluznantes.

Romero, quien nació en Santiago de los Caballeros el veintitrés de septiembre de 1930, hijo de Ramón Emilio Romero y Ana Matilde Rosario, está casado con Gisele Marcotte con quien ha procreado cuatro hijos: Pedro, Giselina, Ana Luisa y Lina. En el libro introduce personal médico y administrativo de los diferentes centros, listas de pacientes, enfermedades más comunes, modalidades terapéuticas, fármacos. Diógenes Céspedes, quien estuvo al cuidado de la edición, es también el autor del prólogo.

Historia de la Psiquiatría Dominicana podrá hacer reír a muchos y llorar a otros. Conmoverá a la generalidad y ayudará a eliminar la vergüenza de algunas familias por sus parientes desequilibrados ya que, como bien apunta Romero, en las ciudades, y sobre todo en los pueblos, «no se pueden esconder ni los locos ni los embarazos ilegítimos».

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