Un lugar en la historia.- Como la transmitieron “directo y en vivo” por televisión, y pudimos ver, con nuestros propios ojos, lo que ocurrió, no tenemos por qué tragarnos el cinismo de los políticos que montaron esa farsa. Estoy hablando, por supuesto, de la XXX Convención Ordinaria que debió escoger las nuevas autoridades del PRD, que puso en evidencia el absoluto desprecio de sus organizadores por los principios democráticos más elementales. Empezando por el anuncio, horas antes de empezar las votaciones, de que no se permitiría la presencia de delegados de Guido Gómez Mazara en los centros de votación, una calculada maniobra de provocación destinada a soliviantar los ánimos de sus seguidores y crear el clima de caos que convenía a su interés de conservar el control de la franquicia. Sin dejar de mencionar las restricciones que, desde el principio, se quiso imponer a los medios, coronadas por las agresiones a periodistas y la destrucción de la evidencia gráfica de sus fechorías que recogieron, como ocurrió con las reporteras del periódico El Día y Noticias SIN. ¿No es esa la mejor demostración de que sus promotores estaban conscientes de lo que hacían, por lo que su única preocupación era asegurarse de no dejar pruebas documentales de sus fechorías? Pero todos vimos, gracias a la excelente cobertura de la televisión, lo que pasó, y no necesitamos que alguien nos lo cuente a su manera y menos que trate de negar los hechos. Por eso es inevitable catalogar como una burla a los perredeístas, y por vía de consecuencia también a la democracia dominicana, la afirmación de Miguel Vargas Maldonado de que el proceso de votaciones fue “una fiesta de la democracia”, al tiempo de expresar su satisfacción por el triunfo que lo ratificó como presidente del PRD. Y claro que ganó la convención que organizó a la medida de sus espúreos intereses, pero al mismo tiempo se metió de cabeza en el zafacón de la historia política dominicana. Que le aproveche.