Dedicado con cariño a mi profesor Milton Ray Guevara y a mi amiga Leyda Piña. A los hermanos Sang Ben, que hemos amado esta tierra, nuestra patria y nuestro nicho.
Santiago Carrillo Solares (Político y escritor español)
En la política el arrepentimiento no existe. Uno se equivoca o acierta, pero no cabe el arrepentimiento
No soy de aquí, ni soy de allá
no tengo edad, ni porvenir
y ser feliz es mi color de identidad
Me gusta el sol, Alicia y las palomas
el buen cigarro y la guitarra española
saltar paredes y abrir las ventanas
y cuando llora un mujer
Me gusta el vino tanto como las flores
y los conejos y los viejos pastores
el pan casero y la voz de Dolores
y el mar mojándome los pies
No soy de aquí, ni soy de allá
no tengo edad, ni porvenir
y ser feliz es mi color de identidad
Me gusta estar tirado siempre en la arena
o en bicicleta perseguir a Manuela
o todo el tiempo para ver las estrellas
con la María en el trigal
No soy de aquí, ni soy de allá
no tengo edad, ni porvenir
y ser feliz es mi color de identidad
No soy de aquí, ni soy de allá
no tengo edad, ni porvenir
y ser feliz es mi color de identidad
Después de andar las maravillas del mundo
no hay nada como regresar a la patria
y compartir la libertad que mi gente
tan cara tuvo que pagar… Facundo Cabral
La polémica sentencia del Tribunal Constitucional promulgada hace unos días ha provocado encendidas reacciones; más en contra que a favor. Mi esposo Rafael, llegó un día a la casa diciéndome: “Mu-Kien, vas a tener que resolver algo, ahora tú y tus hermanos son todos ilegales. ¡Eres una ilegal! ¡Mi esposa es ahora ilegal!”. Me sonreí. No me había sentido aludida con el contenido de la famosa sentencia 168/13 del 25 de septiembre de 2013.
La broma de mi marido me puso a pensar y a buscar. Llamé de inmediato a mis hermanos para averiguar. Mu Yien, la abogada de la familia, fue la responsable de hacer las indagaciones. Papá llegó en 1936 con el propósito de ir a Cuba o a Estados Unidos. Circunstancias diversas le hicieron repensar su destino, decidiendo entonces echar raíces aquí en esta media isla del Caribe. Casó con mi madre en 1947. En ese momento ya tenía sus credenciales que le acreditaban como residente legal de la República Dominicana. Su tierra lo llamaba para reintentar reinventarse. Partió de nuevo a Cantón, China, con mi madre. Allí nació mi hermano mayor, Peng Kian Miguel, quien en 1966, siendo mayor de edad, se naturalizó dominicano. Mi padre lo había hecho unos años antes. Ya era un ciudadano dominicano de origen chino con todas las prerrogativas. Mi madre, Ana Ben Rodríguez de Sang, era una hermosa domínico-china, hija de una mulata, Andrea Rodríguez, y un chino, Ventura Ben.
¡Uff! ¡Qué alivio! Al averiguar la historia familiar me tranquilicé. Me dije: “ ‘El Tribunal Constitucional’ no podrá quitarnos, a mí ni a mis ocho hermanos, nuestra nacionalidad, porque mi padre, si bien vino como ilegal, regularizó su situación. Y por el lado de nuestra madre, tenemos también sangre dominicana. ¡Gracias abuela Andrea por tus raíces mulatas, mezcla de no sé cuantas razas!”. Llamé a Rafael y le dije: “Toli, soy dominicana y legal. Así es que nuestro matrimonio es válido”.
Ironías al margen, quiero hacer algunas reflexiones. Mi hermana Mu Yien tuvo un desagradable incidente en la oficina de pasaportes pues le exigían naturalización para expedirle el nuevo documento. Lo mismo ocurrió, en la misma oficina, con Lina Arzeno Douce viuda Latorre, la viuda de Eduardo Latorre, excanciller de la República. Sobre estos dramáticos hechos escribí hace unos años en esta misma columna.
No voy a exponer argumentos jurídicos, no es mi especialidad. Y sobre este tema ya los expertos han externado sus opiniones. Mis reflexiones son hechas por una orgullosa hija de migrante chino. Un adolescente valiente que cruzó por los mares en búsqueda de mejor vida. Sembró nueve semillas que han forjado árboles y que han dado sus frutos.
Como historiadora puedo afirmar, con propiedad y base, que el país se ha construido gracias a la migración. Los habitantes originales de esta isla, el este y el oeste, ya no están. Los taínos fueron exterminados en el siglo XVII, producto de la sobreexplotación a la que fueron sometidos durante la economía del oro y del azúcar. Mientras se exterminaban los indígenas, trajeron encadenados a los negros del África para que trabajaran en los ingenios, sometidos a crueles vejámenes.
En el siglo XIX fueron los capitales cubanos los que desarrollaron la industria azucarera que trajo el milagro de la modernidad capitalista. Después llegaron los franceses, italianos, ingleses y holandeses a invertir en el país en importantes casas comerciales, dedicadas a la exportación e importación de mercancías, trayendo como consecuencia el renacer comercial. El azúcar, que había tenido su boom en el siglo XIX, se convirtió en el principal producto de exportación, desplazando al café y al cacao y sobre todo al tabaco. En el siglo XX la industria azucarera se expandió. Se necesitaba mano de obra, y llegaron los cocolos. Y de la cultura cocola tenemos las chorchas, los apellidos exóticos como Smith, James, Ray, solo para citar algunos. Este país, como el resto del mundo, se ha construido con seres que llegan y parten de todas partes hacia cualquier parte.
Creo que entiendo el espíritu de la sentencia del TC, pero no su forma ni contenido. El haber puesto la auditoría desde el año 1929 va a generar una serie de innecesarias tensiones y conflictos. Más aún, si defendemos el Estado de Derecho, quiero que el peso de la ley caiga sobre TODOS, TODOS, TODOS. Es decir, los chinos, los libaneses, los judíos, los argentinos, los americanos, los españoles, los franceses, los venezolanos, los italianos, los holandeses, los alemanes, los cubanos, los japoneses, y, por supuesto, los haitianos. Peor todavía, se pretende hacer una auditoría en un país donde los documentos brillan por su ausencia, en el cual no ha habido conciencia alguna sobre la necesidad de preservar la memoria histórica, salvo, claro está, de los ocho años de Roberto Cassá en el Archivo General de la Nación. ¿Con qué instrumentos se va a hacer la famosa auditoría? ¿Por la sonoridad o no de los apellidos?.
Estoy de acuerdo de que somos un país soberano y que debemos regularizar la migración. Pero no puede producirse, como está ocurriendo ahora, una cacería de brujas. Siento que en vez de avanzar, nos hemos retrotraído a la Edad Media y a la Inquisición. ¡Pobre de aquellos ciudadanos con apellidos extraños, como el mío! Por demás pregunto y me pregunto: Díganme ¿Cuál es el apellido dominicano? ¿Existe? Pongamos el cascabel al gato.
Esta sentencia, así como el diferendo de los jueces de la Junta Central Electoral, tiene nombre y apellido: la migración haitiana, que representa el mayor porcentaje de migrantes y sobrepasa el 10% de la población que reside en el país. Entonces, si esta es la razón, tomemos el toro por los cuernos y hagamos frente a la situación de forma valiente y decidida.
El tema migratorio es un asunto de Estado, y debe ir más allá de una sentencia. El Estado dominicano no ha sido capaz de resolver el problema, quizás porque demasiados intereses económicos, políticos y sociales confluyen en el problema.
No sé lo que hará el Tribunal Constitucional con esta avalancha de críticas. Así como apoyé y apoyaré su creación, y he aplaudido muchas de sus sentencias, no puedo, lo siento mucho, respaldar una sentencia ambigua en mucho de sus planteamientos. Necesito que me convenzan, con muchos, muchos argumentos. Mientras, estoy tranquila de que no tendré que vivir en China, porque no sé hablar chino y culturalmente soy dominicana de pura cepa.