A ver si lo entiendo. Nací en Santo Domingo hace 26 años, me he criado, he estudiado y me he formado aquí; y, desde hace varios años, trabajo para el Gobierno. Siempre ando involucrada en asuntos culturales, ejerzo de periodista publicando artículos con asiduidad, algunos en otros países; también he ganado premios de cuentos y junto a otros autores dominicanos formo parte de antologías literarias. Gracias a la difusión me han empezado a solicitar en el extranjero para asistir a eventos en representación de mi país.
Pero cuando voy a renovar mi pasaporte me dicen que no, porque mi apellido “afrancesado” me aleja de la nacionalidad dominicana, naturalmente pienso que se trata de un error y me pierdo varios viajes esperando con paciencia a que se aclare el malentendido… pero resulta que no hay ningún malentendido. Ya no soy dominicana. Entonces, ¿qué soy? Me pregunto.
He escuchado que por mi ascendencia tal vez tendría derecho a solicitar una nacionalidad haitiana.
Yo entiendo que cada país tiene derecho a establecer y regular sus leyes de inmigración, es perfectamente lícito y necesario. Este país lo hizo en el 2010 con la modificación de la Constitución. Pero luego decidieron aplicarle un efecto retroactivo de ochenta años, lo que afecta a miles y miles de personas. Yo, entre ellas.
Y claro, una multitud de reacciones internacionales condenando esta decisión obliga al Presidente a defenderse y justificarse constantemente. Un costo demasiado caro e innecesario para el país y también para su imagen personal, pienso yo, después de lo que le había costado en estos casi dos años ir ganando palmo a palmo y día a día credibilidad y prestigio. Ahora entonces se ve obligado a nombrar comisiones con los más “lumbreras” de la nación para ver si encuentran la manera de salir de este atolladero con la cabeza razonablemente alta. Eso sí, mientras un sector ultranacionalista de sangre pura, digo yo, clama por la radicalización y el destierro, y no me extrañaría que ahorita lo hicieran por el blanqueo de la raza, vaya usted a saber. Y esperemos que no se le pase a alguno por la cabeza proponer la “solución total” como se le ocurriera a un austriaco con bigote allá por los años 40 del anterior siglo.
Y es que hay que estar atentos para no confundir una saludable identidad que involucre costumbres, gastronomía, paisaje o folklore con un nacionalismo exacerbado que invite a pensar que se está definitivamente por encima del resto.
Pero yo a lo mío. Y como amante que soy del cumplimiento de las leyes, busco una solución por el conducto reglamentario.
A ver si lo entiendo. Si ya no soy dominicana, algo seré… ¿Haitiana? Bueno, pues sigamos pensando qué puedo hacer… Vamos por pasos:
Primero,tengo que buscar una academia para aprender creole.
Segundo, ir a Haití, pero como no tengo pasaporte debo contratar un guía para que me pase clandestinamente por las montañas, (cruzando un río no, porque nado fatal).
Tercero, dirigirme a sus autoridades para decirles que en base a mis antepasados me hagan haitiana y me entreguen un pasaporte.
Cuarto, como presumo que el trámite no va a ser rápido, deberé buscar un trabajo allí (el mío en Santo Domingo lo habré perdido).
Quinto, como extranjera entrar legalmente en la República Dominicana y, claro, solicitar de inmediato un permiso de residencia para residir en mi casa.
Y por fin, ya sí, con mi flamante pasaporte haitiano podré representar a la República Dominicana en el extranjero.
A ver si lo entiendo.