El cuarto discurso de rendición de cuentas del presidente constitucional de la República Luis Abinader ante el Congreso Nacional, del 27 de febrero de 2024 -el último de este período de gobierno-, no aportó nada nuevo en torno al tema de la cultura. Confirma mi certeza profunda, no ya mis razonables dudas ni mi amargo desencanto: la cultura no es prioridad de este gobierno, como no lo ha sido de ningún otro gobierno dominicano en toda la etapa republicana y democrática.
Confieso que no esperaba nada distinto. En este país los discursos presidenciales son totalmente predecibles sin importar el tema que aborden. Los tres discursos anteriores no llenaron las expectativas del sector artístico y cultural. Este de ahora se reduce a una breve mención de lugares comunes. Cito las palabras del presidente tocantes a la cultura (ese tan citado “eje transversal” de todo cambio social):
“Además de la educación, hemos dedicado esfuerzos a la promoción de la cultura, sabiendo que esta es la mejor forma de estimular la creatividad, fomentar el pensamiento crítico y fortalecer la capacidad de reflexión y análisis de las personas.
Como parte de un plan de rescate y habilitación de la infraestructura cultural, en el año 2023 se ha continuado con las diferentes obras de restauración y remozamientos de espacios y oficinas culturales, con inversiones que ascienden a más de 110 millones de pesos, destinados a 8 intervenciones culturales que se encuentran en ejecución.
Hemos llevado a cabo intervenciones en las escuelas de Bellas Artes de Santiago y Puerto Plata, que se entregarán en menos de dos meses, con una inversión que supera los 67 millones de pesos entre ambas.
Y a esto debemos sumar algo muy importante en nuestra apuesta por fomentar una sociedad abierta, con pensamiento crítico, plural y formada. Hemos transformado el canal estatal Radiotelevisión Dominicana en una genuina televisión pública, a favor del país y del pueblo, alejándonos de intereses particulares de los gobiernos de turno, una televisión abierta a las ideas democráticas, separándonos de sesgos partidarios y representando dignamente un solo color, el que representa a todos los dominicanos y dominicanas. La nueva televisión pública cuenta con la más avanzada tecnología y ha desarrollado la capacidad de producir sus propios contenidos, como la primera serie animada de la historia de la TV dominicana, invirtiendo en la capacitación de sus recursos humanos, convirtiéndolo en un concepto innovador, marca país, cuyo papel fundamental es la preservación de nuestra identidad y los valores que la conforman, mediante la difusión de contenidos educativos, culturales e históricos”.
276 palabras dedicadas a la cultura. Ella aparece tres veces como sustantivo y cinco veces como adjetivo (“culturales”). Solo tres observaciones puntuales. La primera: el presidente confunde educación con cultura, la promoción de la cultura con el fomento de la educación, dos ámbitos vinculados, pero claramente distintos. La segunda: enuncia lugares comunes que parecen sacados de la formulación de objetivos de algún proyecto educativo o cultural, y todos en la forma infinitiva del verbo. La tercera: “estimular la creatividad, fomentar el pensamiento crítico y fortalecer la capacidad de reflexión y análisis de las personas” es tarea y misión propia de la educación, de una educación verdaderamente emancipadora (la que no tenemos), no de la cultura.
El expresidente Danilo Medina Sánchez solía confundir educación y cultura en sus discursos presidenciales. El presidente Luis Rafael Abinader Corona le sigue los pasos, los pasos perdidos. Sigue la misma línea discursiva. Menciona la educación de los jóvenes como eje de la transformación cultural, pero olvida que la cultura es el eje de la transformación social.
Lo entiendo: el presidente lee lo que le escriben y le pasan otros, sus funcionarios y asesores muy bien pagados. El discurso presidencial se arma con la suma de los informes anuales de los distintos ministerios y organismos públicos. Pero sus asesores en materia de cultura son tan malos que no corrigen los errores, ni cambian las frases ya gastadas, y tan torpes que ni siquiera mencionan eventos que forman parte de los compromisos regulares de toda gestión en el Ministerio de Cultura. El presidente no mencionó ni la XXV Feria Internacional del Libro 2023 (justamente atacada y boicoteada por el desatino de haber invitado como país al infame Estado de Israel, que viola constantemente los derechos de los palestinos y hoy perpetra un genocidio contra el pueblo de Gaza), ni la XXX Bienal Nacional de Artes Visuales (obvio de momento su nulo o escaso brillo). En el gobierno del PRM se han celebrado ya dos bienales, se ha rescatado el evento desde su interrupción brusca en el año 2017 y restablecido su regularidad. Reconozco este punto a su favor. Sin embargo, los asesores y los viceministros de Cultura, ocupados más en intrigar e instigar cancelaciones que en hacer su trabajo, no son capaces de sugerirle al presidente que lo mencione como un logro de su gestión de gobierno en el campo cultural.
Reitero: el cuarto discurso del presidente Abinader ante la nación confirma mi certeza de que la cultura no es prioridad ni de este ni de ningún otro gobierno dominicano. No hay cambio, la promesa de cambio era engañosa. La inversión en cultura se reduce a inversión para restaurar y remozarciertos espacios públicos culturales. La verdadera gestión cultural en planes, programas y proyectos formativos y recreativos a escala nacional, provincial y municipal no existe. No hay conciencia de su necesidad ni de su importancia. El eje transversal no atraviesa nada.
Así que, al llegar a este último tramo del período de gobierno del PRM-Abinader, en materia cultural ya no queda nada por esperar, absolutamente nada, como no sea más de lo ya visto: más cultura-entretenimiento, más cultura-espectáculo y más cultura-farándula.
Pierre Bourdieu, estudioso y sabio de la cultura moderna, proponía incidir más en las políticas públicas para democratizar la difusión cultural. Suscribo por completo su propuesta, aunque no veo indicio alguno de ella desde el discurso oficial, y mucho menos desde la práctica social y la gestión ministerial.