A pesar del tiempo y de las dificultades, Iván sigue creyendo que el cambio es posible

A pesar del tiempo y de las dificultades, Iván sigue creyendo que el cambio es posible

Iván y el secretario general del Partido Comunista de Vietnam

Iván Rodríguez se aceleró al escuchar a José Francisco Peña Gómez, el 24 de abril de 1965, llamando al pueblo a lanzarse a las calles a defender la Constitución violada con el Golpe de Estado de 1963. A partir de ese día procuró armas, organizó una guerrilla, burló controles oficiales, sobrevivió a interrogatorios, prisión y al peligro de haber sido reconocido como comunista por los contrarrevolucionarios.


El asesinato de un joven en La Romana, por un policía nervioso ante la reacción popular, obligó a una rápida toma de decisiones con sus compañeros del 14 de Junio. Como no tenían pertrechos “para organizar una contraofensiva”, se armaron de bombas molotov que Iván había enseñado a fabricar.

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“Me pidieron buscar las armas de la guerrilla que ocultamos en el Cruce de Pavón”. Reapareció Julián Cedeño, “siempre dispuesto a apoyar, a pesar de su avanzada edad”.


Iván fue de los primeros prisioneros. El 25 lo descubrieron regresando de la capital con volantes incitando a salir y armarse. Un pabellón de la Base Aérea de San Isidro y un aula de esa institución, fueron sus cárceles, hambriento, sediento.


Las armas de 1963 estuvieron en un “tanque de grasa” hasta que, por indiscreción de un pariente de Iván, “amigo de Porfirio Rubirosa”, desaparecieron. Seleccionaron a Iván, Víctor López, “Morillo” y “Patón” para viajar a la capital a procurar pertrechos en el comando del partido. No tenía.

Retornaron con los impresos “subversivos” en una funda, y al pararlos en Los tres ojos, les preguntaron el contenido. “Una rifa”, respondieron, los dejaron seguir, pero en el segundo retén los descubrieron. La guardia sobó pistolas gritándoles: “¡Comunistas!”. Los trasladaron a San Isidro, en ebullición por la rebelión de los cadetes.


Wessin los llevó al general Juan de los Santos Céspedes: “¡Están llamando a la guerra, quieren matarnos con volantes, pero no se preocupe, que en la lucha todo se puede!”, gritó deslizando el índice por el cuello. A Iván y a Morillo los mandaron al Hospital Militar a extraerles sangre “por lo que se presentara”, y un médico los sacó a la pista para que abordaran un minibús hacia La Romana.

Otra guerrilla. “La Revolución estaba ganada, pero el 28, con los Estados Unidos apoyando el Golpe, esa lucha se convirtió en patriótica, por la defensa de la soberanía. Niños y adolescentes querían venir a Ciudad Nueva a enfrentar el imperialismo”.


El 14 de Junio decidió extender la contienda más allá de la capital “y comenzamos a preparar un levantamiento guerrillero en el este”. Recibieron armas y se unieron en esa misión con el Movimiento Popular Dominicano.
Iván Rodríguez, Monchín López, Teté Castillo, Ramón Cotes Morales, Carlos Jáquez y Víctor López Morillo fueron responsables de organización y abastecimiento. “Planteamos el alzamiento al 1J4 a través de Juan B. Mejía y Roberto Duvergé, y ellos nos fueron enviando fusiles máuser”.


Adolfo Mercedes Medrano (Fifo) hizo el reconocimiento de El Cuey, en El Seibo. “Llegaríamos a la cordillera oriental por la Loma del Medio para entrenar a la gente y lograr una mayor defensa”.
Los alzados, entre los que iban miembros del Sindicato Unido y Milagros Batista, salieron en vehículos de patriotas voluntarios.


“Cuando llegamos al puente del río Soco, encontramos un retén encabezado por un calié, Mirito Jiménez (Baldemiro), que nos conocía a todos”. Los llevaron a la fortaleza de La Romana y después de días de terror psicológico los mandaron a la policía de la capital, que los introdujo en la celda “Vietnam”. A Iván le fabricaron un expediente y lo trasladaron a La Victoria. En mayo los canjearon por agentes apresados por los constitucionalistas en el asalto a la fortaleza Ozama.


Fue recibido en el comando La Romana, en Independencia con Doctor Delgado. Recibió entrenamiento militar con Amaury Germán y en formación política con Jorge Cáffaro. Peleó en todas las batallas, sobrevivió a bombardeos y asaltos, siempre “en vigilancia permanente”.


Al final, el acuerdo con los agresores implicó entregar las armas. Fue respetado por el 14 de Junio pero Iván entendió que era necesario guardarlas.


“No era fácil, había retenes por doquier, pero un patriota con una entereza extraordinaria, don Julián Cedeño, José Nolasco y otro señor, se prestaron a ayudarnos. Vinieron cuando todavía estaba todo el montaje de las negociaciones, en el Opel Capital de don Julián que traía la goma de repuesto y una tapa, ahí colocamos los fusiles”.
Iván y sus compañeros del este fueron recibidos como héroes en La Romana.

Pero el gozo duró poco y la lucha de Iván se agudizó en el gobierno de Héctor García Godoy, “que recibió órdenes del imperio de acabar con la resistencia”. Le sucedió Joaquín Balaguer.

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Estuvo los Doce Años perseguido o preso.
Ser adolescente “era un delito. El acoso fue tan brutal que no podíamos usar botas, ni jeans, ni afros, ni camisa o poloshirt rojos, porque éramos comunistas. Las cárceles se llenaron de jóvenes”.

EL SINDICADO UNIDO DEL CENTRAL ROMANA
La destrucción del Sindicato Unido de La Romana, por “un cubano” que se comprometió a disolverlo, no desanimó a Iván Rodríguez Pillier en sus afanes por alcanzar una vida digna para los pobres.


“En esa ofensiva, el Central despidió 85 delegados departamentales por órdenes de Teobaldo Rusell, de funesto recuerdo. El sindicato fue cambiado de color, fueron incorporando serviles a la empresa y terminaron por secuestrar la histórica lucha del sindicato, que es hoy amarillo”, exclama.

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Iván y Fidel Castro en el Palacio de Gobierno de Cuba.
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No podíamos usar jeans, ni afro, ni camisa roja.


Siguió orientando las bases de forma clandestina y en esa labor le sorprendió la desaparición de Guido Gil, asesor legal y laboral del gremio, “y empezaron a perseguir a los dirigentes”.


Los partidos, agrega, habían dado gran importancia al trabajo de La Romana: una clase obrera organizada, beligerante, contestataria desde la dictadura de Trujillo. “Mi casa en la Pedro A. Lluberes 162 llegó a ser el punto obligado de cuadros como Guido Gil, Moisés Blanco Genao, Lucky…”.


Se libró de un atentado contra su vida trepando patios, después de ayudar a escapar a Santiago Rivera, del 14 de Junio, y, sabiendo que era perseguido, el partido lo envió a San Pedro de Macorís, pero allí le allanaron la casa y un jefe policial juró que lo mataría.


Roberto Duvergé, Fidelio Despradel, Joseíto Crespo Minaya, Ivelisse Acevedo y Juan B. Mejía, del Comité Central del partido, decidieron enviarlo a China a entrenarse.


En 1967 partiría junto a Crespo, Rafael Pérez Modesto, Rafael Florentino Sánchez (Felucho), Grecia Segura, José Florentino Sánchez, Miguel Reyes (Guelo), Napoleón Méndez (Polón), “Peraltica”, Aníbal López y Roberto Duvergé.
Pero en el aeropuerto lo reconoció un higüeyano que lo saludó por su nombre, ignorando que salía con otra identidad. Lo llevaron a una solitaria en la que permaneció 12 días. Salió gracias a la defensa del abogado y escritor Antonio Lockward.


Sunún Larancuent, experta en desfigurar rostros para que izquierdistas pudieran burlar autoridades migratorias, estudió a Rodríguez y dijo que, por su fisonomía, delgadez y esbeltez, sería “su obra maestra”. Descoloró su cabello, le puso blusa sin mangas y medias de mallitas, pero Iván no aceptó “el diseño” y el 1J4 buscó otra forma de despacharlo.
Dante Sánchez lo recibió en Madrid, desde donde partió hacia China “con escala en Karachi”.


Estuvo en la Academia Militar Nankín. Recibió entrenamiento de armas y lecciones de teoría política. “Conocí Chau Sa, Hopei, Shangai, Pekín y Hunam (como él los pronuncia), el sitio donde nació Mao Tse Tung”. Regresó en 1968.
Los 12 Años fueron para Iván, cuyo nombre de guerra era “Luis”, prácticamente de clandestinidad, debido al acoso balaguerista. La odisea es contada por su esposa Miriam en su libro “50 años tras las huellas del amor”.


“Los que se han vendido”. Juan Evangelista (Iván) nació el 27 de diciembre de 1938 en Matachalupe, Higüey, hijo de Francisco Rodríguez Medina, puertorriqueño que emigró al país en 1929, y de Juanita Pillier, descendiente de emigrantes franceses.


Mientras la familia aumentaba, Francisco y Juanita enviaban los niños a estudiar a La Romana, con su tía Mariana. A Iván lo llevaron a los seis años. Cursó primaria e intermedia. Interrumpió secundaria para trabajar por la subsistencia y por la Patria.


Es el tercero y único varón de cinco hermanos: Celeste Amanda, Carmen Guadalupe, Carmen Luisa y Ediltrudis.
Está casado desde el cinco de enero de 1957 con Miriam Mercedes Rodríguez, madre de Juan Jorge Iván, Miriam Ivania, Raúl Guillermo y Juan Evangelista (fallecido).


Sigue activo, pues considera que “la revolución no es una tarea de hoy para mañana. Muchos se cansaron, perdieron la perspectiva, yo sigo creyendo que es posible un cambio”.


Pone como ejemplo el campesino que vivía entre dos montañas que le impedían ver el sol y trabajaba en separarlas porque “si él no lo lograba lo alcanzaban los hijos de los hijos de los hijos… Hay que continuar la lucha hasta alcanzar los objetivos. Ese es un principio revolucionario”.


No se considera utópico porque, tal sería, si la meta fuera imposible. “Siempre y cuando el pueblo se organice, se una, es posible lograrlo. Hemos vencido a seis potencias: ingleses, franceses, españoles, a los gringos dos veces, y nos liberamos de los haitianos”.
“Lucho porque llegue ese cambio y estaré siempre presente”.


Hoy hay menos esperanza, “por los esfuerzos del capitalismo para evitar que las nuevas generaciones se empoderen de esos ideales. Si no puedo hacer la revolución, ayudo a que puedan hacerla los hijos y los nietos”.
Dice que utopía e idealismo “son pretextos de los que se han vendido para justificarse, porque, aunque la lucha por la Patria es un deber, muchos la utilizan para pasar factura”.


“Siguen vigentes las situaciones que nos llevaron a plantear la revolución. Tenemos más miseria, opresión, saqueo, no hay una soberanía real, la democracia es para un grupito”. Prefiere que lo llamen soñador “a que me digan que traicioné mi dignidad y mis principios”.

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