A rescatar las sanas costumbres. En la medida en que a las sociedades se le han ido agregando nuevos elementos “modernizantes”, cuyos usos o consumo se pueden calificar como un delirio obligatorio para una parte importante de la población, en esa misma medida han ido creciendo las zonas de tolerancia. Dejando de lado las cosas de orden moral y espiritual.
Algunas sociedades han tenido dificultades para sacudirse de los métodos negativos que han impedido su desarrollo armónico, su sistema institucional e incluso democrático. Así mismo se puede afirmar que el no lograr el funcionamiento eficiente y práctico de las cosas esenciales que posibilitan una calidad de vida adecuada para todos, se le puede atribuir en gran medida a la disminución de los escrúpulos en casi todas las actividades. A la ampliación de las zonas de tolerancia. Al aumento del tigueraje.
Cada vez aparecen nuevos estilos que moldean los comportamientos de la gente. Se utilizan enormes potenciales para “ingerenciar” en las costumbres de los ciudadanos. Crecen las ofertas. Se crean nuevas expectativas y concomitantemente aumentan las necesidades de adquirir nuevas cosas, pero los ingresos de la mayoría no soportan esos embates, porque no crecen al mismo ritmo que las ofertas. Sobre todo en períodos especiales como los que vive el mundo.
Por eso se han producido tantos desbalances en las sociedades. Pero de alguna manera había que compensarlo. Y el más práctico fue recurrir a la modificación de los patrones de conductas. De esa manera, manejando los parámetros conductuales y valorizando cosas que carecían de importancia moral y cultural, se acondicionaba el terreno para este nuevo esquema que empuja hacia el desorden.
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Muchos hombres y mujeres se levantaron con esquemas que moldearon sus vidas en diferentes actividades, independientemente de la concepción filosófica. Donde el honor, el deber, el respeto, la decencia y la pulcritud se imponían por encima de todo. Porque el canal conductual era bastante estrecho y se podía distinguir a simple vista entre lo bueno y lo malo.
Muchos dedicaron la mayor parte de sus vidas al trabajo creador, al estudio, a la enseñanza, e incluso a la política, dentro de esquemas mucho más románticos y místicos. Guiados por unos principios que lamentablemente hoy algunos consideran obsoletos.
Mientras tanto, los nuevos estilos han exigido más cosas materiales, más bienes, más riquezas. Por eso se pueden ver tantos contrasentidos en ciertos comportamientos humanos. Muchos incluso tal vez por gravedad, se vieron precisados a aceptar la nueva amplitud de los patrones conductuales de la corriente “modernizante”. Por esas circunstancias, el tamaño del parámetro ético-conductual de muchos sectores se ha ido poniendo del mismo tamaño de las conveniencias.
Volver a parámetros estrechos donde lo bueno sea bueno y lo malo sea malo, sin necesidad de disfraces sociales o mediáticos capaces de borrar cualquier inconducta, se hace indispensable, aunque cueste trabajo. Porque de lo contrario, nos enrumbaremos al desorden total. Y si no establecemos mecanismos de control que rescaten esos valores éticos y morales urgente y valientemente, estaremos permitiendo que empujen las sanas y buenas costumbres y la democracia hasta la sepultura.