En pocos días, pautado por un mandato constitucional, los ciudadanos tendrán la oportunidad de decidir el destino presidencial y congresual del país. Y al hacerlo, la simbología del ejercicio y/o derecho a votar, pone en contexto toda una historia de obstáculos, dificultades y obstrucción, afortunadamente superadas y con los desafíos pendientes que obligan a profundizar un gesto cívico de especial significación en la tradición democrática.
La época del militarismo interviniendo en procesos electorales y apagones como garantía de trampas quedaron atrás porque la madurez de actores políticos y la capacidad de observación en la sociedad allanaron el camino de un modelo imperfecto, pero con innegables manifestaciones de avances.
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Los resultados parecen previsibles y el PRM tendrá el desafío de hacer útil y racional la mayoría construida en las urnas. De referencia, los errores de sectores políticos que, una vez alcanzados los triunfos, mal entienden los resultados tomándose licencias en capacidad de servir de caldo de cultivo al festival de impugnaciones, rabias y derrotas épicas.
En el registro de los electores persiste las inconductas del PLD, su borrachera y excesos administrativos, pieza esencial de transformación y descalificación en amplios segmentos respecto de la metamorfosis patrimonial de sus cuadros durante el ejercicio del poder. Por eso, votar también es un recordatorio a las conductas impropias y enorme capacidad de sanción de la ciudadanía.
Soy militante de una causa política. De ahí, una responsabilidad pública en dos direcciones. Lo primero, empujar la victoria, y en segundo orden, apoyar las políticas públicas que favorezcan un modelo democrático que reduzca la desigualdad e inequidad social porque el ritual de la formalidad electoral debe encaminarse hacia los senderos donde el ciudadano sienta una mejoría sustancial en su nivel de vida, cada vez que vote y asocie el pliego de sus aspiraciones a los candidatos por los que opta. Mayoritariamente los electores votarán por Luis Abinader. Ahora bien, los resultados poseen una dosis de altísima capacidad de crítica debido al hecho de que la madurez democrática alcanzada facilita el sentido de impugnación de la ciudadanía.
Los perremeístas, en las horas que restan, tenemos que dedicarnos en cuerpo y alma al trabajo electoral efectivo. Tocar todas las puertas, entusiasmar y darle vida al torneo electoral sin confundir simpatías con votos. Lo correcto es transformar el entusiasmo favorable en votos el próximo 19, y con resultados positivos, la humildad como carta de presentación.