La imprudencia volvió a ser protagonista, como ya es costumbre en un país con una de las tasas de letalidad por accidentes de tránsito más elevadas de la bolita del mundo, del choque entre una patana cargada de alimentos para pollos y un autobús escolar en Hato Mayor, en el que perdieron la vida dos menores de edad y resultaron heridos, algunos de gravedad, otros 14 estudiantes.
Y otra vez, también, vuelve a ser protagonista de un accidente fatal el conductor de un camión o vehículo pesado, en este caso una mortífera patana, que junto con los motoristas pueden ser considerados entre los principales obstáculos que impiden poner orden y control en el caotizado tránsito dominicano. Es por eso que cada vez que se produce una tragedia vial en la que se encuentran involucrados es ocasión para que nos preguntemos, enervados por una mezcla de indignación e impotencia, hasta cuándo estaremos sufriendo los efectos de una plaga a la que las autoridades no han querido ponerle remedio. Y si lo digo de esa manera es porque para los ciudadanos es demasiado evidente, porque lo vemos todos los días en las calles y en las carreteras, que camioneros y motoristas (estos últimos representan el 73% de los fallecidos en accidentes de tránsito en el país) tienen licencia para violar la ley sin consecuencias.
Puede leer: Abel en su laberinto
Pero esa falta de consecuencias frente a la inobservancia de la Ley de Tránsito es probablemente la principal razón por la cual la República Dominicana ocupa el primer lugar en la lista de países con mayor tasa de mortalidad por accidentes de tránsito por año, según la Organización Mundial de la Salud (OMS).
No se trata de un dato nuevo sino de una realidad que hace tiempo viene reflejando una situación aterradora que, sin embargo, hemos terminado normalizando, como si fuera la cosa más natural del mundo que cada año cerca de dos mil dominicanos pierdan la vida en accidentes de tránsito que pudieron haberse evitado.