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Para David Álvarez Martín y Alina Bello
1. La relación entre obra literaria y política es dialécticamente indisoluble y, por evidente, el escritor, crítico literario, humanista o cientista social tiende a borrarla con la mayor naturalidad y no es su culpa.
2. Si el intelectual que se dedica a estas prácticas sociales no ha sido entrenado para ver lo político en la obra literaria, se debe a lo que Roland Barthes explicó hace medio siglo al plantear la oposición entre escribiente, escritor-escribiente y escritor. Veamos la definición de cada categoría:
3. La primera: «Los escribientes son hombres ‘transitivos’; plantean un objetivo (testimoniar, explicar, enseñar) y su palabra es un medio; para ellos, la palabra apoya un hacer, ella no lo constituye. He ahí el lenguaje reducido a (…) un instrumento de comunicación, [a] un vehículo del pensamiento.» (DC, art- cit., p. 115). Ese escribiente ha sobrevivido hasta el día de hoy y continuará su vida en el futuro.
4. En la segunda, según Barthes, la función del escritor-escribiente «… no puede ser sino paradójica: él provoca y conjura a la vez; formalmente, su palabra es libre, sustraída a la institución del lenguaje literario y, sin embargo, encerrada en esa libertad misma, ella segrega sus propias reglas, en forma de una escritura común; salido de un club de gente de letras, el escritor-escribiente halla de nuevo otro club, el de la ‘intelligentsia’.» (Art. cit. 117). Más adelante: «La ambigüedad de la que participa este híbrido en la sociedad capitalista, le obliga jugar un rol embarazoso. En efecto, intermediario entre escribiente y escritor, el escritor-escribiente es aceptado por esa sociedad consumista cuando no transgrede fronteras reservadas al escritor. Su obra se ve entonces aprobada por el público. Al contrario, si está a medio camino entre lo ‘transitivo’ (explicar, enseñar, testimoniar, divertir) y lo ‘intransitivo’ (transformar ideologías), se ve acusado de intelectualismo, vale decir, de esterilidad, inculpación que le cuesta la marginación a uno de esos campos que la clase dominante les reserva a quienes detentan una posición ambigua a su respecto: la universidad, la investigación, las bellas artes o a veces embajadas o agregadurías culturales, todos canales aparentemente inofensivos, pero que esa clase dominante controla y paga.»(Ibíd). Los escribientes de la Revolución francesa y un escritor como Bosch no mantuvieron una posición ambigua con respecto al sistema absolutista y al oligárquico-burgués dominicano.
5. En la tercera, para Barthes, «el escritor cumple una función, el escribiente una actividad. El escritor es aquel que ‘trabaja’ su palabra (aun inspirado) y se absorbe funcionalmente en ese trabajo. El trabajo del escritor comporta dos tipos de normas: normas técnicas (de composición, de género, de escritura) y normas artesanales (de labor, de paciencia, de corrección, de perfección» (DC, art. cit., 111). Y agrega: «El escritor es un hombre que absorbe radicalmente el ‘porqué’ del mundo en un ‘cómo escribir’ (…) Encerrándose en el ‘cómo escribir’, el escritor termina por encontrar de nuevo la pregunta abierta por excelencia: ¿por qué el mundo?, ¿cuál es el sentido de las cosas? (…) La escritura ‘representa’ al escritor como una pregunta, jamás, ‘en definitiva’, como una respuesta.» (Ibíd.). En su escritura, el escritor no convierte los problemas cotidianos en recetario ni en panfleto. [Critico a Barthes: el escritor no cumple ninguna función. Es la obra la que tiene un funcionamiento en la sociedad].
6. Los preparadores de la Revolución francesa no vivieron para verla (Rousseau, Voltaire, Diderot, D’Alembert, D’Holbach) y los escribientes que se apoderaron de sus discursos fueron Danton, Mirabeau, Robespierre, Saint-Just, Marat. Las obras literarias de los preparadores de la Revolución francesa hay que analizarlas desde otra perspectiva: la del “plural parsimonioso” de Barthes (S/Z. México: Siglo XXI, 1980. 2ª ed., p. 3). Con esta noción analizaré los cuentos de Bosch, porque estimo son deudores de ese tipo de lectura aplicado a S/Z. Son textos de escaso simbolismo y no llegan, al igual que algunas obras de Balzac, a la pluralidad indefinida de sentidos. En cambio, el escritor transforma, por el ritmo, las ideologías de su época y mediante un trabajo artístico de valoración del lenguaje inventa una pluralidad indefinida de sentidos.
7. El escritor-escribiente cuestiona, subvierte, denuncia o se rebela en contra de la doblez moral e intelectual de su época. Pero esa rebelión, subversión o denuncia son juegos de salón y quienes publican y financian esas obras lo saben. La rebelión, la subversión y la denuncia no transforman nada. Las clases dominantes del mundo lo saben. Como decía Max Stirner de los estudiantes, los escritores-escribientes son unos filisteos.
8. He aquí lo que glosé acerca del escritor-escribiente:¿Por qué se venden y se leen más las obras frívolas (light) de los escritores-escribientes que las del escritor que crea valor artístico? Por esto: «Un prejuicio de siglos marca la diferencia: mercado/literatura. El rol del escritor-escribiente en esta relación es el de productor de una mercancía (el libro) que entra en el circuito del dinero (mercado) a través de instituciones que por su carácter (casas editoriales, universidades, investigación, política [agentes literarios] no tienen por función valorar el lenguaje (…) Sin embargo, el texto de valor artístico del escritor está supuesto a llegar al público a través de una institución que le sería consubstancial: la literatura. (…) Otro prejuicio capital en esta relación del trabajo del escritor es que con su texto solamente vende ‘pensamiento’, materia prima o producto que no entra en el circuito del dinero y que por lo tanto se parte del hecho de que, si el pensar no cuesta nada, nada se pierde regalándolo.»
9. En sociedades oligárquicas como la dominicana, de escaso desarrollo tecnológico y literario, muchos creen que quien publica un libro no solo debe regalarlo, sino que quien lo recibe piensa que le hace un favor al autor, ya que se tomará la molestia de leerlo, lo que le significa una pérdida de tiempo. Otras veces tal regalo no es leído, sino que «sirve de adorno a algún moniliario.» (Art. cit. 115-116). Aclaro que un libro es una mercancía, pero los sentidos que transforman las ideologías de época de una obra no son mercancía, mientras que los significados que contienen las obras producidas por los escritores-escribientes, sí lo son. Todos los ‘bestsellers’ y la literatura ‘light’ responden a este criterio. Si no, como ejercicio lúdico, cuente la cantidad de libros ‘light’ en la librería Cuesta (tanto criollos como extranjeros) y compárelos con los títulos de obras de Dante, Shakespeare, Cervantes y otros escritores de valor artístico del mundo.
9. Salta a la vista entonces la siguiente constatación: el sujeto dominicano con quien el autor mantiene cierta relación se “ofende” si este no le regala el libro que acaba de publicar y, peor aún, si no se lo dedica con un ditirambo hiperbólico. El escritor y el lector concienciados compran las obras de sus colegas. Pero es un derecho de todo escritor el saber a quién regala o no su obra. (Continuará).