Adiós, Conde

Adiós, Conde

Entre libros, con su botellita de agua, como un turista escandinavo en La Zona, vivía hojeando, caminando como un oso polar en California...

Por: Miguel D. Mena
Adiós, Conde. Entre libros, con su botellita de agua, como un turista escandinavo en La Zona, vivía hojeando, caminando como un oso polar en California, como un jubilado cuyo jardín se renueva cuando aparecen nuevas carátulas, contraportadas o alguien chévere por saludar.

Lo más común es que uno hable de sí mismo cuando alguien se le va a uno, y sí, seguiré esa terrible costumbre de ponerse uno en el centro de la foto.

Los que se aferran tanto a los libros es porque no tienen gran cosa que hacer. Su papel es tocar papeles, imaginarse subiendo en globo con Verne o reciclar alguna de esas zonas comunes sobre García Márquez o los males de Dostoievski. La literatura de algún modo salva. O los libros acompañan. O de repente conviertes unos pasillos en tu ciudad de 9 a 9. Centro Cuesta del Libro fue su jaula, su jardín, su desierto, su Waterloo, su pecera, su loquería.

A veces pensaba que él debía tener alguna caja debajo de un escritorio para pasar la noche y no perderse alguna fiesta de fantasmas.

Subiendo, bajando, hojeando, mirando, escondiéndoseme, sí, porque sabía que lo buscaría como si él fuese una buena idea o un modelo o tal vez mi gran obsesión por esos pasillos olorosos a papel y desinfectante, si no se está cerca de la Cafetería, porque entonces el olor de tostadas con mantequilla -plato preferido de todos los pobretones y abogados en búsqueda que por allí se creen en algún cenáculo griego -o romano- hablando altísimo. Y tú tan alérgico a los ruidos y tan campante con tus risotadas y tu estarsete cayendo los brazos.

Hacía tiempo que no te veía, Conde.
Hiciste falta.

Ahora será peor. No te veré.
Quise despedirte, pero me aterra pensarte así, tan tranquilo, tan caballero, tan digno, tan con los lentes cayéndose, tan yo ahora qué sé yo, la próxima vez por esos bancos, esos abogados gritando de mesa a mesa, Víctor apilando pilas de novedades que ojalá sus biznietos acaben leyendo, y en fin, Dios sabrá.