Ahí viene Orlando

Ahí viene Orlando

Carmen Imbert Brugal

Insistente, necio, puntilloso. Su silencio decía más que cualquier filípica. Imperturbable, el rubor en su rostro inconmovible, era el único indicio de indignación.

Durante cuatro años tuvimos contacto frecuente, demandante. Atendía sus solicitudes como delegado del PRM, para revisar la composición de las juntas, en mi condición de miembro de la JCE, coordinadora de la Comisión de Juntas Electorales y Partidos Políticos.

“Ahí viene Orlando” era la advertencia, imposible no recibirlo, aunque antes expresara: “otra vez”! Intentaba eludirlo, escabullirme, pero sabía cómo y dónde encontrarme. Su persistencia y paciencia se convirtieron en estilo. La perseverancia tuvo frutos, tantos, que le decía: no pida más, de las 158 juntas, usted tiene 162.

No se conformaba con la lectura de las actas que avalaban el resultado de las reuniones para conformarlas, quería la reseña. Esa meticulosidad convirtió en alerta aquello de “ahí viene Orlando”, sabía que debía atender sus reclamos y volver a mencionar motivos.

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Estaba convencido de la pertinencia de su afán y de la importancia de no descuidar ningún pormenor. Tenía encima las demandas de la jerarquía de su partido, obsesiva y paranoica con el desempeño del vilipendiado pleno.

Tuvo la hidalguía de reconocer el trabajo de la JCE – “La JCE y la Confianza”– El Nacional-22.07.2020-. Lo hizo a contrapelo de la narrativa aviesa imperante, sostenida por el PRM y avalada por la perversa y oportunista vocería de las ONGS comprometidas, sin ningún disimulo, con el Cambio.

Después de la traumática suspensión de las elecciones municipales -16.02.2020- su tenacidad fue determinante para lograr consensos y contribuir a la realización de dos procesos electorales excelentes e históricos. Aquellos comicios, celebrados en marzo y en julio, en el vórtice de la pandemia, figuran en las antologías electorales de la región.

Mientras la Plaza ardía, la JCE trabajaba sin descanso, acompañada de los delegados de los partidos. Cada uno conocía perfectamente los tejemanejes, la fantasía y la realidad, los detalles que jamás revelarían. Cada uno supo y sabe, dónde están las culpas y callaron.

La consigna era continuar con el descrédito y atizar el colectivo. Orlando nunca se sumó al discurso del fariseísmo cívico que convirtió aquel pleno en una asociación de malhechores, cinco delincuentes que merecían la lapidación.

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Aprendió a convivir con los detractores de su padre, algo demasiado difícil, quizás incomprensible. Actitud que, en algunos casos, demuestra insensibilidad, negación o es propia de las personas que descubren, gracias a la fe, la escabrosa ruta del perdón.

Inolvidable la estampa de él y Dilia Leticia transitando los pasillos del Palacio de Justicia de Ciudad Nueva. Fue la época del desafortunado lance que sentó a su padre -expresidente de la república- en el banquillo.
Entonces ejercía las funciones de juez de instrucción y veía el desamparado trajinar de esos muchachos, innecesariamente expuestos al agravio. Tal vez ese entorno fue la forja de su identidad, de sus virtudes y sombras.

Su muerte ratifica la violencia que nos signa y trasciende el discurso reduccionista para explicarla. Ya Orlando no está, nadie anunciará su llegada. Queda el recuerdo.

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