Aída Cartagena Portalatín nació en Moca, el 18 de junio de 1918, y falleció en Santo Domingo, el 3 de ese mismo mes, en el año 1994. Ella representa una de las más altas expresiones de la poesía dominicana contemporánea, autora de una obra extensa y sólida que se inició bajo el signo de La Poesía Sorprendida en los años cuarenta del siglo XX, atravesó una segunda fase, más elaborada y agresiva, y evolucionó hacia un tercer período abiertamente contestatario, sobre todo a la caída de la dictadura de Trujillo, cuando su poesía se inundó de imprecaciones, denuncias y protestas airadas.
Después incursionó en la prosa, con «Escalera para Electra», una novela que tuvo muy buena acogida en España y ha sido estudiada por investigadores y críticos literarios, así como «Tablero», un libro de relatos; y «Rebeldes sin causa: culturas africanas», libro sobre una de las raíces de nuestra cultura, en la que tenía un marcado interés como catedrática.
En casi toda su obra poética, que escribió sin intermitencias hasta el momento de su desaparición física, se advierte una preocupación constante por la condición femenina, su aislamiento y exclusión en una sociedad patriarcal que relegó durante mucho tiempo a las mujeres al orbe familiar y privado. En ese aspecto fue una pionera aguerrida y valiosa.
Aída estudió en la antigua Universidad de Santo Domingo y realizó luego un posgrado en museografía y teoría de las artes plásticas en la Universidad de París. Además de su actividad literaria, fue profesora de Historia del Arte e Historia de la Civilización en la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD) y la Escuela Nacional de Bellas Artes, amén de su intensa labor como columnista en suplementos culturales y revistas locales, como la desaparecida «Isla Abierta» del periódico «Hoy», dirigida por el maestro Manuel Rueda, un medio que no ha vuelto a repetirse entre nosotros y donde pueden encontrarse valiosos artículos de Aída, hoy olvidados. Por otro lado, entre sus quehaceres de divulgación de nuestras letras, dirigió los recordados cuadernos «Brigadas dominicanas» y la revista de humanidades de la alta casa de estudios estatal. Como si fuera poco, trabajó como consejera de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) en París en el año crucial de 1965.
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Su obra poética y narrativa está contenida en «Víspera del sueño» (1944), «Del sueño al mundo» (1945), «Mi mundo el mar» (1953), «Una mujer está sola» (1955), «La voz desatada» (1962), «La tierra escrita» (1967), «Escalera para Electra» (1970), novela finalista en el Premio Biblioteca Breve de la editorial Seix Barral en 1969, «Danza, música e instrumentos de La Española» (1947), «Tablero» (1978), «Yania Tierra» (1981), «La tarde en que murió Estefanía» (1983), «En la casa del tiempo» (1984), «Culturas africanas: rebeldes sin causa» (1986).
Desde su primer cuaderno, «Víspera del sueño», Aída trabajó la poesía sin pretensiones retóricas y usó un lenguaje despojado de adornos, o efectismos programados para impresionar al lector. De ahí la ausencia de artículos, la concisión del verso: un verso en el que toda frondosidad ha sido eliminada. Metáforas e imágenes surrealistas le permitían explorar profundas zonas oníricas. Los paisajes no correspondían a la realidad real. Hay en ellos desolación y llanto.
En su segundo cuaderno, «Del sueño al mundo», recogió las inquietudes del primero, pero el deseo de comunicación se hizo más explícito y apareció un ingrediente nuevo: la esperanza, que la poeta simboliza en el verde. No abandonó su mundo interior ni el hermetismo de la primera etapa, aunque sin duda había una resuelta actitud de apertura, y la contenida agresividad de «Víspera del sueño» se manifestó claramente.
Con «Mi mundo el mar», la poeta abrió una nueva etapa en su obra. Dejó el verso plurimétrico por una prosa poética de gran densidad, puso énfasis en el entorno antillano y asumió el papel de protagonista en las seis estancias que forman el libro. Así, la poeta devino, a un tiempo, sujeto y objeto de su poesía. Sujeto porque era ella quien vertebraba cada una de las partes que componen la obra; objeto porque se visualizaba a sí misma como unidad integrada al hábitat marino.
Desde la publicación de esas primeras obras, y en especial desde «Mi mundo el mar», la poeta había mostrado una fuerte inclinación al amor propio que iría acentuándose con los años hasta convertirse en una característica de su poesía. En «Una mujer está sola», la autoestima reaparece con vigor, a veces para negar todo lo que en ella es influencia externa e ir en busca de sí misma, o definir su canto como algo singular, o declararse enemiga de la masificación. En cada caso, configuraba textos que sorprenden por la audacia, que cuestionaban los valores establecidos y reclamaban un lugar para decir verdades.
Aparte de la indiscutible autenticidad del canto, ¿lo atestigua la presencia de una voz definida que decía sus verdades con tremenda conciencia de su desamparo y soledad?, se encuentran en ese libro contradicciones que operan en la base misma de los poemas: alegría/tristeza, vida/muerte, soledad/compañía, generadores, o especie de contrarios que afirman y niegan sin cesar, desvaneciendo la línea de separación entre realidad e irrealidad.
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Un año después de la muerte de Trujillo, la poeta publicó «La voz desatada». Fue el inicio de una etapa de cuestionamiento ¿de la poesía, de la situación sociopolítica dominicana? en la que, no obstante, aún quedaban residuos de una forma de poetizar y un decir subjetivo. Si exceptuamos la parte titulada «Cantos para el hombre nuevo 1959-1961», escrita bajo la asfixiante realidad del último bienio de la dictadura y ante la represión que siguió a la caída del régimen, el resto del libro está formado por nueve poemas en los que la denuncia sólo asoma la cara, como si los textos hubiesen sido escritos por quien teme ser descubierta en cualquier momento y delatada a los cuerpos represivos de la dictadura.
La poesía de Aída durante los últimos años de los cincuenta y la década de 1960 respondía a imperativos del momento histórico que vivía el país, como ocurre en «La tierra escrita». En su calidad de directora de la «Colección Baluarte» y de «Brigadas Dominicanas», y en su papel de animadora y protectora de los jóvenes escritores que habían ofrecido en sus libros un crudo testimonio de los horrores del régimen, la poeta no podía ceñir su acción a los ajetreos de la promoción cultural. Como escritora debía también ser modelo y guía. Por eso, en «La tierra escrita» el giro es radical respecto de los temas y modos de expresión empleados anteriormente. Se centró en la denuncia de los crímenes del régimen de Trujillo, la represión política que el pueblo padeció, la desigualdad económica y social imperante.
En la última década de su vida, la poeta publicó algunos libros de narrativa que no han vuelto a reeditarse. Esta noche, la Fundación Corripio Incorporada, con la participación de la UNESCO, en su interés de difundir obras esenciales de la literatura dominicana que hoy son difíciles de encontrar salvo en contadas bibliotecas, rescata un libro fundamental de la bibliografía activa de Aída Cartagena Portalatín, que bajo el título de «Una mujer está sola» apareció cuando la autora era una joven poeta ilusionada con proyectar su obra tanto dentro como fuera del país. Esperamos que la salida de esta nueva edición contribuya a enaltecer la contribución literaria de Aída Cartagena Portalatín.