Determinar el origen de ciertas ideas es, podría decirse, una obsesión humana. Saber cuándo se le ocurrió al ingeniero Gustavo Tavares Espaillat la idea de una Sociedad Dominicana de Bibliófilos (SDB) será siempre un enigma. Fue al historiador Frank Moya Pons uno de los primeros a quien Gustavo Tavares le habló de formar una suerte de Club del libro que existían en Estados Unidos cuando era estudiante para estimular la lectura y, de paso, rescatar libros olvidados.
Ese “Club” lo debían constituir un cierto número de lectores que se comprometían a adquirir, a precio de socios, determinada cantidad de libros durante el año.
Esos libros debían ser hermosamente impresos y, además de su contenido, ser suficientemente atractivos para convertirse en objetos coleccionables, como reporta Moya Pons en sus recuerdos de cómo se inició en los inicios de la década de 1970, lo que, a partir del 10 de diciembre de 1973, se llamaría Sociedad Dominicana de Bibliófilos que, como los clubes de libros que operan en Estados Unidos y Europa occidental, utilizaría el sistema de socios cuyos suscriptores convenían, según los estatutos de la Sociedad, en adquirir, a precio de costo, los hermosos libros hermosamente encuadernados y además con un ex libris con el nombre del socio en la guarda.
Cosas del azar, Moya Pons que había acompañado e incentivado la idea de Tavares Espaillat de rescatar libros que no eran accesibles al lector dominicano y que dormían pasiblemente en bibliotecas privadas de República Dominicana no estuvo presente aquel 10 de diciembre de 1973 cuando se firmaron los estatutos que constituían la Sociedad Dominicana de Bibliófilos pues estudiaba en New York. Sin embargo, al fallecer Enrique Apolinar Henríquez, primer presidente de la Sociedad en 1977, Moya Pons presidió la Sociedad hasta 1985.
Además de la entusiasta receptiva que tuvo la idea de Gustavo Tavares Espaillat en el historiador Frank Moya Pons, también tuvo semejante acogida en los historiadores Emilio Rodríguez Demorizi y Vetilio Alfau Durán, así como en Enrique Apolinar Henríquez, el ingeniero Silvestre Aybar Garrigosa; el economista Bolívar Báez Ortiz; el abogado Práxedes Castillo Pérez, y el sociólogo Frank Marino Hernández, quienes figuran como firmantes de los estatutos de la Sociedad cultural privada sin fines de lucro cuyo objetivo esencial era rescatar libros olvidados e incentivar la lectura.
Con esta filosofía se creó la Sociedad Dominicana de Bibliófilos, y desde aquel 10 de diciembre de 1973 cuando fue escogido como presidente de la Institución Enrique Apolinar Henríquez hasta Dennis Simó que la dirige al conmemorar sus primeros 50 años sin olvidar la encomiable labor que, sin escatimar el esfuerzo por mantener los principios y criterios que dieron origen a su fundación, al suceder a Enrique Apolinar Henríquez: Frank Moya Pons, Juan Tomás Tavares K., Bernardo Vega, José Chez Checo, Juan Daniel Balcácer y Mariano Mella.
Enrique Apolinar Henríquez fundador y primer presidente de la Sociedad Dominicana de Bibliófilos, hijo del poeta, abogado y político Enrique Henríquez autor del célebre poema “Never more”. Enrique Apolinar Henríquez era igualmente sobrino de los ilustres Federico y Francisco Henríquez y Carvajal, primo de los humanistas Pedro, Max y Camila Henríquez Ureña cuyas obras han sido reconocidas por sus aportes a la lengua y cultura del Continente hispánico.
No olvidemos que su hermano, el poeta Rafael Américo, es uno de los fundadores de la Poesía Sorprendida, el movimiento literario más importante de la literatura dominicana a mediados del siglo XX. En ese ambiente de libros y cultura se desarrolló la infancia y adolescencia del primer presidente de la sociedad que buscaba salvar del olvido el tesoro bibliográfico dominicano que se perdía en anaqueles de bibliotecas privadas.
De manera que cuando Gustavo Tavares Espaillat le habló de crear una Sociedad de Bibliófilos fue uno de los más entusiastas colaboradores del núcleo de notables ciudadanos que decidieron, en diciembre de 1973, lanzar las primeras suscripciones para dar a la estampa la reedición de La República Dominicana, directorio y guía general (1907), de Enrique Deschamps que proporciona una visión de la vida política, social, cultural y comercial de la República Dominicana de principios del siglo XX.
Gustavo Tavares Espaillat, como Enrique Apolinar Henríquez, provenía de una distinguida familia de patriotas e intelectuales que creía firmemente que la educación era la base del desarrollo de un país. Consagró gran parte de su vida a fundar organizaciones cuya finalidad buscaba contribuir a elevar el nivel cultural de los dominicanos como fue en 1964 su contribución a la Asociación Pro-Educación y Cultura (APEC); en 1970 a la Fundación Dominicana de Desarrollo (FDD); en 1973 a la Sociedad Dominicana de Bibliófilos (SDB), y en 1989 a la Asociación Empresarial por la Educación (EDUCA).
Lo mismo podríamos decir de los fundadores de la Sociedad Dominicana de Bibliófilos, ya mencionados, que creían en la importancia de la educación, del libro y la lectura para el desarrollo de República Dominicana.
Una Sociedad de Bibliófilos, por vocación, tiende a buscar el libro “raro”, diferentes o de difícil adquisición. La Sociedad Dominicana de Bibliófilos nunca ha faltado a esa exigencia inherente a este género de asociación y en sus cincuenta años de actividades y auxiliada por la colaboración de notables intelectuales, entre los que destacan: Revdo. Vicente Rubio, O.P. ( ), Emilio Rodríguez Demorizi ( ), Pedro Troncoso Sánchez ( ), Vetilio Alfau Durán ( ) y monseñor Hugo Eduardo Polanco Brito ( ), entre otros.
La labor de difusión de la SDB debutó con la Colección de Cultura Dominicana reeditando en 1974; La República Dominicana, directorio y guía general que Enrique Deschamps había dado a la estampa en 1907.
La Colección Cultura Dominicana terminó ocupando un lugar importante en numerosos hogares dominicanos. El listado de los primeros 200 socios de la Sociedad Dominicana de Bibliófilos figura en Sociedad Dominicana de Bibliófilos, memoria 45 años (Santo Domingo, SDB, 2018, pp.23-26). Hoy, cincuenta años más tarde, su colección de Cultura Dominicana (incluida la segunda época), cuenta con 97 títulos de autores que dormían el sueño de los justos en estantes de bibliotecas particulares y algunos, por qué no decirlo, olvidados.
La Sociedad Dominicana de Bibliófilos se mantiene aferrada a la idea originaria de sus fundadores, en especial la de Gustavo Tavares Espaillat, de rescatar las más preciadas obras desconocidas de la bibliografía dominicana, cuyo pasado está intrínsecamente ligado al descubrimiento y conquista de América. El volumen 88 de esta primera colección fue precisamente Historia del almirante (2019), de Hernando Colón, 45 años después de La República Dominicana, directorio y guía general en 1974 (Cfr., Reseña bibliográficas de las publicaciones de la Sociedad Dominicana de Bibliófilos, Santo Domingo, Sociedad Dominicana de Bibliófilos, 2021, 197 pp.).
Los 200 títulos que ha dado a la estampa la Sociedad Dominicana de Bibliófilos se distribuyen en 85 volúmenes de la Colección de Cultura Dominicana y los 97 de la 2da época, además de los 12 volúmenes de los Clásicos Bibliófilos y de los 41 de la colección Bibliófilos 2000.
En los últimos años, La Sociedad ha despertado en instituciones gubernamentales el interés por recuperar obras perdidas en los inicios de la bibliografía dominicana. Destacan en particular el Banreservas y Archivo General de la Nación, que en varias ocasiones se han asociado a la SDB. En guisa de ilustración, la reedición, en 7 volúmenes, de la prestigiosa Colección Pensamiento Dominicano que fundada en 1949 por el librero Julio D. Postigo. La “librería Dominicana”, escribe José Rafael Lantigua a propósito de Postigo, “inició su laboreditorial en 1943 […]. El primer libro publicado fue la Antología poética dominicana de Pedro René Contín Aybar, que era para la época el principal crítico literario del país. Seis años más tarde, la iglesia Evangélica autoriza a don Julio [Postigo] a iniciar la Colección Pensamiento Dominicano. Corría el año 1949. Fue el primer gran envión de la literatura dominicana. Un acontecimiento editorial que tenía antecedentes pálidos, de breve existencia, y con el cual se pudieron conocer obras fundamentales de nuestra sociedad de las letras.
Un total de cincuenta y cinco títulos fueron publicados en esta colección de Postigo, que se inició con Narraciones dominicanas de Manuel de Jesús Troncoso de la Concha y concluyó […]en 1980, con Frases dominicanas de Emilio Rodríguez Demorizi.
Tres décadas de un recorrido memorable por nuestra literatura, que abarcó todos los géneros: poesía, narrativa larga y corta, historia, filosofía, teatro, crítica literaria”.
Varios historiadores haitianos figuran en el catálogo de la Sociedad Dominicana de Bibliófilos, cuya finalidad, además de mostrar la idea que tienen nuestros vecinos de nosotros, tengamos igualmente una idea de la de ellos, verbigracia La República de Haití y la República Dominicana, de Price-Marso; Manual histórico de Haití, de Dorsainvil, entre otros.
La Sociedad Dominicana de Bibliófilos destaca en su larga lista de publicaciones las obras de Fabio Fiallo, Mieses Burgos, Hernández Franco o los ensayos críticos de Pedro y Max Henríquez Ureña, así como de Ramón Francisco.
La Sociedad Dominicana de Bibliófilos ha logrado en 50 años de historia emular a Gustavo Tavares Espaillat que creía que el libro. La lectura y la cultura eran imprescindibles para el desarrollo de República Dominicana