Por: George Latour Heinsen
Aldo Rossi (1931-1997), fue sin dudas el arquitecto italiano más conocido en el mundo. Con su muerte, el 4 de septiembre de 1997, la arquitectura perdió uno de sus más originales y discutidos protagonistas. Ningún arquitecto de su generación ha tenido tantos seguidores, pero también tantos críticos. Fue uno de los arquitectos más copiados en el mundo y las pruebas más directas son las «escuelas rossianas» que se desarrollaron en esa época en Suiza y en Japón, en los Estados Unidos y en Sudamérica y sobre todo en las facultades de Arquitectura de Italia y del mundo.
La razón del éxito planetario y capilar está en el hecho que Rossi fue el teórico de una nueva forma de pensar la arquitectura, radicada en la tradición tipológica de los edificios y en la estratificación de la morfología urbana.
En el 1990 le fue otorgado el Pritzker, el premio internacional más importante de arquitectura.
La notoriedad de Rossi se inició en los años 60. En aquél entonces las ciudades europeas eran víctimas de una «reconstrucción» forzada que negaba sus verdaderas identidades. Aldo Rossi, que fue discípulo de Ernesto N. Rogers, era dentro de aquel movimiento crítico que se reunía alrededor de la redacción de la revista «Casabella». «La architettura della Città» del 1966 fue un libro importante que nació en ese clima: un texto difícil que analiza la teoría de la arquitectura y la «prassi» del proyecto. Rossi en aquel tiempo se interesó de la obra de Etienne Louis Boullée y de la arquitectura del iluminismo. En nombre de estos, expone sus principios sobre la autonomía de la forma. Siguiendo los fundamentos de Adolf Loos, empieza su búsqueda de un sistema de reglas tipológicas y morfológicas con el cual componer un alfabeto primario de formas arquitectónicas simples. El proyecto de la Plaza del Ayuntamiento de Segrate (Milán) del 1966 y las residencias en el sector Gallaratese de Milán del 1969-70 fueron los primeros frutos de ese diseño teórico. En sus primeras obras se respiraba una aurea metafísica donde se sentía la ironía y sobre todo el gusto por el juego que hacía recordar las pinturas de Savinio y de De Chirico. La ironía y el sentido de juego fueron las características constantes de su personalidad.
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Es en el Teatro del Mundo, construido para la Bienal de Venecia del 1979, donde Rossi exprime todo su talento: reinventa la tipología de la máquina de fiestas para construir un grande juego de madera con colores vistosos que navega a través del Canal Grande de Venecia, para luego ser anclado al lado de la inmensa mole barroca de la Iglesia de la Salute. Una operación «dada» (y pop): un gesto como aquel del rascacielos del Herald Tribune en Chicago – forma de columna dórica diseñada por su maestro ideal Adolf Loos.
La carrera profesional de Rossi fue siempre completada con la de catedrático, esta segunda actividad ha sido elogiada en todas partes del mundo. Muchas de sus obras construidas al contrario han despertado grandes discusiones. Seguramente la reconstrucción del Teatro Carlo Felice (1981-90) en Génova, en colaboración con Ignazio Gardella, así como el monumento a la memoria de Pertini en el centro de Milán, son obras que aún en escalas diferentes producen críticas negativas no injustificadas.
Pienso que Aldo Rossi en este tiempo dominado por «pensamientos débiles» fue el único arquitecto capaz de buscar la piedra filosofal de la arquitectura, capaz de celebrar la autonomía de las formas y creer en la pureza de la arquitectura.
En las oficinas de la Casa Aurora en Turín construidas en el 1983-87 y en los proyectos construidos en Berlín, Rossi muestra una gran madurez en el diálogo que se establece entre los edificios y el cuerpo urbano.
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La poca naturalidad de muchos de los aspectos de la poesía rossiana es la prueba de su anti-conformismo intelectual. Es un grave error colocar su obra y su proyecto teórico en aquella corriente que se indica como post-moderm. El historicismo de Rossi es radicado en: la búsqueda de los ciclos de la historia de la arquitectura; en la importancia de las tipologías en la formación de las ciudades y en la «tekné» del construir como ciencia universal.
Tuve la oportunidad de conocerlo personalmente en el 1993 cuando presenté mi examen del Gobierno Italiano para formar parte del Orden de Arquitectos de Venecia. En esa ocasión insinuó que algunas de mis ideas tenían un sabor a la Tadao Ando.
Su libro «La architettura della Città» fue uno los primeros que leí con atención e interés. Era una especie de bibliografía de base en los primeros años de la UNPHU.
En Italia he visitado casi todas sus obras. Pienso que el mejor proyecto de Rossi sea la ampliación del cementerio de San Cataldo de Modena (1973-80).