Agradezco al amigo Dennis Simó el obsequio del libro que hoy comento para quienes el presente vieren. Se trata del relato de ficción El camino de Santiago (edición crítica de Ana Cairo. Facultad de Artes y Letras de la Universidad de La Habana: 2002, que abrevio, Camino, seguido del número de la página). Este texto fue publicado en parte en 1954 e íntegro en el libro Guerra del tiempo (México: Compañía General de Ediciones, 1958), obra en donde Alejo Carpentier expone su programa de escritura de las novelas que publicó en vida, al que hay que añadirle su ensayo “La novela y la historia” (El Nacional de Caracas, 2 de octubre de 1952).
El leitmotiv del programa de escritura de Carpentier se fundamenta en cómo, siguiendo el postulado de Antón Chejov, «nada tiene que demostrar un novelista, con plantear cumple su misión» si escoge como tema de su obra un asunto histórico (Camino, 33, 168). La diferencia con el discurso del historiador radica en que este tiene que demostrar con pruebas cada afirmación que formula. Carpentier ilustra su programa de escritura con los siguientes novelistas que escogieron temas históricos, pero que sus novelas no demuestran nada, porque el novelista seleccionó la ficción como estrategia literaria para escribir acerca de acontecimientos que sucedieron cincuenta años antes e incluso siglos atrás.
El primer escritor que Carpentier cita es Tolstoi, autor de La guerra y la paz, con la que no se propuso escribir en 1863 sobre el período de la historia de Rusia de 1810 a 1820. El segundo ejemplo que cita es Flaubert, quien se propuso en La educación sentimental mostrar «la historia moral de los hombres» de su generación, es decir, de aquellos que vivieron en París la revolución de 1848, pero que el escritor escribe su novela en 1864. No sigo con los ejemplos de Balzac, Zola, Asturias, Barbuse, Ivanov, Malraux, Plivier, Retif de la Bretonne, Euclides da Cunha y Ehrenburg para que el lector busque por sí mismo las novelas de estos escritores o la cita ampliada de Carpentier en Camino. Lo que Carpentier ignoraba quizá era que para escribir la historia de lo que ha sucedido, el historiador debe tratar los acontecimientos después de cincuenta años o más atrás, según la tesis de otro gran caribeño: Américo Lugo, quien, al rechazar el cargo de historiador oficial que le ofreció Trujillo, le contestó lo siguiente al dictador en carta del 4 de abril de 1934: «Creo un error la resolución de escribir la historia de la última década. Lo acontecido durante ella está todavía demasiado palpitante. Los sucesos no son materia de la historia sino cuando son materia muerta.
Lo presente ha menester de ser depurado, y solo el tiempo destila el licor de verdad dulce y útil para lo porvenir. Todo cuanto se escribe sobre lo actual o lo inmediatamente inactual, está fatalmente condenado a revisión. La administración del general Vásquez y la de Ud. solo podrán ser relatadas con imparcialidad en lo futuro. El juicio que uno merece de la posteridad no depende nunca de lo que dicen sus contemporáneos; depende exclusivamente de uno mismo». (Antología de Américo Lugo (comp. Julio Jaime Julia. Santo Domingo: Taller, t. III, p. 22). Coincidente paralelismo entre dos intelectuales caribeños: uno que aboga por que la materia de la escritura de la novela histórica no sea abordada por el escritor hasta después de muchos años de acaecidos los acontecimientos; el otro, que la historia debe escribirse cuando los que participaron en los acontecimientos estén bien muertos desde hace mucho tiempo.
En el caso de la novela histórica o de cualquier obra de ficción, una vez publicada, no puede ser corregida. Si se corrige es ya otra obra, con otro ritmo. En el caso de la historia, si se la escribe en el presente en que han ocurrido los acontecimientos, a medida que salen a flote nuevos documentos, nuevos testimonios, hay más que corregir y lo analizado se torna más dudoso y sujeto a controversia. La teoría de Carpentier acerca de la escritura de la novela histórica carece de lógica literaria desde el momento en que semejante novela no es imitación ni “reconstrucción” de hechos sucedidos, tal como él lo plantea para los casos de los novelistas Tolstoi, Flaubert, Balzac, etc., quienes no copian los sucesos históricos tal como sucedieron, alejándose de ellos más de 20 años, sino que analizan la moral de la sociedad, la sicología de los personajes, el crimen político, la censura de la guerra y otros temas. Tales obras son, o no, valor literario a través del ritmo de su forma-sentido como conocimiento de lo desconocido. O sea que si usted es escritor de obras de ficción, su obra debe producir sentidos desconocidos; de lo contrario, mejor no escriba.
Igualmente, si usted es escritor de discursos ideológico-informativos, verbigracia el del historiador, la obra que escriba debe producir un conocimiento nuevo; de lo contrario, mejor no escriba. Con otro caribeño universal ha de coincidir Carpentier en lo señalado por Ana Cairo en relación con la búsqueda de la expresión americana: Pedro Henríquez Ureña, quien ya, desde 1926 había dictado y publicado en La Nación de Buenos Aires y en Repertorio Americano su conferencia “El descontento y la promesa”, que formará parte de su libro capital Seis ensayos en busca de nuestra expresión (Buenos Aires: Babel, s/f, pero de 1928. Leyera o no Carpentier la conferencia o el libro, las ideas que él expone en su artículo “«Castilla» y el paisaje de la música nueva” siguiendo las de Unamuno (Diario de la Marina, 26 de junio de 1927, p. 3), para sobrepujar su apego al binarismo de “lo local y el localismo” (1952) y “lo exótico y el cosmopolitismo” (1927), tales ideas se acuerparán en el ensayo de 1931 titulado “América ante la joven literatura europea” (Carteles, 28 de junio de 1931), pero en todo caso los textos de Carpentier son de uno y cinco años anteriores a “El descontento y la promesa” y Seis ensayos en busca de nuestra expresión. En esta conferencia de 1926, Henríquez Ureña planteará por primera vez el tema de la independencia literaria de América hispánica vis à vis de Europa, el problema de la tradición, la rebelión y el idioma, las fórmulas del americanismo, el afán europeizante, la energía nativa, el ansia de perfección y el futuro de la literatura hispanoamericana.
Estos planteamientos de Henríquez Ureña los reproduce Carpentier cinco años después: «En América Latina, el entusiasmo por las cosas de Europa ha dado origen a cierto espíritu de imitación, que ha tenido la deplorable consecuencia de retrasar en muchos lustros nuestras expresiones vernáculas (hace tiempo ya que Unamuno señalaba este mal). Durante el siglo XIX, hemos pasado, con quince o veinte años de retraso, por todas las fiebres nacidas en el viejo continente: romanticismo, parnasianismo, simbolismo.
Hoy la reacción contra tal espíritu ha comenzado a producirse, pero es todavía una reacción de minorías». (Camino, 23). Pero con el agravante de que, como he de demostrarlo más adelante, en “América ante la joven literatura europea” como en El camino de Santiago, en las novelas y cuentos sucesivos de Carpentier, este no logra liberarse de la coyunda europea, al reproducir el ritmo-sintaxis del francés en sus obras y la ideología del racionalismo positivista del atraso y el progreso en sus textos teóricos y de ficción. (Continuará).