Hace unos días, volví a leer “Buzón de sal”, microcuento de René Rodríguez Soriano, y me motivó a escribir unos comentarios que daré a conocer por aquí. Pero la escritura tiene la virtud de que uno empieza con un propósito y ella nos lleva a lugares no previstos.
En esa dirección, se me ocurre escribir y publicar antes algunos sucintos apuntes sobre la obra del cuentista, novelista, ensayista, antólogo, investigador y periodista literario.
Mientras tanto, veamos estas frescas sondas exploratorias en los géneros que considero principales de su quehacer: poesía, cuento y novela.
Antes, anotemos que René Rodríguez Soriano nació en Costanza, República Dominicana, en 1950. El momento en que se inicia como creador lo ubica dentro de la llamada generación o promoción de los ‘70 en nuestras letras.
No dejo de acotar que conocí muy bien al escritor, porque a él me enlazó una larguísima e intensa amistad, con interminables conversaciones en las que surgía nuestro sentido del humor, con ciencia y conciencia, filosofías y correrías espirituosas y espirituales en los juntes de “Y Punto”.
Le agradezco haberme llevado al oficio de publicitario. Profesión que ejercimos durante muchas décadas, a pesar de ambos haber estudiado periodismo en la Universidad Autónoma de Santo Domingo.
CRUDEZA INICIAL, BREVEDAD MUSICAL Y EXPERIMENTOS
Entremos en estas sondas exploratorias, ligeras y frescas sobre los géneros que más cultivó, y los cuales, en fin de cuentas, definieron su imagen en el mundo de los creadores dominicanos: como he dicho, poesía y narrativa.
¿Qué elementos caracterizaron, a mi juicio, narraciones y poemas renerodriguesoriánicos?
Empecemos por el final: la novela. Género al que con más pasión se dedicaba cuando lo sorprendió la afección del covid 19 que lo llevó a la muerte en Houston, Texas, el 31 de marzo de 2020.
Había ganado el Premio UCE (Universidad Central del Este) con su novela “El mal del tiempo”. En esa y otras, realizó notables innovaciones. Entre otras, unos ejercicios experimentales en los que empleó los recursos de la postmoderna tecnología (whatsapp, mails, etc. del internet como parte de su enfoque) y de su clásica profesión de creativo publicitario. Esto destaca mucho en su novela “Queda la música”.
Volvamos al principio: la poesía. Evolucionó desde la crudeza verbal, el compromiso sociopolítico de sus primeros libros (“Raíces, con dos comienzos y un final”, “Textos destetados a destiempo con sabor de tiempo y de canción”, “Muestra gratis”) hasta culminar en las sutilidades líricas de sus últimas obras (“Rumor de pez”, “Apunte a lápiz”, “Nave sorda”). Desde el punto de vista semántico sus versos muestran una atmósfera de regreso a la ingenuidad de viejas historias infanto-juveniles, recuerdos de su lar nativo.
En lo formal, vuelve a la breve musicalidad, de su primer libro, tan característica de su quehacer.
LA LIBÉRRIMA MUCHACHA QUE PERSIGUE Y LO PERSIGUE
Su cuentística se hizo cada vez más poética, sutil, envuelta en un enjambre de sentimientos, emociones, descripciones del paisaje de ciudades dominicanas y extranjeras, que atribuyo a los frecuentes viajes de su autoimpuesta misión de incansable viajero difusor de su literatura y la nuestra: los ambientes de emblemáticas ciudades del mundo: Santo Domingo, Buenos Aires, Roma, New York.
Así también sus escritos se desenvuelven con frecuencia a través de la presencia perenne de una muchacha aventurera, trashumante, escapadiza cuya libertad impresiona con igual intensidad tanto al personaje narrativo como al escritor mismo en su vida real. Libertad que admira pero que espera eternamente que desaparezca entre sus tardecinos o nocturnos besos y abrazos.
Chica que cambia de nombres (Julia, Laura, Josefina) o se queda sin identificar en algunos cuentos. Es una especie de remedo, un reencuentro placentero, traspasando las barreras insondables del tiempo con Lucía, la mágica Maga con la que Julio Cortázar juega en su Rayuela como adolescentes pseudoestudiantiles parisinos.
De ella también se enamoró en la vida real, personificada en cuerpo, rostro y alma de la traductora, escritora y periodista alemana Judith Aron. También el escritor argentino anduvo tratando de atrapar a esa mujer libre y andariega a través de varios nombres (Glenda, Alina, Nora) en sus distintos cuentos.
Otra notable característica de los cuentos renesinos es esa sutilidad que nos recuerda al poeta Stephen Malarmé, quien decía que en literatura es mejor sugerir que decir. René anda en búsqueda del lector cómplice que recrea lo que falta, adivina, hurga, piensa, casi sin entrar al orgasmo de la lectura, pues se mantiene en vilo ante el texto como si de una partida de ajedrez se tratara.
El domingo continuamos.