MENCÍA NO AMA LA POESÍA.
Antes de entrar de lleno a comentar el libro del escritor Manuel Salvador Gautier, quiero plantear algunas ideas que forman parte lo que llamaríamos una teoría sobre la escritura, como prolegómeno conceptual,y herramienta para analizar ese y otros textos con la forma adoptada por mí para observar la literatura.
Empezaré refiriendo una breve anécdota. Mencía, niña de unos 9 años de edad, en raras oportunidades presenciaba los encuentros literarios que su padre organizaba en la casa. En una de las ocasiones en que estuvo ahí, un escritor se dirigió a ella: “¿Te gusta cuento?”. La infante respondió: “Me encanta”.Vino la otra pregunta: “¿Y la poesía?”. Ella dijo: «No me gusta. Porque en la poesía no sucede nada».
Hay un tipo de poesía así, como la referida por la infante, que al escucharla o leerla, encontramos que nos comunica muy poca cosa, o ninguna. Es decir, es muy posible que los poemas leídos en esas tertulias fueran de estos llamados versos supuestamente innovadores, en que no se cuenta nada, donde únicamente hay palabras y palabras y palabras, en un abracadábrico malabarismo. Como si la palabra árbol fuera simplemente el desfile de la a, la r, la b, la o y la l que la conforman. O si la palabra árbol fuese el árbol.
La virtud del verdadero poeta consiste en lograr que cuando se diga árbol, el espíritu trascienda las letras, sílabas y fonía del fonema; y nos hiciese saltar de repente a la imagen del árbol mismo y su campo magnético, en una forma y atmósfera inolvidables, que nos deleite al sentir al árbol vivo y próximo, tan nuestro que consiguiera el escritor, si se lo propusiese incluso, que nos sintiéramos ser el árbol mismo. La palabra no es el fin. Es la vía. No es la ciudad sino el vehículo para llegar a ella. Su belleza es necesaria para conducirnos con placer a lo que realmente buscamos: la idea convertida en emoción inolvidable. Lo dijo el viejo Ezra Loomis Pound: “Escribir es cargar la lengua de ideas”. Es el secreto de la buena literatura.
Si un texto logra eso, no importa si es poesía, cuento, novela, ensayo, artículo, teatro o cualquier otro género en que los críticos la ubiquen en la historia literaria. Que para eso sirven los géneros literarios: para organizar la diacronía y sincronía de la escritura, en su fluir temporal o espacial, quiero decir.
Pero al lector, eso no le importa mucho. Tal vez únicamente para telón de fondo de su lectura o saber cómo pedir la obra en la librería o biblioteca. O responderle a su esposa en la casa o al que va a su lado en la guagua o el tren, si quieren saber qué lee.
¿POR QUÉ GUSTA MÁS LA NOVELA?
Y si es así, se pregunta uno entonces, ¿cómo es posible que en estos tiempos modernos, finiseculares y princiseculares, después de haber pasado tanta letra bajo los ojos, la novela se venda y lea mucho más que el cuento? No obstante suponerse que este es más fácil, que se adapta mejor a la rápida vida moderna, por breve, porque para divertirse no hay que seguir leyendo mañana o pasado la misma historia que empezamos hoy, sino que se acaba ahí mismo, como un buenorgasmo.
¿Por qué tienen los géneros esta bajante: el cuento se lee más que el teatro y este mucho más que el ensayo y éste más que la poesía, la cenicienta de la literatura? Indudablemente, la respuesta es múltiple y variada, con un banquete de explicaciones, un cóctel de causas. Pero entre ellas es importantísima la imagen que la gente tiene de estos géneros, debida a la evolución sufrida por ellos.
Algunos, como es el caso de la novela, han ido renovándose positivamente, haciéndose más atractivos, eficientes en su comunicación de valores artísticos, técnicos, éticos, creativos, humanos, filosóficos. Las exigencias de producción en la hechura de una novela: requerimientos de extensión, aplicación económica para publicarla, factores comerciales que pululan a su alrededor, han hecho que el género responda a unos estándares de interés del público, que en algunos casos han sido degenerativos, la han hecho perder calidad en beneficio de las exigencias de ventas, pero también han mejorado su factura artística.
A mi juicio, la mayoría de las veces la influencia del comercio sobre la novela ha sido positiva. La lucha por lograr un lugar, un nicho en la mente los lectores, la ha hecho competitiva, y el resultado ha sido, como siempre en estos casos, una mejoría mercadológica. Se le ha aplicado uno de los beneficios de la competencia limpia: la calidad del producto vecino obliga a mejorar el propio.
¿QUE BUSCA EL LECTOR DE HOY?
Los niveles de exigencia del cibernético lector de nuestro tiempo, de la masa de hoy altamente informada, ha obligado a mejorar los atributos de los productos literarios. Con más calidad, entendida esta como la conjunción del gusto del consumidor más, de las otras novelas y las expectativas de la época y los elementos en boga, armonizando el producto literario, con la visión escatológica, de largo plazo y las claves de perennidad que nos dan los ejemplos clásicos.
Es decir, me parece que la popularidad de la novela actual, se debe, entre otros factores, a una vuelta al espíritu de lo clásico, conduciendo la literatura a refugiarse de nuevo en los elementos que han permitido a los grandes textos permanecer por siglos y siglos en la preferencia humana.
Los artistas que han ido alejándose de tocar la sensibilidad humana profunda -refugiándose en experimentos ultraformales en detrimento del fondo-, como ha ocurrido con una considerable parte de la poesía de los últimos años, han sufrido el fenómeno de la degradación, la pérdida de calidad y calidez, que en las letras no deben dejan de andar juntas. Esos poetas que escriben para poetas y no para lectores, con gustos de getto, de élites influenciadas por los lingüistas, gramatólogos, académicos de los textos, filólogos, han ido creando o descreando un verso flaco de sentimiento y gordo de retruécanos. Oscuro, complejo y seco, convirtiendo el placer de leer en una críptica lucha por descifrar, porque los autores se han convertido en “servidores de misterios” sin el encanto de los luases.
Así, el deleite por lo escrito se ha convertido en una competencia retórica, licenciatura en verso, y eso pseudo divierte a una minoría que habla fino pero siente poco, que dicta cátedra en los salones teóricos, en los areópagos del significante, pero no en el jardín de los significados, ni en el campo disfrutado campo de los sentimientos.
CONCEPTOS PARA ABORDAR EL TEXTO
En la próxima entrega, expondré otras ideas, como parte del proceso de acercamiento crítico al libro “Historias Para un Buen Día”, valiosa colección de narraciones del novelista, cuentista, poeta y ensayista Manuel Salvador Gautier, Premio Nacional de Literatura en nuestro país.