Es increíble que un escritor de tanto poder creativo como Julio Cortázar, que influyó en otros grandes autores, dueño de un estilo particularmente seductor, no le fue otorgado ningún premio importante. Ni el Nobel, el Cervantes ni el
Reina Sofía, u otros de valía en el mundo literario. Obvio, tampoco otros grandes: Kafka, Tolstoi, Joyce.
En el caso de Cortázar, creo se debió a que todavía los académicos no han alcanzado la libertad mental para poder ver la grandeza de sus textos altamente innovadores, irreverentes. “Historia de cronopios y de famas” el “Último round” o “La vuelta al día en ochenta mundos”, “La entrada en religión de Teodoro W. Adorno”, son piezas maestras para los escritores maestros. Igual su novela “Rayuela” marcó un antes y un después en el género.
A pesar de merecer por esto ambos premios, no los recibió. No obstante, sus letras fueron muy elogiadas por los mismos recipiendarios de esos galardones.
EL CONSENTIDO INVENTOR DE PALABRAS CON SENTIDO
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Un ejemplo de su grandeza está en su genio creativo para inventar palabras, como cronopio y gíglico. De cambiar el significado a las palabras fama y esperanza. De inventar palabras, como cronopio, gíglico, en el capítulo 68 de su
“Rayuela”, crea términos con tal idad que podemos inventarles el significado por su contexto. Veamos:
“Apenas él le amalaba el noema, a ella se le agolpaba el clémiso y caían en hidromurias, en salvajes ambonios, en sustalos exasperantes. Cada vez que él procuraba relamar las incopelusas, se enredaba en un grimado quejumbroso y
tenía que envulsionarse de cara al nóvalo, sintiendo cómo poco a poco las arnillas se espejunaban, se iban apeltronando, reduplimiendo, hasta quedar tendido como el trimalciato de ergomanina al que se le han dejado caer unas fílulas de cariaconcia.
Y sin embargo era apenas el principio, porque en un momento dado ella se tordulaba los hurgalios, consintiendo en que él aproximara suavemente sus orfelunios. Apenas se entreplumaban, algo como un ulucordio los encrestoriaba,
los extrayuxtaba y paramovía, de pronto era el clinón, la esterfurosa convulcante de las mátricas, la jadehollante embocapluvia del orgumio, los esproemios del merpasmo en una sobrehumítica agopausia. ¡Evohé! ¡Evohé! Volposados en la cresta del murelio, se sentían balparamar, perlinos y márulos. Temblaba el troc, se vencían las marioplumas, y todo se resolviraba en un profundo pínice, en niolamas de argutendidas gasas, en carinias casi crueles que los ordopenaban hasta el límite de las gunfias”.
Así, realizó otras innovaciones, con piezas que crean nuevos caminos para el cuento: “Autopista sur”, “Las babas del Diablo”, “La noche boca arriba”, “El discurso del oso”, “El río”, “La casa tomada”, entre otros.
Algunos dicen que está influido por Borges, pero tienen profundas diferencias de estilo. Ambos trabajan genialmente lo insólito, con algunas zonas comunes, pero enfoques y mundos muy distintos.
Hay un primer Borges, de gauchos, compadritos, cuchillos. Un segundo, de lo fantástico, lo real maravilloso.
A este último quieren asimilar a Cortázar. Pero no. Los personajes borgianos son conceptuales, filosóficos, conjeturales: el pensar como aventura narrativa o divertimento poético, poco humor. Los cortazianos, gatos inteligentes, cerillas
misteriosas, relojes manipuladores, escaleras reversas, aguas asustadas, mucho humor.
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Veamos como ejemplo este excelente relato de Cortázar, inimaginable en Borges:
“APLASTAMIENTO DE LAS GOTAS
Yo no sé, mirá, es terrible cómo llueve. Llueve todo el tiempo, afuera tupido y gris, aquí contra el balcón con goterones cuajados y duros, que hacen plaf y se aplastan como bofetadas uno detrás de otro qué hastío. Ahora aparece una gotita en lo alto del marco de la ventana, se queda temblequeando contra el cielo que la triza en mil brillos apagados, va creciendo y se tambalea, ya va a caer y no se cae, todavía no se cae. Está prendida con todas las uñas, no quiere caerse y se la ve que se agarra con los dientes mientras le crece la barriga, ya es una gotaza que cuelga majestuosa y de pronto zup ahí va, plaf, deshecha, nada, una viscosidad en el mármol.
Pero las hay que se suicidan y se entregan enseguida, brotan en el marco y ahí mismo se tiran; me parece ver la vibración del salto, sus piernitas desprendiéndose y el grito que las emborracha en esa nada del caer y aniquilarse. Tristes gotas, redondas inocentes gotas. Adiós gotas. Adiós”.
El próximo domingo, continuaré con el tema.