En el siglo XIX, es una mujer, Rosa Duarte, nuestra “Madre de la Patria”, hermana de nuestro padre de la patria, Juan Pablo Duarte, la mejor cronista de las artes dramáticas en el siglo XIX, cuando el teatro fue utilizado para propagar las ideas independentistas. Según ella, los integrantes de La Trinitaria crearon una sociedad cultural llamada La Filantrópica, con el fin de montar obras eminentemente políticas, propagandísticas y concientizadoras.
La inexistencia de una tradición en el teatro, y la carencia de una literatura dramática escrita, excepto el Entremés de Llerena, provocó que siempre se montaran obras extranjeras, lo cual también se debía a la presión del gobierno haitiano (que en ese entonces ocupaba militarmente la isla, por lo que la obra más representada por La Trinitaria se llamó Bruto o Roma Libre.
En ese periodo se registra ya un cambio en la situación tradicional de las mujeres frente a teatro, ya fuese como anfitrionas (las obras se representaban en el patio de doña Jacinta Cabral) o como espectadoras. Por Primera vez son consideradas como sujetos actuantes o participantes en las obras, lo cual no implica que hubiese un cambio con respecto a la imagen que de ellas se seguía propagando, como prototipos de la virtud o el vicio. Pedro Sánchez Troncoso señala en ese sentido que en la sociedad La Trinitaria «para los papeles femeninos los actores tenían que elegir entre sus novias, hermanas o amigas».
Puede leer: Cantinflas y su inolvidable actuación en Santo Domingo
LA NUEVA REPÚBLICA (1844-1930)
Salva este siglo, no ya el periodo independentista al cual precede, el drama indigenista IGUANONA de Javier Angulo Guridi (1816-1881), uno de los fundadores del teatro dominicano.
De acuerdo al poeta y antólogo teatral José Molinaza, quien hizo unos recuentos muy útiles sobre el número de obras que se produjeron en cada siglo, en esta etapa se escribieron 75 obras de teatro, de las cuales se publicaron unas 18, versando algunas sobre el indigenismo y costumbrismo. Además, se incentivó la presencia de lo foráneo, mediante la escenificación de compañías teatrales que hicieron de Santo Domingo un puerto para sus giras.
En Iguanona, la imagen de la mujer indígena que se representa es distinta a la que generalmente se promovía de esta, como un cuasi animal doméstico que, deslumbrada, se entregaba al conquistador. La obra versa sobre el amor de un soldado español por una indígena que lo rechaza con dignidad y prefiere la locura y el suicidio antes que casarse con él, antítesis de dramas anteriores:
«No es posible sufrir tanta insolencia,
tanta inhumanidad,
sin que la cólera levante en lo interior
de triste pecho sus iracundas y renegridas olas!
Tú, que enemigo cruel de mis hermanos
teñida son su sangre traes la hoja…
Tú, que el desastre sin temor me cuentas
y que en mi rabia y amargura gozas…
!Ah! ¿Tu mi protector y tu mi amante?
!Maldígame el gran ser como traidora
si ofendo en aras de tu amor impuro
de Guatigana
la adorable sombra…»
1894 es un año importante para el teatro dominicano, por el surgimiento de la crítica literaria en el país, a raíz de la obra La Justicia y el Azar, de Rafael Alfredo Deligne.. Alecciona a la mujer de hoy el ensayo dramático de Américo Lugo (1870-1952), uno de los prosistas fundamentales y filósofos de la incipiente República Dominicana.
En Elvira, monólogo existencial, Américo Lugo representa a la mujer superficial como un ser coqueto y narcisista:
«Ayudare al cabello con este lazo negro,
nutriré las filas de las cejas para que el rayo
de la flecha de mis ojos salga de una olímpica fragua.
Ahora dos pétalos de rosa para la mejilla
y dos de amapola para los labios…
Dime espejo adulador…dime si no es cierto
que mi rostro así compuesto, es la cuna de las gracias,
el nido de los amores, la cifra y el compendio
de la hermosura».
La imagen de la mujer que en este monólogo refleja Américo Lugo, también puede encontrarse en la mayoría de las obras del Costumbrismo, corriente a la que se atribuye fomentar la cultura popular, que por el mero hecho de ser popular no puede idealizarse. Como ejemplo, reproduzco el fragmento de Alma Criolla, de Rafael Damirón (1852-1956), considerado el mejor texto costumbrista hasta la fecha:
«Cuanta razón tiene el señó Juan
en tó lo que dice de esos animaluchos
que llaman mujer…
Crea uno en esos diablos,
sí cuando más las quiere se hacen de una ponzoña
y nos pagan con veneno tó el desvelo
y sufrimiento de la vida.
Bien dice señó Juan…
las mujeres se parecen a ciertas monedas falsas,
en que creen pasar por buenas
cuando nadie las repara…»
El Teatro de la intervención (1916-1922)
Solo dos obras se publicaron, de un total de 38, durante el periodo de la ocupación militar norteamericana, cuando se evidenciaron como tendencia dentro del teatro tradicional, el teatro de propuesta y el teatro político. El dramaturgo que más se distinguió fue Federico Bermúdez.
Adquiere durante esta etapa, un gran auge la presentación de las compañías teatrales extranjeras, las cuales opacaban las obras de autores criollos como Rafael Damirón y Delia M. Quezada, quienes criticaron abiertamente la presencia norteamericana en el país. Tanto las obras Los Yanquis en Santo Domingo, como Quisqueya y la Ocupación Norteamericana, quedan como evidencia de la resistencia nacional a la intervención.
Ya en e1915, había surgido el primer grupo de teatro, encabezado por el boricua Narciso Solá, y también surge un tipo de comedia que se especula pudo entrar a la isla a través de la compañía cubana de bufos de Raúl del Monte, cuando estuvo en Santo Domingo en 1913. En 1916, publica Pedro Henríquez Ureña un ensayo de tragedia antigua: El nacimiento de Dionisos. Ese mismo año, publica su hermano Max, Un Juguete Cómico: La combinación Diplomática, después de haber fundado, junto con José Antonio Ramos, Bernardo G. Barros y otros intelectuales habaneros, la Sociedad Fomento al Teatro.
De ese mismo periodo es Ana J. Jiménez Yepes, autora del cuadro dramático Independencia o Muerte, inspirado en la gesta separatista y galardonada en el concurso teatral del Centenario. Entre 1922 y 1930, con la desocupación militar norteamericana, el teatro dominicano retoma sus tradiciones indigenistas, costumbristas y tradicionalistas, pero la producción textual sigue siendo muy pobre. De unas 40 obras inventariadas durante esos ocho años, solo se publicaron siete. Julio Arzeno con Los Quisqueyanos, Fabio Fiallo con La Cita, Mélida Delgado Pantaleón y Juan García, con Un Proceso Célebre, retoman a su modo, y por momentos, la crítica a la actuación social de la mujer, resaltando la injusticia de los castigos impuestos a las supuestas infieles, y las leyes concernientes a los noviazgos y matrimonios por interés.
Predominan, durante este periodo, las obras cortas y el monólogo intimista, y surge, desde el punto de vista de las mujeres, el más progresista de los dramaturgos dominicanos: José Ramón López. Con su obra La Divorciada, López trata por primera vez, el problema de la liberación femenina a través de un cuestionamiento de la sociedad de entonces. La trama es sencilla: Una esposa había guardado luto por su marido se entera de que estaba vivo. Se cuestiona entonces la función de la mujer en la sociedad, su participación, su humillación, su esclavitud, planteando que el sentido de la vida no puede ser solo el matrimonio.
José Ramón López, también se distinguió por su colaboración con dramaturgas como Virginia Elena Ortea, prolífica autora de poesía, cuento, ensayo y de una zarzuela en tres actos: Las Feministas, con música de José María Rodríguez Arregon, así como de una comedia en prosa y verso que escribió en colaboración con López y que no se llevó nunca a escena.