Alimentemos nuestro cerebro 1/2

Alimentemos nuestro cerebro 1/2

Julio Ravelo Astacio

Por Julio Ravelo Astacio

Si entre nuestros objetivos está aumentar la calidad de vida y el mayor aprovechamiento de sus facultades, estamos en la obligación de procurar una alimentación balanceada y apropiada a nuestros niños. Los primeros años de vida son muy exigentes con la cantidad y la calidad de los nutrientes a ingerir.

Conviene por su importancia entender la relación entre la nutrición y el funcionamiento cerebral, y es que, alimentarse de manera deficiente puede propiciar envejecimiento y alteraciones de los procesos de aprendizaje.

La desnutrición durante el desarrollo cerebral provoca una reducción del número de células cerebrales, número de sinapsis, arborización dendrítica, producción de mielina, lo que determina una disminución del tamaño cerebral y de las macroestructuras, así como en las alteraciones de los sistemas neurotransmisores.

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La nutrición es elemento fundamental en el desarrollo de las capacidades cognitivas del individuo, en particular de la inteligencia.

Debemos destacar que la alimentación es vital para todo el organismo y de manera muy especial para el cerebro, particularmente en los inicios de la vida. Este es un órgano muy versátil por su habilidad de responder a situaciones del medio ambiente y alteraciones en los procesos de aprendizaje. Como todo en la vida es cambiante, dinámico, también las nomenclaturas de las enfermedades pasan a ser sustituidas por otras, así por ejemplo el término de “Discapacidad intelectual” o “Trastorno del desarrollo intelectual” ha reemplazado al de “Retraso Mental”, antes también llamado “Oligofrenia”.

Este trastorno tiene una prevalencia de 1% en los países de altos ingresos y de un 2% en los países de bajo o mediano ingreso. Se caracteriza por la ausencia o retraso en la adquisición de las funciones específicas en el desarrollo que contribuyen en el funcionamiento intelectual: déficit de las capacidades mentales, razonamiento, resolución de problemas, planificación abstracta, el juicio, aprendizaje académico y aprendizaje de experiencia. Todo ello conlleva a deficiencias en el funcionamiento adaptativo por lo que el individuo no logra alcanzar los estándares de independencia personal y de responsabilidad social en algunos aspectos de la vida cotidiana incluyendo la comunicación y la participación social.

El cerebro tiene la capacidad de moldearse y adaptarse. A esta posibilidad se le conoce como “plasticidad cerebral” y posibilita el aprendizaje, continúa toda la vida, aunque tiende a disminuir según avanza la edad.

Hagamos un alto para precisar cómo cada parte del cerebro tiene compromisos específicos: corteza frontal, es el área del cerebro que controla el razonamiento y nos ayuda a pensar antes de actuar. Esta parte del cerebro va cambiando y madurando hasta bien entrada la edad adulta. Corteza prefrontal, está a su vez a cargo de la conducta, personalidad, memoria de trabajo y funciones cognitivas superiores.

Existe una especialización funcional: áreas occipitales procesan información visual, áreas temporales informaciones auditivas, parietales informaciones sensoriales de las diferentes partes del cuerpo y áreas frontales organizan y plantean estrategias para lograr metas.

El cerebro es un órgano que se encarga de regular y coordinar lo que hacemos, contiene nuestros pensamientos, emociones y es responsable de nuestro comportamiento.

Atendiendo al título de este trabajo podríamos llevar estas informaciones y conceptos a la sabiduría popular y, usted amigo lector, podría asombrarse como lo condensan: “El mal comío no piensa”. En 5 palabras que denotan las repercusiones de la alimentación en el desarrollo general del organismo y en particular del cerebro.

Todos hemos podido ver en fotografías y documentales en las que podemos apreciar las condiciones de existencia de millones de niños en el mundo y de manera muy particular en el África subsahariana, con unos 1,210 millones de habitantes.

Las evidencias muestran niños con grandes limitaciones: desnutridos, bajo peso, famélicos, caquécticos. Los músculos no existen y sólo la piel se adhiere a los huesos en un denodado esfuerzo de protección.

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