Aún recuerdo la principal impresión de mi primera lectura de Álvaro Mutis, hace ya muchos años (eran los años ochenta), de su libro Caravansary: la exuberancia y la extraordinaria fuerza del lenguaje, la seguridad de la prosa para nombrar misteriosamente las cosas.
Tal impresión sobrevivió muchos años en mis lecturas de otros autores y otros libros de Álvaro Mutis (Colombia, 1923-2013).
Cuando leí Los emisarios (1984), muchas cosas me desconcertaron, pero no atiné a identificarlas. Leí nuevamente Caravansary (1981) y me atrajo la atmósfera de su transformación espiritual. Los espacios desde los que habla Álvaro Mutis desde su primer libro, La balanza (1948), Los elementos del desastre (1953), pasando por la Reseña de los hospitales de ultramar (1959), Los trabajos perdidos (1965) hasta Crónica Regia y alabanza del reino (1985), un Homenaje y siete nocturnos (1986) y a Poemas dispersos (1988), se corresponden con sus desdoblamientos. Las transmutaciones señalan un distanciamiento objetivizante que presenta los hechos desprovistos de drama o pathos que pudiera trivializarlos.
La materia que poetiza Mutis se humaniza en la palabra que transmite. Es una palabra que envuelve el desarraigo de una existencia humana que es trágica, pero no podría ser de otra manera. Se conforma, así, un discurso hecho de elementos de una realidad conocida, pero es un discurso de lucidez desusada por los nuevos valores que el lenguaje conquista.
La obra de Mutis se ofrece desde territorios ajenos, desde un destierro emocional y físico del personaje. Algunos de los rasgos que definen la producción de Álvaro Mutis son los diversos tipos de inter y transtextualidad, un aleccionador escepticismo lingüístico-filosófico, así como una constante fragmentación del ser y de las cosas, y, muy en particular, la cambiante aparición de un personaje que, bajo formas diversas, ocupa los varios espacios textuales e incide en todos los planos en que la obra entrega sus significados.
El personaje entra al texto portador de un inquietante linaje romántico que evoca tiempos y hechos magníficos que en el presente ya no son.
La incorporación del pasado como asimilación lo hace presente sin repetirlo. Por esa sangre en que otro deviene lo mismo y el pasado presente, ¿es todavía sangre humana? ¿No está, al menos virtualmente, en trance de devenir, esa sangre inmortal que corre desde Homero hasta Mutis, por las venas de Maqroll el Gaviero y todos sus dioses? Esta naturaleza que habría hecho suyo, integrado, en su sangre, todo el pasado, ¿no lo habría hecho también en todo el porvenir? ¿No deviene aquí la memoria cuerpo glorioso?
En el poema titulado “Exilio”, del libro Los trabajos perdidos, Mutis cita la imposibilidad de aprender a nadar cuando se tiene demasiada memoria, revela su alcance lo que podía parecer una confusión entre el recuerdo y el olvido.
Hoy, algo se ha detenido dentro de mí,
un espeso remanso hace girar
de pronto, lenta, dulcemente,
rescatados en la superficie agitada de sus aguas, ciertos días, ciertas horas del pasado
a los que se aferra furiosamente
la materia más secreta y eficaz de mi vida.
A su rabia me uno, a su miseria
y olvido así quién soy, de dónde vengo…
El texto (poema o prosa) se ofrece marcado por un aura hecha nostalgia. Por el deterioro acumulado en el tiempo y el que ya se ha transmitido al hombre.
Condenado a la no permanencia más inminente, el personaje se esfuerza, sin embargo, por llevar a cabo sus últimos “trabajos perdidos” con una dedicación, humildad y resignación que convierten la tarea en heroica. Se desdobla repetidamente a lo largo de los diversos libros hasta confluir en ese personaje emblemático, summa de todos los otros que el mundo conoce con el nombre de Maqroll el Gaviero.
Maqroll el Gaviero, personaje central de esta obra, carece de un origen claro, no obstante aparecer en el Caribe y en el Mediterráneo, así como en las altas sierras colombianas, o viajando a través de grandes y enfermizos ríos que arrastran podredumbres y la humedad de las minas, el viento de los páramos, la sequedad de la madera, la sombra gris en la piedra de afilar.
El desastre, precaución por lo ínfimo, soberanía de lo accidental. Esto nos deja reconocer que el olvido no es negación o que la negación no viene después de la (afirmación negada), sino que está relacionado con lo más antiguo, lo que vendría desde el fondo de los tiempos sin haber sino dado jamás.
Cierto es que, respecto del desastre, como dice Maurice Blanchot (1987), se muere demasiado tarde. Pero esto no nos disuade de morir, sino, que nos invita, escapando del tiempo en que siempre es demasiado tarde, a soportar la muerte inoportuna, sin nada más que el desastre como regreso.
Nunca decepcionado, no por falta de decepción, sino porque la decepción es siempre insuficiente.
No diré que el desastre es absoluto, como quiere Blanchot, por el contrario, desorienta lo absoluto, va y viene, desconcierto nómada, sin embargo con la búsqueda insensible pero intensa de lo exterior, como una resolución irresistible o imprevista que nos llegase desde el más allá de la decisión.
Nada basta a Mutis para asumir el desastre; lo cual quiere decir que, así como a Maqroll el Gaviero no le conviene la destrucción en la pureza de ruina, tampoco puede marcar sus límites la idea de totalidad: todas las cosas afectadas o destruidas, los dioses y los hombres aventureros devuelta a la ausencia, la nada en lugar de todo, es demasiado y demasiado poco.
El fracaso del personaje de Mutis no es Mayúsculo, tal vez hace vana la muerte; no se supone, aunque lo supla, al intervalo de morir. A veces el morir nos da (su razón probablemente) el sentimiento de que, si muriésemos, escaparíamos del desastre, y no de entregarnos a él –por eso la ilusión del fracaso de Maqroll el Gaviero lo libera del mismo.
Maqroll el Gaviero es un aventurero, un marino repleto de extrañas filosofías, un ambiguo contrabandista con un extraño sentido de honor, siempre enfrentado a riesgos y aventuras sin fin, mezclado en negocios más bien dudosos pero en los que su integridad moral, más atento a los hombres y a las mujeres que a las leyes y reglamentos, le lleva repetidos fracasos en puertos oscuros, sinuosos burdeles, al borde del delito pero siempre repleto de una extraña pureza, a través de la derrota y la fuga.
Esto se debe a la dialéctica del desgarramiento del yo, en la cual uno de los factores no deja de ser su propio contrario. No puede darse una definición directa (no dialéctica), ninguna forma de desesperación; es preciso que siempre una forma refleje a su contraria.
Sin dialéctica se puede describir el estado del desesperado en la desesperación, como hace Mutis, dejando que Maqroll el Gaviero hable por sí mismo. Pero la desesperación no se define en Maqroll el Gaviero, sino por su contrario; y para que ella tenga un valor artístico, la expresión de desesperación es una situación deseada del valor contrario de los personajes de Mutis.
Por lo tanto, en la vida ficticia de Maqroll el Gaviero, que ya se cree infinita o que quiere serlo, cada instante mismo es desesperación y angustia.