§ 7.0. Trujillo lleva asegurada sobre sus sienes, / al bajar al sepulcro, / la corona de los inmortales de la patria. /// Su figura entra desde este instante solemne/ en la gloriosa familia/ de nuestras sombras tutelares. El momento es, / pues, / propicio para que juremos/sobre estas reliquias amadas/ que defenderemos su memoria/ y que seremos fieles/ a sus consignas/ manteniendo la unidad/ y confundiéndonos con todos los dominicanos/en un abrazo de conciliación y de concordia. ///
7.1. Este párrafo 7, según la oratoria, es la conclusión que establece ante los mortales la grandeza del finado. Tratándose del difunto que encarnó una dictadura totalitaria donde las construcciones fueron el eje central del régimen, es bueno acotar algo que Balaguer no acota y que es inseparable de tales construcciones materiales: la construcción del género de la literatura trujillista. Hubo una novelística, una historiografía, una ensayística y una importante obra poética totalitarias, pero al mismo tiempo esta literatura épica vacía fue un discurso que atenuaba la dureza de la dictadura y presentaba cierta cara amable a través del ditirambo que se mezclaba en revistas y suplementos de los periódicos de la Capital y del interior e incluso de una masiva obra de panfletería y libros del mismo jaez destinados, como en el nazismo, a alabar, con el reclutamiento de los mejores intelectuales criollos y extranjeros, la megalomanía del Jefe y a veces de su esposa e hijos y hasta de Héctor Trujillo.
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7.2. Al lado de estas obras, floreció una literatura merenguera que acompañó la propaganda trujillista hasta el último día del dictador. Balaguer se enorgullece de no haber escrito ni un solo poema a la gloria de Trujillo, pero sí centenas de discursos teóricos que justificaron y racionalizaron desde 1930 hasta luego de muerto el dictador, como en el panegírico que nos ocupa, el discurso en el foro de las Naciones Unidas y los libros donde juzga a quienes llama “los matadores” de Trujillo. Y esta falsa división entre prosa y poesía la estableció al copiar como verdad de a folio ese disparate que él traslada a la introducción de La palabra encadenada (pp. 10-11), copiado del poeta español de tercer rango Pedro Mata: «Hay algo de lo que puedo sentirme halagado. Nunca escribí un solo verso en honor de Trujillo. En el libro que se publicó en 1946 (Editorial ‘El Diario’, de Santiago), donde aparecen las firmas de la mayoría de los poetas dominicanos de la época, no figura el nombre del suscrito. Siempre he creído que el medio más excelso de que dispone el hombre para exponer sus ideas e inquietudes es la poesía, y que esta, por pobre y deslucida que sea, solo debe usarse para expresar lo más puro y lo más noble del sentimiento humano. Preferí colgar la lira, como usualmente se dice, y mantener esa afición de mi juventud olvidada. Un poeta español contemporáneo, Pedro Mata, ha señalado finamente esta separación entre la función del verso y la de la prosa: De mi retiro en el reposo augusto, /mantengo indemne mi ilusión florida:/ machaco prosa por ganar la vida/y esculpo versos para darme gusto.» Ni la poesía ni la prosa tienen función, y para la gente que tal piensa, se trata siempre del instrumentalismo literario y del desconocimiento de la ética en el discurso literario.
7.3. En abono a Balaguer, tampoco aparece en el Álbum simbólico, de 1957, donde no escapó ningún poeta de valía o de mediano pelaje que no le escribiera un poema a Trujillo o su familia (hijos y esposa). Desde que introduje la poética de Meschonnic en Santo Domingo en 1973 y hasta el día de hoy, no he cesado de combatir y explicar las razones de la inoperancia de esta separación y al entuerto que lleva cuando un poeta se cree esta fábula de la separación entre prosa y poesía. Es más, la prosa de los alabarderos de Trujillo fue más mortífera que los dos álbumes de poesías dedicados al Jefe y me atrevo a decir. que todos los poemas que le fueron dedicados desde 1930 hasta un poco después de su ajusticiamiento. Por la sencilla razón que esos poemas no los leía nadie. Solo los especialistas en la literatura nos ocupamos de eso. Como Andrés L. Mateo y yo que hemos estado obligados a leer la historiografía acerca de Trujillo (para desmantelar los mitos y los intereses de los autores de tales libros); la novelística trujillista (para ver qué conseguían los autores: cargos públicos, prebendas para familiares, competencia literaria entre escritores).
7.4. En dos de mis libros refuté este error de Balaguer (Lenguaje y poesía en Santo Domingo en el siglo XX (1985) y Ensayos sobre lingüística poética y cultura (2006), pero él murió en la creencia de que tenía la razón. Por esta razón invita, en el panegírico a la legión de trujillistas a creer en el mito del eterno Trujillo, al lado de los padres de la patria que todavía no estaban en el Panteón, sino en la Capilla de los Inmortales, y conmina a todos los correligionarios a jurar por la defensa de la memoria y los hechos gloriosos del difunto y a luchar por mantener a la sociedad en el credo del trujillismo.
7.5. En menos de seis meses, es decir del 31 de mayo al 31 de diciembre, la era de Trujillo era un mal recuerdo para los dominicanos. Y desde 1962 hasta hoy es materia inerte para los historiógrafos que no se cansan de interrogarse por qué esa dictadura fue posible y por qué duró tanto tiempo. ¡Que sigan con su tarea! Mientras no analicen todas las prácticas sociales juntas (historia, política, diplomacia, literatura, novelas, poesía cuentos, merengues, generalogía, siquiatría y sicología, la intrahistoria y la microhistoria, asuntos militares, red de espionaje y la relación entre sujeto y lenguaje, ética y política, lengua y sociedad, etc., al mismo tiempo, estarán en busca de respuestas sin poder hallarlas.
7.6. Los 22 años de Gobierno de Balaguer fueron la teoría y la práctica del panegírico. Los Gobiernos que le sucedieron hasta hoy han sido un intento pálido de copiar a Balaguer, y este a Trujillo. Balaguer también tuvo su pequeña literatura (poesía, novelas, biografías, historiografía, anecdotarios, etc.). Los sucesores del hombre de Navarrete han creído que la grandeza de un país se mide por el número de construcciones. Por esa razón están ausentes de los Gobiernos perredeístas ese gran componente de las humanidades, inseparable de las construcciones materiales.
§ 8.0. Querido Jefe, / hasta luego. /// Tus hijos espirituales, / veteranos de las campañas que libraste/ durante más de 30 años, / miraremos hacia tu sepulcro/ como hacia un símbolo enhiesto/y no omitiremos medios/ para impedir que se extinga la llama/ que tú encendiste en los altares de la República/ y en el alma de todos los dominicanos. Has llegado hasta aquí, /traído en hombros de esta multitud sollozante,/ para reintegrarte a la tierra que te vio nacer/ y donde podrás dormir en el mismo regazo/ en que descansan tus antepasados./// La tierra de San Cristóbal,/ la misma en que bebiste por primera vez/el agua de tus ríos natales,/ te será siempre propicia/ y en ella hallarás al fin/ el descanso que te negó la vida,/ a ti,/ batallador incansable/ que mataste el sueño/y que no conociste la fatiga./// No eres ya/ el adalid beligerante que fuiste hasta ayer./// Ahora,/transformado por los atributos/que confiere el misterio a los elegidos/ por el sueño del que no se despierta,/eres un ejemplo,/ un penacho,/ un índice que nos señala el rumbo a seguir/ desde la infinita lejanía de lo desconocido./// Que Dios te reciba en su seno/ y que tus restos perecederos,/ al transmutarse más allá de la tumba/en vigor espiritual y en materia impalpable,/ contribuyan a vivificar la tierra que tanto amaste/ para que la conciencia de la patria/ se siga nutriendo con la cal/ y la energía de tus huesos/ en la infinitud de los tiempos.///
8.1 Cada vez que leo esta primera oración, me viene a la mente el entierro del conde de Orgaz. El panegirista se incluye, como lo realiza el Greco en muchos de sus cuadros. En “tus hijos espirituales”, pero no todos, solamente los que libraron “durante más de 30 años todas las batallas junto a su Jefe. Balaguer repite el juramento y la promesa de fe trujillista: «miraremos hasta tu sepulcro/como un símbolo enhiesto/ y no omitiremos medios/para impedir que se extinga la llama/que tú encendiste en los altares de la República/ y en el alma de los dominicanos.» El panegírico es un lugar vacío en la épica trujillista. Andrés L. Mateo demostró que esas batallas que Trujillo libró como adalid beligerante, no fueron hazañas. Asesinar a los opositores desde el inicio mismo del régimen (A los Martínez-Almánzar, a los caciques Desiderio Arias, Cipriano Bencosme, los Perozo, los Estévez, los Larancuent, todos los cazados en parque, campos, montes, callejones y calles: los “gavilleros” del Este que combatieron a los invasores yanquis, la pálida invasión de Luperón encabezada por Ornes y seis más, la expedición del 14 de Junio, infiltrada en los mismos campamentos por espías dominicanos y cubanos; asesinar en las calles de La Habana, México y Nueva York, por ejemplo, a Mauricio Báez, Galíndez, Almoina y Requena no son gestas del tipo de la Ilíada y la Odisea o de César, Alejandro o Napoleón. Y para retrotraernos a la era contemporánea, tampoco son hazañas como las que implementaron los estadistas aliados que se llevaron de encuentro al mismo tiempo a Mussolini, Hitler y Hiroito, dueños por conquistas militares entre 1922 y 1945 de la mitad del mundo. (FIN).