People vote for the next US president in the general election at a polling station in a school gymnasium in New York, November 8, 2016. Polling stations opened Tuesday as the first ballots were cast in the long-awaited election pitting Hillary Clinton against Donald Trump. / AFP / Robyn Beck
WASHINGTON.— Pronto sabremos quién ganó. Ya conocemos el premio: una herida enorme y horrible en el corazón de la política estadounidense. Casi dos de incesante campaña y de retórica con tintes raciales han dejado al descubierto profundas fracturas que sangran y se consolidan.
La raza, el género y la clase parecen ser factores más decisivos que nunca para pronosticar si un estadounidense votará por Donald Trump o Hillary Clinton.
Y así como los estadounidenses se atrincheran cada vez más en sus posiciones, los políticos tienen poca motivación para comprender al otro bando. Esa dinámica marcó el tono, para bochorno de Estados Unidos y del resto del mundo.
A menudo, esta campaña apareció como una conversación ruidosa e incoherente que se desarrollaba en dos mundos paralelos, en la que Donald Trump y Hillary Clinton vociferaban a través de la profunda sima que los separaba.
Puede que fuera una contienda llena de momentos imprevisibles, pero sus certezass fueron igual de notables.
A su llegada a la jornada electoral, Clinton está encarrilada hacia una victoria clara, en ocasiones por abrumadora mayoría, entre votantes negros, hispanos y de educación universitaria.
Los sondeos indican que Clinton, que aspira a convertirse en la primera mujer presidenta del país, también podría alcanzar nuevos niveles de apoyo entre las mujeres.
Trump, por su parte, se ha visto impulsado por el apoyo de votantes blancos de clase trabajadora, un grupo que según las encuestas podría rechazar a Clinton con mayor vehemencia que a cualquiera de sus predecesores demócratas recientes.
Esta división entre blancos y minorías, entre hombres y mujeres, entre los que tienen educación universitaria y los que no, no comenzó en 2016. Es probable que la coalición de Clinton se parezca mucho a la formada en 2008 y 2012 por el actual presidente, Barack Obama, en un fenómeno con raíces aún más antiguas.