La inmigración de esclavos utilizados como mano de obra en haciendas y hatos y en residencias de la élite para la crianza de ganado y el cultivo de productos agrícolas en la colonia española de Santo Domingo, producto en buena medida del contrabando y deserciones en la colonia francesa de Saint Domingue, favoreció el crecimiento de la población de la parte este de la isla en el siglo XVIII. Según el código negro elaborado para Santo Domingo, en 1784 se estimaba que había 15 mil negros y pardos de un total de 54 mil habitantes. Los esclavos provenían tanto de la costa occidental africana como de la colonia de Saint Domingue.
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La mayoría de los habitantes, en especial las capas superiores, se dedicó a la actividad hatera, dado el rol que jugó la colonia como abastecedora de ganado de Saint Domingue. En efecto, la parte española se convirtió en proveedora de ganado vacuno y caballar, además de tabaco. Los beneficios que se obtenían de ese comercio motivaron que se expandiera la actividad ganadera por toda la isla, en especial en las áreas norte y oeste, que mantuvieron intercambio con los franceses. En el este también existieron grandes hatos sobre todo en Hato Mayor y El Seibo. De estos dos lugares, conforme un censo de reses vacunas de 1772, El Seibo se hallaba en segundo lugar (28,000) después de Hincha (30,000) y en 1774 ocupaba el tercer lugar en cantidad de animales (13,750), después de Santiago (26,467) e Hincha (19,335).
Una revisión de actos auténticos instrumentados por escribanos públicos y de cabildo y alcaldes ordinarios de El Seibo respecto de esclavos que llevaron apellidos o de nombres asumidos como tales en el siglo XVIII permite concluir que estos eran vendidos como bienes muebles, desde la edad de un año hasta los sesenta y que su valor oscilaba entre 40 y 400 pesos, siendo los rangos de 25 y 40 años y los de 110 y 300 pesos los de mayor cantidad de transacciones.