A Polín Espaillat Nanita, sobrino de LF
El Dr. Julio Jaime Julia compiló una selección de textos escritos por las alumnas de Salomé Ureña: las seis primeras maestras normalistas graduadas el 17 de abril de 1887 y que tituló Las discípulas de Salomé Ureña escriben (Santo Domingo: Fundación EDUCARTE y Secretaría de Estado de Educación, 2001).
Escribieron Mercedes Laura Aguiar, Leonor María Feltz (LF) y Ana Josefa Puello. Ignoro las razones que tuvo el Dr. para no incluir a Luisa Ozema Pellerano, Altagracia Henríquez Perdomo y Catalina Pou, con quienes se completaba el sexteto. También ignoro porqué incluyó a Anacaona Moscoso, quien perteneció a otra promoción, aunque las seis maestras normalistas pronunciaron discursos en el acto de investidura. Quizá debió incluir de cada promoción un número equilibrado de mujeres que empuñaron la pluma para transformar nuestra práctica pedagógico-literaria o sociopolítica.
Voy a comentar algunos textos sencillos emanados de la pluma de LF a fin de mostrar que su misma vida atormentada se encuentra reproducida en la casi totalidad de los textos de su obra menor.
El Dr. Julia compiló doce textos. Le faltó “Apoteosis”, que figura en Álbum de un héroe. (A la augusta memoria de José Martí), publicado en 1896 por Federico Henríquez y Carvajal y reeditado por el Archivo General de la Nación en 2013. Brevísimo texto, compuesto de seis líneas, prosa de prisa como toda la vida y obra de LF: «¡Aún no ha sonado la hora! (…) Mientras llega, veneremos con religioso silencio el recuerdo del mártir sublime que encarnó el espíritu de la patria, y brille su alma errante en los cielos de la América hasta que el pueblo cubano le erija en su propia conciencia el más alto monumento, en el día de la redención de Cuba, que será su verdadera apoteosis.» (P. 67).
¿Existen otros textos extraviados en revistas y periódicos dominicanos de la época cuando LF comenzó a escribir? Aseguran algunos salomones que LF escribió para revistas extranjeras como El Cojo Ilustrado, de Caracas. Con los Henríquez-y-Carvajal-y-Ureña en Cuba, ¿no escribió LF para periódicos y revistas habaneras o santiagueras donde los miembros de esta familia tenían influencia? El elogio a Dulce María Borrero, publicado aquí por la Revista Literaria(7/IX-1901), ¿no sería una prueba de este aserto? ¿Lo reprodujeron en La Habana, al igual que otros escritos de LF?
Pese a la dilatada vida de LF (1869-1948), los textos breves recogidos por el Dr. Julia muestran un nivel pobre en materia de literatura. Los textos donde reflexiona sobre obras y autores son pedestres y no rebasan el límite de lo bello y lo útil de Platón y Aristóteles.
De la poetisa Borrero dice: «Sus versos son flores raras de espléndida hermosura, de perfume ensoñador». (Julia, 76) Clichés y retórica de época, que repiten hoy tal cual, a más de un siglo, los miembros del partido del signo.
Más adelante: «Soñadora de bellezas ideales, habita el país del ensueño y surge a nuestros ojos nostálgica y bella, triste y adorable como el lirio pálido y perfumado de las riberas… su espíritu nos recuerda a Juanita, su hermana en el amor y en el arte, la dulce alondra cubana que cruzó veloz poblando los aires con sus cantos de melancólicas, sublimes armonías.» (Julia, 76-77).
Un elogio así no debió gustarle a Dulce María, sobre todo si se tiene en cuenta que Gertrudis Gómez de Avellaneda había trazado en sus obras la raya de Pizarro con respecto al poder machista, tanto en Cuba como en España. LF escribe: «Pero hay algo en ella que cautiva más aún que su raro talento, más que su naturaleza privilegiada de artista; es su alma de mujer, de una delicadeza asombrosa, de una sensibilidad exquisita que se muestra libre y altiva como su viril inspiración.» (Julia, 77).
Si no yerro, esta comparación de la poesía femenina con la virilidad le fue aplicada a Salomé con una frase de un admirador al oírla recitar su poema “A la gloria del progreso” en la Sociedad Amigos del País: «Es muy hombre esa mujer.». Era un cliché de época, y su ideología implícita es la minusvaloración del trabajo poético, y de la mujer como sujeto. Su origen es eurocéntrico.
El vocabulario estético y estilístico de LF arropa toda su concepción de la literatura. En lo social-político, su ópera minora no rebasa su análisis de la realidad dominicana contenida en la correspondencia con PHU. El primer artículo sobre Hostos (Julia 78 [Listín Diario 29/8/1903]) se queda en los clichés de Platón: “Amar la verdad…Amar el bien…Amar la Patria…”, publicado en memoria del positivista fallecido. El segundo, titulado “El Apóstol”, sobre el mismo personaje, no trae fecha, pero está en La República Dominicana. Directorio y guía general (pp. 339-40), de Enrique Deschamps, de 1907: «Era un peregrino del Bien y venía desde lejanas tierras hoyando surcos y sembrando flores.» (Julia, 79). El mismo cliché anterior.
Pero lo admirable de este texto, un poco más largo que los demás, es el uso correcto del gerundio (16 en total, si cuento bien) y solo dos veces mal usado. El gerundio es hoy el terror de nuestros escritores. Al igual que lo es para los escritores de habla española, el posesivo plural aplicado a un poseedor plural. La regla es que lo poseído no siempre va en plural. LF no podía ser una excepción. Al aludir a Hostos, escribe: «El Apóstol no está solo. Hacia él se dirigen llenos de fe, de amor, de consuelo, hombres, mujeres y niños. Llevan en sus pechos raras divisas: son flores de bien.» (Julia, 81).
Este otro terror de escritores y periodistas se resuelve de la manera siguiente: No siempre a un poseedor en plural, sujeto gramatical y biológico, corresponde lo poseído en plural. La lógica semántica y el sentido común nos enseñan que al sujeto “hombres, mujeres y niños” no puede corresponderle lo poseído en plural: “sus pechos”. Ni individual ni colectivamente, los “hombres, mujeres y niños” poseen “pechos”. Cada uno solo tiene un pecho. Si se desea afirmar que poseen pechos, deberá cambiarse la frase: “Los pechos de los hombres, mujeres y niños llevan raras divisas”, para no producir un absurdo.
Hay dos textos que, a mi juicio, serían el inicio de LF, como cultivadora de la ficción. Me refiero a “Amor redime” (Julia, 63 [Letras y Ciencias 95, 4: 1896]) donde intentó anclar la pluma en un tema criollo con reminiscencias del Don Juan de Tirso. LF inscribe en el texto su segundo nombre.
Si bien está escrito y compuesto como un cuento, la solución al final inviabiliza una concepción del amor distinta a la aceptada por la sociedad de aquella época al convertir en pesadilla lo que fue moneda corriente durante la Colonia, según Frank Moya Pons y Carlos Esteban Deive.
El segundo y último texto con intención artística es “Las perlas del Caribe” (Julia 74-75 [Listín Diario, 6/X/1898]). Pese a su “íncipit” evocador de la mitología griega (Poseidón-Neptuno), LF aterriza el texto en el topos criollo y antillano: «Quisqueya, la primera, tiñó en sangre su alba vestidura y, blandiendo con heroico ejemplo la espada, rompió en hora feliz la oprobiosa cadena.» (Julia, 75). El vocalismo en /o/ acentuada martilla el ritmo que el gerundio bien empleado, frase entre inciso, resuena en la cadena escrita como memoria.