Poseemos un cerebro que, hasta donde conocemos (por los fósiles) es el mismo (está enmarcado en la misma cavidad craneal) que el del primer homo sapiens del que tenemos información, hace más de 150 mil años.
Dicho cerebro evolucionó para adaptarse (responder de manera efectiva) al mundo que le rodeaba. Un mundo en el que sólo existían los estímulos ambientales de la época, con pocos cambios y en el que sólo se activaba la respuesta de estrés necesaria para la supervivencia.
La cuestión es que los cambios en la naturaleza tienden a tomarse su tiempo, no así los cambios producidos por el ser humano sobre todo a partir de la Revolución Industrial. No es difícil notar que el mundo ha cambiado más los últimos 200 años que los 150,000 años que le precedieron.
Actualmente asistimos a una sociedad en la que los cambios son cada vez más vertiginosos; cada vez hay más situaciones que activan nuestra respuesta de estrés, al punto de generar un distrés; y cada vez aumenta de manera exponencial la cantidad de estímulos sensoriales que compiten por hacerse con nuestra atención. Lo preocupante es que, en muchos de los casos, la experiencia escolar no forma de los estímulos que están a la cabeza en dicha competencia.
Hoy escuchamos que está de moda el déficit de atención, y dada la capacidad limitada de nuestra atención consciente más la multiplicidad de estímulos que tenemos que procesar es comprensible que esté no solamente en déficit, debería estar en bancarrota. Pero no sólo por razones orgánicas, sino también socioculturales. Es decir, que nuestro cerebro aún no ha realizado los cambios necesarios para responder de forma eficiente a un mundo cambiante, y así compensar el déficit.
Así hemos optado por confiar parte de nuestras tareas a las máquinas para que se encarguen de ellas. Las calculadoras, celulares, computadoras, etc. se encargan pensar, hacer operaciones matemáticas y almacenar información por nosotros. Así los que abogan por la mejora cerebral y el desarrollo de la Inteligencia Artificial tendrán un gran mercado, porque de alguna manera la era de la información nos lleva de la saturación a la vagancia mental, queremos que todo sea rápido y sin esfuerzos. Típico de un mundo artificial, pues los procesos de la naturaleza son diferentes.
Obviamente, cuando los recursos son limitados si alguien acumula mucho otros se verán privados. Así observamos que en nuestros estudiantes las redes sociales, la TV y los videojuegos no tienen déficit de atención, pues ellos la acaparan, dejando el déficit a la atención de la clase, a la tarea, al contacto familiar, etc.
Por otro lado, también los padres exhaustos por el agotamiento de una sociedad estresante en la que hay que competir para sobrevivir, prefieren hijos tranquilos y calladitos. De manera que, para que les dejen en paz, desde pequeños los convierten en adictos a los videojuegos, la tele, el internet y las redes sociales. Lo cual estimula su sistema de recompensa cerebral liberando dopamina, la cual necesita cada vez más estimulación para producir el mismo nivel de placer. También la farmacología gana cada vez más campo, una buena candidata cuando de tranquilizar a alguien se trata.
El asombro ante el mundo prontamente se ve opacado por el mundo virtual. De igual modo se ven mermada la curiosidad y la socialización entre pares, pues se vuelve cada vez más satisfactoria la personalidad adoptada en la red que la que se posee de forma natural. Hoy asistimos a la necesidad de mayores esfuerzos de una psicología virtual que se encargue de dilucidar la complejidad de la personalidad virtual.
El docente frente a esta nueva realidad muchas veces se siente impotente e ineficaz. Sobre todo en los países que no se produce conocimiento científico, sino que sólo se copia. Pues están a la espera de que se diga que algo funciona para adoptarlo sin adaptarlo críticamente. Y en ese jueguito se pasan los años. Y el maestro no ha aprendido bien un modelo que promete ser la solución cuando llega otro modelo a ocupar el lugar del anterior.
Hoy hay muchos expertos presentando la solución, pero la realidad es que no van más allá del método ensayo-error. Pues muchas veces, como decía Mario Benedetti, cuando encuentran la respuesta, de pronto le han cambiado la pregunta. Por ello, se busca la forma de poder prever los cambios futuros (cosa difícil dada nuestras limitaciones), para poder anticipar líneas de acción. Pero entre tanto conseguimos eso, tenemos que ser pragmáticos y seguir el trabajo.
En fin, sabemos que nuestro cerebro se desarrolló para responder a un mundo natural, pero hemos construido un mundo artificial en el que algunos estímulos que no son los que deseamos están robando la atención de nuestros estudiantes. Necesitamos aprender de ellos, qué es lo que producen a nivel cerebral para captar tanta atención y así aprovecharlo en el sistema educativo (labor en la que están inmersas la Neuroeducación y la Gamificación). Pero además, se hace necesario que la educación alcance a los padres, al empresario jefe de ese padre, a los sectores políticos y a la sociedad en general. Porque la educación no es asunto exclusivamente de la escuela.