En el siglo II a. C. el historiador Polibio desarrolló su teoría de la anaciclosis en la cual externó el proceso degenerativo que sufren los sistemas políticos, en la misma el gigante griego presentó las causas que llevan a una monarquía a terminar en tiranía, la aristocracia a convertirse en oligarquía y la democracia a degenerar en oclocracia.
En virtud de ello, la oclocracia es el gobierno de la muchedumbre y la máxima representación de la degeneración, desnaturalización y vicios de la voluntad colectiva. En efecto, es un sistema con una profunda formalidad institucional en el que los ciudadanos a la hora de abordar temas políticos a profundidad no tienen el nivel.
Un Sistema Formalizado.
El dominicano interiorizó la idea de que la democracia se manifiesta a través de figuras estructurales tangibles, por ejemplo, congresos, tribunales, medios de comunicación, elecciones periódicas etc. Empero, olvidan que la misma es un proceso abstracto y de una constate construcción a través de la profundización del individuo.
Por tal razón, de nada nos sirve tener estructuras físicas e instituciones del siglo XXI si están dirigidas por actores con una mentalidad anacrónica, anquilosada, retrógrada y con una profusa proclividad hacia la personificación del cargo. Y, con una gran cantidad de ciudadanos a los cuales les resulta más difícil reflexionar que cantar durmiendo.
Dentro de ese contexto, la gran mayoría del pueblo dominicano vive en lo que Trotski llamaría elecciones permanentes donde la ignorancia histórica y su dependencia monetaria los llevan a confundir de manera perpetua el gobierno con el Estado. Todo eso ha construido un matrimonio sempiterno entre instituciones premodernas y prácticas políticas decimonónicas.
En consecuencia, nos hemos acostumbrados a vivir del disenso aun cuando luchamos por reivindicaciones colectivas. Tal parece que esas falencias cognitivas fueron la inspiración del escritor estadounidense James Lowell para poder sentenciar, que “la democracia otorgó a cada hombre el derecho a ser el opresor de sí mismo”.
El Poder y los Acuerdos.
Todo lo antes expuesto se resume en las críticas que se han generado por las visitas que está realizando el presidente al liderazgo nacional, peledesitas afirmando que sus líderes no debieron reunirse con quien los acusa de corruptos, y perremeistas con el mismo discurso en dirección contraria; en fin, un verdadero y displicente basuraclismo.
Además, parece increíble que podamos afirmar que vivimos en democracia en un país donde la mayoría de sus ciudadanos no valoran como positivas las reuniones constantes entre sus líderes, o que estén predispuestos a pensar que serán simples acuerdos de aposentos, a un pueblo así ni siquiera Jesucristo logra desarrollarlo.
Desde esa perspectiva, tenemos que profundizar y promover en campañas las disyunciones constantes como mecanismo de fortalecimiento de la democracia. Y, comenzar a entender que debemos construir conjunciones imperecederas a la hora de abordar la “razón de Estado” que definió Nicolás Maquiavelo en su obra Discursos sobre la primera década de Tito Livio. En conclusión, aquellos que no entienden la lógica del poder y la gobernanza seguirán creyendo que sus votos son los que sirven para construir el Estado que anhelamos y no su capacidad de abstracción. Si seguimos viviendo en la oclocracia y aferrados a la cháchara política; jamás dejaremos de ser una aldea con metro, teleférico e internet.